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*{{RaceIcon|Pandaren|Male}} [[Chen Stormstout]]
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*{{RaceIcon|Chen}} [[Chen Cerveza de Trueno]]
*{{RaceIcon|Pandaren|Girl}} [[Li Li Stormstout]]
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*{{RaceIcon|LiLi}} [[Li Li Cerveza de Trueno]]
 
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*{{RaceIcon|Pandaren|Male}} [[Chon Po Stormstout]]
 
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*{{RaceIcon|Ansirem}} [[Ansirem Tejerruna]]
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*{{RaceIcon|Modera}} [[Archmage Modera]]
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*{{RaceIcon|Draenei|Male}} [[Captain Koslov]]
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*{{RaceIcon|Human|Female}} [[Catelyn la Afilada|Catelyn la Afilada/Catelyn Tejerruna]]
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*{{RaceIcon|Falstad}} [[Falstad Martillo Salvaje]]
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*{{RaceIcon|Tol'vir}} [[King Phaoris]]
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*{{RaceIcon|Tol'vir}} [[Menrim]]
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*{{RaceIcon|Moira}} [[Moira Barbabronce]]
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*{{RaceIcon|Muradin}} [[Muradin Barbabronce]]
 
*{{RaceIcon|Shen-zin Su}} [[Shen-zin Su]]
 
*{{RaceIcon|Shen-zin Su}} [[Shen-zin Su]]
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*{{RaceIcon|Goblin|Male}} [[Skindle]]
 
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*{{RaceIcon|Naga|Female}} [[Zhahara Darksquall]]
 
*{{RaceIcon|Naga|Female}} [[Zhahara Darksquall]]
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*{{RaceIcon|Pandaren|Male}} [[Strongbo]]
 
*{{RaceIcon|Pandaren|Male}} [[Strongbo]]
 
*{{RaceIcon|Pandaren|Male}} [[Liu Lang]]
 
*{{RaceIcon|Pandaren|Male}} [[Liu Lang]]
*{{RaceIcon|Magni}} [[Magni Bronzebeard]]
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*{{RaceIcon|Magni}} [[Magni Barbabronce]]
 
*{{RaceIcon|Rexxar}} [[Rexxar]]
 
*{{RaceIcon|Rexxar}} [[Rexxar]]
*{{RaceIcon|Proudmoore}} [[Daelin Proudmoore]]
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*{{RaceIcon|Proudmoore}} [[Daelin Proudmoore|Daelin Valiente]]
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*{{RaceIcon|Medivh}} [[Medivh]]
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*{{RaceIcon|Deathwing}} [[Alamuerte]]
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*{{RaceIcon|Goblin|Male}} [[Barón Revilgaz]]
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*{{RaceIcon|Dwarf|Female}} [[Felyae]]
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*{{RaceIcon|Dwarf|Male}} [[Dalgin]]
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*{{RaceIcon|Al'Akir}} [[Al'Akir]]
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*{{RaceIcon|Tol'vir}} [[Bathet]]
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*{{RaceIcon|Tol'vir}} [[Faraón oscuro Tekahn]]
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*{{RaceIcon|NightElf|Female}} [[Lintharel]]
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*{{RaceIcon|Human|Male}} [[Marco Heller]]
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*{{RaceIcon|Thrall}} [[Thrall]]
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*{{RaceIcon|Vol'jin}} [[Vol'jin]]
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*{{RaceIcon|Orc|Male}} [[Aldrek]]
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*{{RaceIcon|Tauren|Female}} [[Nita]]
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*{{RaceIcon|Dwarf|Male}} [[Trialin]]
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*{{RaceIcon|Dwarf|Male}} [[Baenan]]
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*{{RaceIcon|Hamuul}} [[Hamuul Tótem de Runa]]
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*{{RaceIcon|Tyrande}} [[Tyrande Susurravientos]]
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*{{RaceIcon|Garrosh}} [[Garrosh Grito Infernal]]
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*{{RaceIcon|BloodElf|Male}} [[Talithar Swiftwind]]
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*{{RaceIcon|NightElf|Female}} [[Elune]]
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*{{RaceIcon|Tauren|Female}} [[Earth Mother]]
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*{{RaceIcon|HighElf|Female}} [[Vyrin Vientoveloz]]
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*{{RaceIcon|Ysera}} [[Ysera]]
 
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== Argumento ==
 
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Se acercó a su equipaje, pues deseaba cambiarse de ropa. La parte superior del mismo estaba extrañamente plana, como si faltase algo en él. Con el corazón acelerado, abrió la solapa y pegó un tirón a la capa que solía utilizar para proteger la perla. Cayó en sus manos, vacía. Más allá de toda esperanza, esparció a su alrededor el contenido de la bolsa, no queriendo creer la evidente realidad.
 
Se acercó a su equipaje, pues deseaba cambiarse de ropa. La parte superior del mismo estaba extrañamente plana, como si faltase algo en él. Con el corazón acelerado, abrió la solapa y pegó un tirón a la capa que solía utilizar para proteger la perla. Cayó en sus manos, vacía. Más allá de toda esperanza, esparció a su alrededor el contenido de la bolsa, no queriendo creer la evidente realidad.
   
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—¡Tío Chen! —gritó, escandalizada—. ¡La perla! ¡No está! Esa mujer, la humana aduladora, ¿cómo se llamaba? ¿Cathy la Cortante?
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—¿Quieres decir Catelyn la Afilada?
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—¡Sí, ella! ¡Ella la ha robado!
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Bajaron a toda prisa al bar, mientras una escalofriante sensación se apoderaba del estómago de Li Li. Ella y Chen se pusieron a buscar entre la multitud con creciente urgencia. Li Li entendía que las probabilidades de que Catelyn se hubiese quedado en la taberna eran cercanas a cero, pero rechazó rendirse y siguió rodeando el perímetro de la sala. A la tercera vuelta, el tabernero, un verde y viejo goblin regordete llamado Skindle, la miró de reojo mientras contaba monedas bajo la encimera.
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—¿Qué buscas, muchacha?
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Chen intervino antes de que Li Li pudiese responder.
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—Eh —dijo—. ¿Te fijaste en que estábamos hablando con una mujer hace nada? Morena, unos treinta años, se hace llamar Catelyn la Afilada… Tenemos que encontrarla.
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Skindle se pellizcó el lóbulo de una de sus grandes orejas, y Chen depositó un par de monedas en la encimera. El tabernero esbozó una amplia sonrisa y se embolsó las monedas.
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—Catelyn está con los Asaltantes Aguasnegras, trabajando para el Cártel Bonvapor. Es la capitana de un barco de atracadores llamado La novia de Neptulon. —A la vista de la expresión de Li Li, Skindle añadió—. No te busques problemas. No hay nadie en Bahía del Botín que la supere con el cuchillo. Todos los que tienen dos dedos de frente evitan enfrentarse a ella. Y cuando digo todos, es todos.
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—Gracias por el consejo —Chen lanzó a Skindle otra moneda.
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—No hay de qué. —Skindle colocó la moneda de oro contra su sien y guiñó un ojo—. El dinero habla si sabes escucharlo.
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—Vamos —murmuró Chen a Li Li mientras salía de la taberna dando grandes zancadas.
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Se encaminaron directamente al puerto. La novia de Neptulon no era difícil de encontrar, y poco después Li Li y Chen se acercaron a una figura familiar, que estaba dirigiendo la carga de mercancías en la cubierta del barco minero con casco de madera. Los dos pandaren subieron a bordo para enfrentarse a Catelyn.
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—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —Esbozó una satisfecha sonrisa mientras sus manos descansaban con garbo sobre su cadera, con una conducta completamente distinta a la encantadora simpatía que había adoptado con anterioridad.
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—Supongo que ya sabes por qué hemos venido —dijo Chen.
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—¡Ladrona asquerosa! —gritó Li Li—. ¡Nos has robado la perla!
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—No es necesario utilizar apelativos —respondió Catelyn mientras meneaba el dedo—. Es verdad. La he cogido. Deberías tener más cuidado cuando hables en público sobre tus extraños artefactos mágicos, sobre todo en esta parte del mundo.
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—Sé que no ha sido un detalle bonito, pero una chica tiene facturas que pagar, y el Cártel Bonvapor no es el más indulgente de los prestamistas. No sé si sabes a lo que me refiero. Aunque soy una chica amable, y como me gustasteis en cuanto os eché el ojo, os diré algo. ¿Veis este barco de aquí? —Catelyn hizo un gesto a su alrededor—. Vuestra perla está a bordo en algún sitio. Si la encontráis, os la podéis quedar. —Su sonrisa se hizo más amplia—. Pero os aviso: mi tripulación tiene una vena algo violenta, y no aprecian demasiado a los forasteros.
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Pareció como si, de repente, Li Li y Chen estuviesen rodeados de peligrosas sonrisas: hombres y mujeres que, un momento antes, habían estado trabajando bastante inocentemente. Al instante, todo tipo de armas aparecieron en sus manos. Chen hizo una mueca, y Li Li levantó su bastón.
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—No sé si sois muy valientes, o muy estúpidos —afirmó Catelyn.
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—Nunca has luchado contra un pandaren, ¿verdad? —dijo Li Li.
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Catelyn desenfundó su propia arma, una daga tan larga como su antebrazo.
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Catelyn desenfundó su propia arma, una daga tan larga como su antebrazo.
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Li Li embistió contra Catelyn, mientras Chen saltó para hacer frente a la tripulación. Catelyn rechazó hábilmente el bastón de Li Li con su daga, y la lanzó contra el vientre de la pandaren. Li Li la desvió con una patada contra la muñeca de Catelyn que hizo que la daga saliese volando por los aires. Li Li observó cómo los ojos de Catelyn se abrían de par en par con expresión de sorpresa. La capitana pirata ya sabía a quién se enfrentaba.
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Catelyn se lanzó a la cubierta y dio una voltereta en dirección a su arma. Li Li la siguió y lanzó un puñado de polvo encantado a otro pirata, el cual había saltado desde el barco colindante. El polvo se convirtió en un pequeño enjambre de diminutos e iracundos pájaros que comenzaron a lanzarle picotazos en los ojos; el pirata tropezó mientras lanzaba improperios y se enganchó el hombro con las jarcias.
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El bastón de Chen giraba a su alrededor a una velocidad endiablada, pillando desprevenidos y derribando a los torpes marineros. Un orco especialmente fornido recibió una patada directa al esternón y perdió el equilibrio, por lo que se precipitó al muelle por encima de la baranda. Chen no pudo evitar esbozar una sonrisa. Ya había estado en peleas peores.
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En algún lugar en la lejanía una campana comenzó a tañer con estrépito. Li Li esperaba con todas sus fuerzas que no estuviesen pidiendo refuerzos.
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—¡Bucaneros! —gritó uno de los miembros de la tripulación—. ¡Bucaneros Velasangre! ¡Nos atacan!
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—¡Ya os estaban atacando! —gritó Li Li, y golpeó con su bastón a otro pirata en el pecho.
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A pesar de su comentario, toda la tripulación se olvidó de repente de ella y de Chen y corrió a ocupar sus lugares en la embarcación. Li Li se giró, estirando el cuello para ver qué estaba sucediendo. Llegaban de todos los posibles escondites imaginables del puerto: piratas con armas y distintivas camisas de un brillante color rojo estaban tendiendo una emboscada a los matones goblin de Bahía del Botín y saltando sobre los barcos de los asaltantes.
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—¡Cortad los cabos! —la voz de Catelyn resonó por encima de todas las demás—. ¡Hay que salir de aquí cuanto antes! ¡El resto, defended el barco! ¡Hay que proteger el cargamento!
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Un Bucanero Velasangre saltó y apareció en La novia de Neptulon justo enfrente de Li Li, donde giraba su sable sin parar. Li Li le propinó una patada en las costillas que hizo que sus piernas se elevaran por encima de su cabeza, tirándolo de nuevo al muelle. Por todos lados, los Asaltantes a las órdenes de Catelyn serraban las cuerdas o intentaban repeler a los piratas rivales. Los matones del embarcadero trataban de hacer frente a los Bucaneros, pero a ellos también los habían cogido por sorpresa. Chen apareció al lado de Li Li.
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—Deberíamos marcharnos mientras podamos, Li Li.
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—¡No me iré sin la perla! —protestó bruscamente—. ¡Está en algún lugar en este barco! ¡Tenemos que encontrarla!
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El barco minero daba bandazos bajo ellos. La tripulación de Catelyn lo había liberado de sus amarres y estaba intentando sacar la gran embarcación de carga de la bahía. Surgieron remos a través de las aperturas en los laterales del barco, y Li Li se percató de que debía de haber más cubiertas de las que pensaba. Entre vaivenes, La novia de Neptulon comenzó a abandonar el muelle de Bahía del Botín.
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—¡Vamos, vamos! —gritó Catelyn. Aún estaba combatiendo a uno de los Bucaneros Velasangre, y rechazaba los espadazos con su daga. Tras un momento de lucha consiguió lanzarlo por la borda con una patada, y este acabó en el agua de la bahía. Catelyn corrió hacia el timón y ocupó su puesto para pilotar el barco. El resto de la tripulación estaba desplegando las velas, preparándose para abandonar rápidamente el puerto.
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El viento arreció mientras dejaban atrás el refugio de la bahía, y la lengua de El Cabo de Tuercespina comenzó a dejarse ver. Los remos desaparecieron de las cubiertas inferiores; las velas se hincharon y comenzaron a llevar al barco de manera más constante. Li Li no estaba segura de si debía sentirse aliviada o preocupada. Por una parte, ella y Chen habían dejado atrás una escaramuza entre dos facciones piratas rivales. Pero por otra, ahora los dos estaban atrapados en el barco de Catelyn, y salvo el mar no tenían ningún lugar al que ir. Mientras Bahía del Botín desaparecía rápidamente a sus espaldas, Li Li se preguntaba cuánto tardarían Catelyn y su tripulación en volver a ocuparse de ella y de Chen, ahora que el peligro de la emboscada había desaparecido.
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Catelyn gritó una maldición tan vulgar que incluso Li Li se sonrojó.
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Flotando en las aguas de los alrededores de Bahía del Botín, justo fuera del alcance de los protectores cañones del muelle, había nada menos que tres barcos completamente dispuestos, con sus velas de amplias franjas rojas y negras: los colores de los Bucaneros Velasangre. Catelyn volvió a maldecir, y otros miembros de la tripulación hicieron lo propio. Chen no dejaba de moverse, inquieto. La novia de Neptulon había caído en una trampa.
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—¡Preparad los cañones! —gritó Catelyn—. ¡Todo el mundo a las armas! ¡Esta va a ser el combate de nuestra vida!
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—Y de la nuestra —dijo Chen con tono grave.
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Tan pronto como estuvieron a tiro, los Bucaneros dispararon. La mayor parte de los disparos se quedaron cortos, pero unos cuantos impactaron contra La novia. La cubierta se tambaleó por el impacto, y enormes trozos de madera saltaron por los aires. Li Li y Chen se agacharon y se cubrieron la cabeza con las manos.
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—Es desesperante —gruñó Li Li— verlos atacar y no poder hacer nada.
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Chen asintió con la cabeza. —Las batallas navales son terribles por eso.
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Catelyn y su tripulación consiguieron al menos devolver su propia porción de fuego de cañón, e incluso realizaron unos cuantos disparos buenos, pero sus oponentes navegaban directamente hacia ellos. Para cuando la tripulación recargara los cañones, La novia estaría invadida de Bucaneros Velasangre.
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—¡A las armas! —gritó Catelyn mientras los barcos del enemigo comenzaba a acercarse a La novia—. ¡Presentemos tal batalla que no lo olviden jamás!
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Los barcos Velasangre zarandearon con violencia a La novia de Neptulon mientras se deslizaban a su lado, y varios miembros de las tripulaciones abordaron el barco blandiendo todo tipo de espadas. La tripulación de La novia luchó con fiereza, pero se encontraba en clara desventaja.
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Catelyn estaba luchando contra dos enemigos al mismo tiempo: un goblin furioso al que le faltaba un trozo de oreja, y una ágil y alta elfa de la noche que lucía una daga casi tan grande como la de Catelyn. La obligaron a recular en cubierta hasta que su daga estuvo frente a la de Li Li, quien rápidamente realizó un esquive y barrió los pies de la elfa de la noche con ayuda de su bastón. La elfa cayó de bruces en cubierta, y de su nariz comenzó a brotar sangre.
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—Más vale que ahora te sientas mal por robarme la perla —dijo Li Li.
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—La verdad es que no —respondió con frialdad Catelyn mientras destripaba a un gnomo Velasangre, quien había sido lo suficientemente necio como para saltar sobre ella—. Si no hubieseis venido a buscarme, ahora tendría dos tripulantes menos en mis filas.
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Li Li quiso contestar, pero los Bucaneros estaban cada vez más cerca y debía concentrarse plenamente en la batalla. Propinó patadas, se agachó para esquivar los golpes y utilizó su bastón para derribar e incapacitar a sus enemigos. No dejaba de lanzar polvo encantado a cada paso, y enjambres de abejas, de diminutos pájaros y de mosquitos distraían y asediaban a los piratas atacantes, pero la arremetida de los Bucaneros no parecía detenerse jamás. Había demasiados, y siempre había alguien deseoso de reemplazar a cualquiera que hubiese caído en ese instante.
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Poco a poco, Li Li se percató de que estaba cediendo terreno. Ella Y Chen presionaban hombro con hombro, luchaban juntos incluso a sabiendas de que les estaban superando. Toda la tripulación de La novia de Neptulon se agrupaba en torno a Catelyn, Li Li y Chen, en el centro de la cubierta. Apuntaban con sus armas hacia fuera, estaban sudando, con la respiración entrecortada, la sangre manaba de sus heridas y se encontraban rodeados por todas partes. Li Li apretó los dientes. El auténtico combate no había hecho más que comenzar.
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Unos golpes continuos y rítmicos contra las tablas de la cubierta rompieron el silencio previo a la matanza. Un sombrero de capitán apareció por encima de los Bucaneros Velasangre, cuyo propietario sacaba una cabeza a todos los de su alrededor. Se acercó al frente y Li Li pudo verlo con claridad. Se trataba de un enorme draenei, con unas pezuñas hendidas tan grandes como platos. Sus zarcillos faciales se desparramaban sobre su abrigo rojo como los tentáculos de un viscoso pulpo azul. Un parche cubría su ojo derecho, y en su mano izquierda llevaba el sable más grande que Li Li hubiera visto jamás.
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—¡Tus diarios decían que los draenei eran un pueblo pacífico y espiritual! —le espetó Li Li a Chen.
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—Se me debió pasar por alto este tipo —susurró Chen.
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—Vaya, vaya. —El inconfundible acento draenei salió de su boca con aires de suficiencia—. Sabía que algún Asaltante caería en mi red si hacía lo que debía. Es una verdadera suerte que la famosa Catelyn Tejerruna… Oh, venga, no me mires así: ese es tu nombre, ¿no? Es una verdadera suerte que hayas sido tú quien haya caído.
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—Ese nombre me resulta conocido —murmuró Chen—. ¿Dónde lo he escuchado antes?
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—Para el barón Revilgaz eres realmente especial, Catelyn; eres una duelista de renombre —prosiguió el Capitán draenei—. Aunque según he oído, parece que en la actualidad tienes ciertos problemas financieros. Es posible que te pueda echar una mano con eso.
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—Preferiría que el Cártel me destripara por deberles dinero antes que unirme a ti —gruñó Catelyn—. Sea como sea, ¿quién demonios eres tú? Conozco a todos los Velasangre de aquí a Trinquete.
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El Capitán draenei se quitó el sombrero con cierta exageración.
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—Soy el capitán Koslov, y como bien has adivinado, soy nuevo en la cadena de mando. A juzgar por mi éxito aquí hoy, debo de ser un capitán bastante más eficaz que mis predecesores.
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Un destello cegador de luz azul añil se percibió en la lejanía, en dirección a Bahía del Botín. El capitán Koslov se dio la vuelta para observar el origen del destello, pero no sucedió nada más. Se aclaró la garganta y volvió a dirigirse a Catelyn.
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—Tú y el resto de tripulación de este barco tenéis una opción —prosiguió—: Rendiros o morir. Sencillo, ¿no?
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—Aún no habéis vencido —protestó bruscamente mientras se revolvía y blandía su daga.
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—Veo que habéis elegido morir —respondió Koslov, sonriendo. Y elevó el brazo para dar la señal de ataque.
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Una multitud de sonidos como de disparos, similares a chasquidos, inundaban el barco. Todo el mundo trataba de ponerse a cubierto. La novia de Neptulon comenzó a vibrar mientras el casco se elevaba sobre el agua. Li Li perdió el equilibrio y se resbaló de manera algo patosa sobre la cubierta debido a la inclinación del barco, y acabó tropezando con un Bucanero distraído. Se golpeó contra la cubierta pero se recompuso, y se incorporó mientras el barco recobraba el equilibrio.
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Una gran extensión del mar circundante, en la que se encontraba La novia de Neptulon y los tres barcos de los Bucaneros Velasangre, se había transformado en hielo.
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Li Li parpadeó. Aún podía ver la costa de Tuercespina hacia el este. Se trataba de un paisaje selvático, cubierto de palmeras y una densa vegetación. Eran aguas tropicales.
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—¿Qué está pasando? —gritó el capitán Koslov.
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—Eso digo yo —murmuró Li Li para sí misma.
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—Lo que pasa es que estás a punto de rendirte —tronó una voz masculina.
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Todo el mundo miró a su alrededor, desconcertado.
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Entonces, cuatro individuos ataviados con túnicas moradas avanzaron con ligereza sobre el hielo y se acercaron a los barcos. Liderados por un humano de mediana edad, con cabello cobrizo y piel blanca, treparon con facilidad por la barandilla de La novia de Neptulon y subieron a cubierta.
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—¿Y tú quién eres? —preguntó Koslov, que estaba que echaba humo.
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—¿Padre? —Si el timbre de una voz pudiese alterar la realidad, la incredulidad de Catelyn habría hecho que los recién llegados simplemente se esfumasen.
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El primero de los magos esbozó una sonrisa más que leve.
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—Ajá, tú debes de ser Ansirem Tejerruna —dijo despectivamente el capitán Koslov—. Qué reunión familiar más encantadora. Me temo que tendréis que morir juntos. ¡Matadlos!
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—Eso habrá que verlo —dijo Ansirem.
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Los Bucaneros Velasangre lanzaron su ataque.
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Decir que aquello fue una batalla sería exagerar; la palabra que le vino a la mente a Li Li fue "paliza". Los cuatro magos eran imbatibles. Con rápidos golpes de muñeca lanzaban virotes de energía Arcana tan pura que todo el pelaje de Li Li se erizó.
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Los Bucaneros eran incapaces siquiera de poner un dedo encima a los poderosos magos. Los piratas salían despedidos contra la cubierta y los mástiles, volaban por los aires, más allá de las barandillas, para acabar deslizándose sobre el hielo. Los únicos que tenían algo de sentido común huyeron a la carrera, se deslizaron hasta sus propios barcos para encogerse en las cubiertas inferiores y esperar a que la tormenta amainase. Alrededor de La novia de Neptulon el cielo parecía un espectacular conjunto de fuegos artificiales, con coloridos estallidos de luz que explotaban y caían sobre cualquiera que se atreviese a atacar a Ansirem o a sus compañeros.
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Li Li se cobijó en un cofre que había en cubierta, satisfecha con poder sentarse y disfrutar del espectáculo. ¡Eso sí que era magia de verdad!
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El capitán Koslov estuvo bastante despierto, pues no tardó demasiado en marcharse una vez que los magos demostraron su impresionante dominio de las artes Arcanas. Saltó por la borda y comenzó a correr sobre el hielo, furioso por la derrota.
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Cuando el último de los Bucaneros logró volver a sus barcos, los magos elevaron de manera conjunta sus manos y el hielo que contenía a los cuatro barcos se derritió. Li Li pudo ver cómo los Bucaneros Velasangre desplegaban las velas en cubierta a toda prisa para poner mar de por medio entre ellos y La novia tan pronto como fuera posible. Mientras se marchaban, un curioso silencio se apoderó de La novia de Neptulon, tripulación superviviente agitaba la cabeza y se esforzaba por recobrar la orientación.
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Catelyn Tejerruna se dirigió hacia su padre y sus compañeros: otra mujer humana, una gnoma de aspecto alegre y un elfo noble de gran estatura.
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—Yo… Esto… —comenzó Catelyn. Suspiró y volvió a comenzar—. Gracias por… eh… salvarnos la vida.
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—No hace falta que me des las gracias —dijo Ansirem—. Ya sé que no te gusta demasiado saber de mí, pero esta vez la situación era crítica y no podía quedarme tranquilamente sin hacer nada.
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—¿Cómo lo supiste? —preguntó Catelyn—. No vives aquí.
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Al oír eso, Ansirem esbozó una sonrisa astuta. —Por lo que recuerdo, el oro es la lengua universal en Bahía del Botín. Tengo un par de "amigos" a los que no les molesta mantenerme informado cuando algo sucede. Escuché que estaban planeando tenderte una emboscada, pero para cuando me enteré ya era demasiado tarde.
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Las cejas de Catelyn se arquearon. —Ya veo.
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—Sabía que tu nombre me resultaba conocido —interrumpió Chen mientras se acercaba a Catelyn y a los magos—. Sabía que había oído el apellido de Tejerruna en algún lugar. —Examinó a Ansirem—. Eres un archimago del Kirin Tor, ¿verdad?
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Ansirem asintió con la cabeza. —Así es. —Inclinó la cabeza hacia Chen—. He leído sobre tu pueblo, pero debo reconocer que nunca había visto a un pandaren. ¿Eres miembro de la tripulación a las órdenes de mi hija?
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Chen esbozó una amplia sonrisa, dejando a la vista sus dientes. —No. Pero mi sobrina y yo hemos sido víctimas de su piratería.
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Catelyn tragó saliva con una expresión en el rostro a mitad de camino entre la culpabilidad y la furia. Ansirem lanzó una mirada escrutadora a su hija.
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"Catelyn..."
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—¡Oh, por el mismísimo Neptulon! —gritó levantando los brazos—. Esto no puede estar pasando. Soy pirata, papá. Algunas veces robo cosas. ¡Es parte de mi trabajo! Y no me mires así, como si todo lo que tú has hecho como archimago hubiera sido perfectamente ético.
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Ansirem abrió la boca para protestar e inmediatamente la volvió a cerrar. La humana del grupo que lo acompañaba no pudo contener la risa.
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—Bueno, en eso tiene razón, Ansirem —dijo ella.
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Ansirem lanzó un exagerado suspiro. —Estás a la que salta, ¿eh, Modera?
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—¡No lo dudes!
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—Bueno, si se me permite —respondió Ansirem—, mi conjetura es que, en este caso en particular, tu robo tiene relación con la deuda que tienes con el Cártel Bonvapor por negarte a entablar una pelea.
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—Eh, ¿cómo sabes que...? —comenzó Catelyn, pero se detuvo—. No me voy a molestar en preguntar. Sí, así es.
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—Ya me parecía. —Ansirem introdujo su mano en una de las anchas mangas de su túnica y sacó de ella una brillante joya de un tamaño cercano al de su puño—. Esto es una gema encantada. ¿Crees que con ella podrás saldar la deuda?
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Los ojos de Catelyn se abrieron de par en par llenos de codicia. Extendió la mano abierta. —Por supuesto. Las gemas encantadas están realmente solicitadas. ¿Qué hace?
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—Se supone que ayuda a quien la lleva a lanzar hechizos.
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Catelyn entrecerró los ojos. —"¿Se supone?"
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—El mago que la labró era un estudiante por aquellos tiempos, y sinceramente, no era el mejor de su promoción. Pretendía utilizarla para hacer trampas en sus exámenes, pero los suspendió de todos modos.
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Los tres compañeros de Ansirem comenzaron a reírse. Catelyn los observó con recelo.
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—¿Era de uno de tus alumnos?
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—No exactamente —dijo Modera antes de que Ansirem pudiese hablar—. Aunque no dudo que sus alumnos hayan intentado utilizar técnicas parecidas.
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Ansirem puso los ojos en blanco.
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—La hiciste tú, ¿verdad, papá? —Catelyn se percató de lo que sucedía.
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Ansirem se aclaró la garganta, dando la imagen de estar algo avergonzado. —Sí. Y, como ya he dicho, no funcionó. Los tramposos jamás llegan a nada. Tuve que aprender a ser mago como es debido.
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Del mismo modo que su padre hacía tan solo un instante, Catelyn puso los ojos en blanco.
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—¿Está encantada de verdad?
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—Sí… Solo que no del todo bien. Solo funciona la mitad de las veces —Ansirem se detuvo—. Te recomiendo que omitas ese detalle cuando la vendas.
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Aún riéndose, Modera soltó otra perla: —Parece que hay cosas que nunca cambian.
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Ansirem lanzó un exagerado suspiro y posó sus manos sobre los hombros de su hija.
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—No te voy a engañar: me habría gustado que hubieses elegido otra... profesión —dijo. Y la expresión de su rostro se volvió más serena—. Pero sea como sea, eres mi hija, y eso no lo olvidaré nunca.
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—Te ha quedado de lo más sentimentaloide —respondió de mala gana, pero a continuación esbozó una sonrisa.
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Ansirem dio un paso atrás y comenzó a lanzar un hechizo. Tras hacer un gesto de despedida a su hija, él y el resto de los magos se teletransportaron a otro lugar.
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De nuevo en los muelles de Bahía del Botín, Li Li y Chen se sentaron en las dependencias de Catelyn a bordo de La novia de Neptulon. Catelyn sacó una caja de un armario y se la ofreció a Li Li.
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—Creo que esto es tuyo. Siento haber… —Catelyn dejó de hablar y sacudió la cabeza—. Vaya por dios. Empiezo a hablar como mi padre —dijo lanzando un suspiro—. Bueno, no la necesito para saldar mi deuda, así que podéis quedárosla.
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Li Li se aclaró la garganta y Chen cruzó los brazos.
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—Vale, vale, no debería habérosla robado. Madre mía…
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—Eso ya está mejor —dijo Li Li, risueña, mientras cogía la caja. Echó un vistazo a su interior y vio la perla que brillaba levemente, envuelta en terciopelo. Satisfecha, Li Li la introdujo en su mochila, donde debía estar.
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Catelyn tenía una expresión algo incómoda. —Como pago por haberos robado la perla, y como agradecimiento por ayudarme a mí y a mi tripulación a luchar contra los Bucaneros Velasangre, tengo una propuesta que haceros.
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—Sé que queréis viajar al sur. El ataque aquí, en Bahía del Botín, ha provocado que las cosas estén un poco desorganizadas, y pasará tiempo antes de que los barcos privados ofrezcan viajes de nuevo. Tengo que ir a Gadgetzan para ver a un representante del Cártel y así saldar mi deuda; si queréis, os puedo llevar sin cobraros nada. Tengo algunos contactos allí, y os podría ayudar a encontrar a alguien que os hiciese de guía.
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—No está mal, no está mal... —dijo Li Li—. Así que te sientes culpable por habernos robado, ¿eh?
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—No te pases —dijo Catelyn con firmeza—. ¿Y bien?
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—A mí me parece bien —dijo Li Li—. No he estado nunca en Gadgetzan. ¿Tú qué dices, tío Chen?
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—Hace mucho que no navego en un barco pirata —dijo Chen—. Creo que podría volver a hacerlo.
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—El barco debería estar arreglado en uno o dos días —dijo Catelyn. Extendió la mano hacia Li Li, que hizo lo propio.
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—En ese caso, nos vemos pronto —dijo Li Li.
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Una vez iniciado el camino, el viaje a Gadgetzan se desarrolló sin grandes complicaciones. Li Li se sintió algo inquieta por estar en el mar de nuevo, aunque la vida a bordo del barco era muy distinta de la que se lleva en Shen-zin Su. No podía apartar de su mente la escena que había presenciado entre Ansirem Tejerruna y su hija extraviada. Li Li no dejaba de darle vueltas, y no era capaz de llegar a ninguna conclusión. Fue suficiente para mantenerla distraída hasta que la arenosa y desierta costa de Tanaris estuvo a la vista.
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Mientras su destino se acercaba cada vez más, Li Li se abrió paso hacia el timón del barco, donde se encontraba Catelyn.
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—Deberíamos llegar al anochecer —dijo Catelyn mientras Li Li se acercaba.
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Li Li asintió con la cabeza. —Eh —musitó ella. Dudó un instante, y después prosiguió—. Quiero preguntarte algo.
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Catelyn la observó con curiosidad. —¿El qué?
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Li Li dejó su mochila en el suelo y sacó la perla de su interior. —Sostén esto un momento. Concéntrate en ella y dime qué ves.
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Catelyn parecía escéptica, pero aceptó y cogió la perla entre ambas manos, tal y como Li Li había hecho en El Gran Archivo en Shen-zin Su. La vista de Catelyn comenzó a desenfocarse, y se quedó de pie sobre la cubierta del barco, que se mecía suavemente, mientras miraba la superficie de la perla. Después de que transcurrieran uno o dos minutos, parpadeó y sacudió la cabeza. Lanzó una mirada por encima de la cabeza de Li Li, hacia la lejanía, con una expresión pensativa en su rostro.
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—¿Qué te ha mostrado? —preguntó Li Li mientras cogía la perla y volvía a ponerla con cuidado en la mochila.
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Catelyn miró a Li Li. —¿Ya sabías que predice el futuro?
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Li Li se encogió de hombros. —Te muestra visiones. No estoy segura de que sean reales.
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—Me he visto a mí misma al timón de un barco —respondió Catelyn—. No muy diferente a este, en realidad, excepto porque de alguna manera sabía que era mío. Mío de verdad —añadió mirando de nuevo a Li Li—. No de los Asaltantes Aguasnegras, ni del Cártel Bonvapor. —Permaneció en silencio durante un instante—. Mi propio barco —dijo con tranquilidad, y no volvió a hablar, absorta en sus pensamientos. Li Li cogió su mochila y se la cruzó al hombro. Mientras descendía los escalones se volvió para mirar a Catelyn. La joven lucía una serena sonrisa en el rostro mientras observaba el mar azul.
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Aquella tarde, a salvo en Gadgetzan, Li Li y Chen se sentaron en sus hamacas, en la posada. A Li Li le sorprendió descubrir cuánto le estaba costando volver a acostumbrarse a pisar tierra firme. Tenía la sensación de que sus piernas eran de plástico, y de que todo estaba demasiado quieto.
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—Estás asombrosamente callada, Li Li —dijo Chen mientras la observaba—. ¿Qué sucede?
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Li Li no respondió al instante. Se acostó en la hamaca y juntó las manos por detrás de su cabeza.
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—Tío Chen, cuando esos magos nos salvaron de los Bucaneros Velasangre, ¿no te pareció un poco extraño?
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—¿Te refieres a esos cuatro poderosos miembros del Kirin Tor que simplemente se teletransportaron a Bahía del Botín, se presentaron en nuestro barco y le dieron una paliza a nuestros oponentes? No me pareció extraño. Estoy seguro de que es algo totalmente normal.
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—Muy gracioso… —dijo Li Li. Casi podía oír a Chen sonreír—. Me refiero a cuando el padre de Catelyn le dijo que ella siempre sería su hija y él nunca lo olvidaría. Pasase lo que pasase.
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—¿Y qué pasa con eso? —La voz de Chen se volvió más tranquila.
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—¿Crees que…? —De repente, a Li Li se le puso un nudo en la garganta —. ¿Crees que eso lo decía de verdad? Antes de que Li Li pudiese hacer nada por evitarlo, otro pensamiento hizo acto de presencia en su mente. ¿Mi padre piensa lo mismo de mí? ¿O piensa que no tengo remedio? Li Li se levantó de repente y perdió el equilibrio; a punto estuvo de caerse de la hamaca.
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Chen la agarró y la detuvo. Después, se puso de rodillas y la agarró del antebrazo. Li Li apartó la mirada, con lágrimas en los ojos. —Es solo un poco de polvo —murmuró.
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—Li Li, mírame. —Ella levantó la cabeza.
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—No tengo ninguna duda —dijo Chen.
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Varias lágrimas comenzaron a rodar por el rostro de Li Li mientras Chen la abrazaba, dejando rastros húmedos en el pelaje de sus mejillas.
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—Gracias, tío Chen —susurró.
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—Tu padre te quiere como a nada en este mundo —dijo Chen—. Me jugaría la vida a que así es.
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Li Li asintió con la cabeza y apoyó el rostro sobre el hombro de su tío mientras la noche caía suavemente sobre Gadgetzan y el Desierto de Tanaris.
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===Tercera Parte===
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El vapor de la tetera inundaba el aire con el refrescante aroma de la menta, lo que traía a la mente de Chon Po los momentos en que Shen-zin Su nadaba hacia latitudes más elevadas, donde los días se acortaban y se enfriaban. Para hacer frente al frío, Xiu Li solía hervir agua para hacer té, y los dos pandaren rodeaban las tazas de cerámica con sus zarpas mientras intercambiaban anécdotas y se arropaban con mantas para entrar en calor. Esta vez no era Xiu Li quien vertía el té, sino su madre, Mei.
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—Últimamente estás muy cansado, Po —decía ella.
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Chon Po cogió su taza de té y la volvió a bajar. Mei estaba sentada a la mesa en el mismo lugar en el que se encontraba Li Li la tarde en la que él perdió los estribos con ella y con Chen. A la noche siguiente, Li Li se marchó a hurtadillas con la perla. Desde entonces solo había recibido algunas cartas con datos imprecisos. Echaba muchísimo de menos a su hija.
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—Estoy preocupado por Li Li —dijo—. Y por Chen.
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Mei tomó un sorbo de té. El grisáceo pelaje en ambos lados de su rostro coincidía en tono con el cabello que había peinado hacia atrás para formar una trenza. Fijó su mirada en él y a Chon Po le dio un vuelco el corazón. Era la misma mirada que la de Xiu Li. Y también la de Li Li.
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—Preocuparse por la familia es algo natural —dijo Mei.
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—¿Qué he hecho mal? —espetó Chon Po. Mei elevó las cejas al mirarle, y a continuación bebió un poco más de té.
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—Me temo que tendrás que ser algo más preciso —dijo ella.
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"—He fracasado. Mi familia está dividida, y solo mi hijo sigue conmigo. Mi hija me desprecia. —La rabia y la frustración eran fácilmente perceptibles en su tono de voz. Mei sacudió la cabeza.
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—Li Li no te desprecia, Po —dijo ella—. No estás haciendo la pregunta adecuada.
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—¿Y cuál es la pregunta que debería hacer?
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—Deberías estar preguntándote si crees que la muerte corporal es una tragedia mayor que la muerte espiritual.
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Chon Po pestañeó. —¿Qué?
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Mei bajó la taza de té y cruzó los brazos.
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—Cuando Xiu Li murió, perdiste a tu mujer. Yo perdí a una hija. Sé lo que temes, porque yo lo he experimentado.
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El corazón de Chon Po dio un vuelco. Mei prosiguió.
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—A mi hija le encantaban los barcos de pesca. Adoraba el mar; adoraba el modo en que el trabajo oscilaba siempre entre el ocio, la cuidadosa paciencia y la emoción. Y sí: también adoraba el riesgo.
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Los ojos de Mei se apartaron de los de Chon Po. Parecían mirar más allá de él, hacia algún recuerdo que se desarrollaba en su mente.
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—Solía observar cómo se le iluminaba el rostro cuando se ocupaba de su barco. Cada día, mientras lo llevaba desde la orilla hasta mar abierto, su espíritu se elevaba.
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La mirada de Mei volvió a centrarse.
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—¿Le habrías arrebatado eso tan solo para mantenerla a tu lado durante más tiempo?
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Chon Po observó su taza de té y su plato.
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—Bo, el Recio, siguió a Li Li porque yo se lo pedí, y acabó muerto…
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—¿Te han contado Li Li o Chen qué es lo que dijo Bo antes de morir, Po?
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Nervioso, volvió a mirar a Mei, que le había pillado con la guardia baja.
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—No —respondió.
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—El último sentimiento que Bo expresó fue de gratitud por haber compartido los viajes de Li Li. Dijo que habían supuesto una auténtica inspiración. Que si tuviese la oportunidad de elegir, haría exactamente lo mismo. No lamentaba nada.
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Chon Po luchó contra esa idea durante un instante.
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—¿Eso es verdad?
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—Tanto Li Li como Chen me han dicho eso. No creo que me mintiesen. Estaban hundidos por lo que le sucedió a Bo.
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Mei se acercó y posó una de sus arrugadas zarpas sobre las de Chon Po.
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—Po, no puedes obligar a Li Li a hacer lo que tú quieras. Y lo sabes. Ya te ha desafiado dos veces. Li Li es lo que es: una luchadora, igual que tú. Su anhelo por conocer mundo es parte de lo que somos, y Shen-zin Su es prueba de ello. Pero no por ello dejará nunca de ser tu hija. Aunque no vuelva jamás a casa, no habrás perdido a Li Li.
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—Solo quiero que tenga un mínimo de seguridad —dijo Chon Po cerrando los ojos.
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—Ella será quien encuentre su propia seguridad —respondió Mei—. Y su propia felicidad
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Las doradas dunas se sucedían a gran velocidad y cada paso que daba la impulsaba varios metros hacia adelante en la arena. El sol se iba poniendo a la derecha de Li Li mientras descendía a toda prisa por las escarpadas montañas de la frontera suroeste de Tanaris. Pasó junto a un pequeño oasis de cactus en la base de las montañas, de camino hacia un estrecho paso que cortaba tan repentina y limpiamente la roca que parecía haber sido horadado por algún tipo de hacha cósmica. Cuatro firmes y magníficas estatuas flanqueaban el camino. Una de ellas tenía el típico aspecto de una mujer humana, pero el resto tenían cabezas de animales. Li Li se giró hacia ellas, y estas cobraron vida y extendieron sus manos hacia delante en ademán tentador. Aminoró su marcha, intrigada, y se dirigió hacia ellas. Al hacerlo, su comportamiento cambió. Gruñeron, y unos dedos largos y escuálidos que terminaban en garras parecidas a guadañas se extendieron hacia ella. Li Li abrió la boca para gritar. Las estatuas mutaron en una sola entidad que se transformó en su propio padre. Sus intenciones seguían siendo malévolas; él también la atraparía y la apresaría. Intentó correr, pero su zancada, antes tan vigorosa, dudó, y Li Li se precipitó hacia el suelo. Se observó a sí misma cayendo hacia delante a cámara lenta, cada segundo parecía durar una eternidad. Mientras el camino pedregoso se alzaba para recibirla, el paisaje se volvió líquido y la roca de color cobrizo cambió a un azul zafiro. Se zambulló en un embravecido mar que la zarandeaba, en medio de una imponente tormenta. Olas del tamaño de Shen-zin Su la elevaban y la succionaban hacia abajo con violencia. Ella clavaba las garras en el agua para permanecer a flote, boqueando en busca de aire.
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Una ola la elevó sobre su cresta, y pudo alcanzar a ver algo en la parte inferior. Otro pandaren nadaba hacia ella, y gritaba su nombre; estaba atrapado en el mismo océano despiadado.
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—¡Mamá! —gritó Li Li.
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Xiu Li llamó a gritos a su hija. Li Li extendió los brazos hacia ella, olvidándose de nadar. La ola sobre la que estaba no siguió su curso natural, sino que rompió y el agua se precipitó sobre sí misma. Li Li salió despedida hacia adelante, en la punta de lanza de la avalancha. El rostro de su madre se abalanzó sobre ella, mientras toneladas de agua rugían a su espalda y parecían ser la más firme sentencia de muerte jamás dictada.
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Algo húmedo salpicó la cabeza de Li Li y provocó que se despertase entre toses. Intentó levantarse, perdió el equilibrio y se estrelló contra el suelo, lo que hizo que varios objetos de su equipo se desprendiesen.
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—¿Li Li? —El tono preocupado de Chen la calmó y acabó con su pánico—. ¿Estás bien?
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Li Li se incorporó, esta vez ya con cautela, mientras se frotaba los ojos. Su mente iba poco a poco separando la realidad de la fantasía. Estaba en un vagón, cruzando Tanaris como parte de una caravana de enanos en dirección a Uldum.
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—Sí —masculló entre dientes, aún algo dispersa por la siesta y la pesadilla—. Solo era una pesadilla. —La imagen del rostro desesperado de su madre volvió de repente a su mente, lo que provocó que se estremeciese.
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—Eso me temía. No hacías más que moverte de un lado para otro. Has tirado uno de los odres de agua. —Chen sostuvo el contenedor, que tenía una marca oscura en el cuero que revelaba dónde se había derramado el agua. Li Li se apretó la mano contra la frente e intentó hacer algún tipo de broma, pero su ingenio no estuvo a la altura.
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—¿Con qué estabas soñando? —preguntó Chen—. ¿Quieres hablar de ello?
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-Empezaba como la visión que me mostró la perla en Gadgetzan. Estaba viajando por Tanaris. Vi el oasis y el paso con las estatuas. Y entonces… —La voz de Li Li se fue apagando. Chen esperó pacientemente. —Entonces se convirtió en una pesadilla. Estaba… atrapada en el mar durante una tormenta —concluyó.
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Chen no la presionó para obtener más detalles. —No pasa nada, Li Li —dijo. Su presencia era más reconfortante de lo que Li Li estaba dispuesta a admitir.
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Ambos se abrieron paso entre los pliegues de la lona que había en la parte trasera del vagón y treparon hasta el asiento de madera. Se sentaron junto a la conductora, una enana de pelo gris oscuro llamada Felyae. La dorada e interminable arena de Tanaris se extendía en todas direcciones. Lo único que rompía semejante tedio visual era la cadena de montañas al suroeste, que había aparecido en el horizonte unos cuantos días antes, mientras coronaban las dunas. Saber que la caravana no dejaba de acercarse al final del desierto motivaba a toda la tripulación.
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—¿Qué tal te encuentras, muchacha? —preguntó Felyae amablemente—. No parecía que te estuviese sentando muy bien esa siesta.
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—Estaba teniendo una pesadilla —respondió Chen antes de que Li Li pudiese decir nada.
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—Sí, el calor del desierto no es bueno para la cabeza —respondió Felyae. Tiró ligeramente de las riendas del camello hacia sus muslos para enfatizar sus palabras—. Todo el mundo tiene pesadillas y alucinaciones.
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Li Li no había pensado jamás en las visiones de la perla como alucinaciones, pero sus experiencias durante las últimas semanas estaban provocando que lo reconsiderase. Al llegar a Gadgetzan estaba segura de poder conseguir un barco gracias a los contactos de Catelyn, lo que les permitiría a ella y a Chen dirigirse por fin al sur en busca de Pandaria. Pero, incluso a pesar de la recomendación de la famosa pirata, les resultó imposible encontrar a un capitán dispuesto a colaborar. De nuevo, se dirigió a la perla en busca de algún tipo de consejo, y esta le había mostrado un camino a través de Tanaris y más allá de las montañas, hacia la tierra de Uldum. Así que hacia Uldum se dirigían ella y Chen, tras comprar el pasaje a un grupo de enanos de la Liga de Expedicionarios.
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—Llegaremos a la frontera en uno o dos días —dijo Felyae, llenando el silencio—. ¿Qué tenéis pensado hacer en Uldum?
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—Vamos a la ciudad —dijo Chen.
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—Ah, ¿Ramkahen?
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—Eh, sí, Ramkaa... hen —respondió Li Li, pronunciándolo a trompicones. No sabía el nombre de la ciudad—. Esa es la que está a la orilla del lago, ¿verdad?
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—Al menos en la orilla norte —afirmó Felyae—. Se llama así por sus habitantes.
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—Los tol'vir —dijo Chen. Felyae asintió con la cabeza, y Chen prosiguió—. ¿Sabes algo acerca de ellos? Yo apenas los conozco.
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—Bueno —comenzó Felyae, pensativa—, los tol'vir son como centauros, solo que son gatos grandes en vez de caballos.
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Chen se incorporó, visiblemente fascinado. —¡Qué interesante!
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—Sí —dijo ella—. Una vez estuve en Ramkahen, y conocí a varios de ellos. Sea como sea, los tol'vir están divididos en tribus, que llevan el nombre de la ciudad en la que vive cada una de ellas. Los Ramkahen viven en Ramkahen. Antes había otras dos, la Neferset y la Orsis, pero casi han desaparecido del todo.
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—¿Qué sucedió? —preguntó Li Li.
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—Una guerra. Una guerra civil. Ahora los Ramkahen son realmente los únicos que quedan.
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—Es una lástima —dijo Chen en voz baja.
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—Sí que lo es —afirmó Felyae—. No he estado en la ciudad desde que terminó la guerra, así que no puedo deciros qué os vais a encontrar, pero recuerdo que era un lugar sombrío. Bonito, pero lleno de dolor.
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Los tres permanecieron en silencio durante un tiempo en el vagón, mecidos por sus ligeros tumbos, contemplando el pesado andar del camello que se elevaba sobre la enésima duna. Mientras llegaban a la cima escucharon un sonoro grito, y Dalgin, líder de la caravana, comenzó a dar grandes voces en el desierto.
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—¡Allí está el Valle Cardizal, en la parte inferior de las montañas! ¡Uldum ya está cerca!
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La emoción de Dalgin era contagiosa, y Li Li, Chen y Felyae esbozaron una sonrisa ante las buenas nuevas, a pesar del lóbrego tema sobre el que habían estado hablando. Li Li sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Uldum no había sido descrita jamás en ninguna de las cartas de Chen.
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Cuando llegaron al valle, el humor de todos mejoró. La arena dio paso a un suelo más firme, y el ritmo de la caravana se incrementó. Las inhóspitas montañas se alzaban justo frente a ellos, y un revelador corte en la ladera mostraba el proseguir de la senda.
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Dalgin se aseguró de que no sucediese nada sin anunciarlo con anterioridad. —¡Estamos llegando al paso! —gritó—. ¡Estaremos en el campamento al anochecer!
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La caravana avanzaba sin cesar, lenta y penosamente, hacia las sombras que se extendían a lo largo de la base de los empinados muros de la montaña. Muy por encima, las estatuas de los guardianes, aún mayores que en la visión de Li Li, flanqueaban a los viajeros. Se estremeció al recordar su sueño, pero las enormes tallas permanecieron impertérritas, imponentes al mismo tiempo que inofensivas.
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Las pezuñas de los camellos repicaban suavemente contra el suelo, y su débil eco reverberaba como si se trataran de lejanas campanas. Li Li giraba la cabeza en todas direcciones. Deseaba de todo corazón conocer a la gente que había creado ese lugar, para escuchar sus historias y aprender más sobre su arte. Alcanzó a ver a Chen mientras observaba todo a su alrededor, y descubrió que en su rostro se dibujaba la misma expresión de asombro y fascinación. ¿Se habría sentido así también Liu Lang? ¿Fue eso lo que los llevó, a él y a sus seguidores, a perseguir una vida de exploradores? Una punzada de lástima castigó su corazón al pensar en su padre. No tenía ni idea de lo que se estaba perdiendo.
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a luz volvió a inundar la caravana después de atravesar el paso. El camino proseguía hacia al oeste, cruzando unas grandes ruinas. Una enorme estatua de una persona de apariencia felina y con alas guardaba una tumba con una gran espada en la mano. Li Li estaba tan absorta contemplándola que casi ni se percató de que la caravana se había detenido de repente con un bandazo. El grito proveniente de Dalgin acabó con su ensimismamiento.
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—Por la barba de Brann, ¿qué es todo esto? ¿Por qué nos apuntáis con eso?
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Li Li, Chen y Felyae intercambiaron entre sí miradas de cautela. De manera instintiva, Li Li buscó a su espalda el bastón que sabía que se encontraba en el interior del vagón cubierto, pero Chen la agarró por la cintura para detenerla. Con su otra zarpa apuntó hacia las ruinas. Li Li siguió su mirada.
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Varias criaturas, altas y cuadrúpedas, de color oro pardo, marrón brillante y negro azabache, avanzaban hacia la caravana a grandes zancadas. Sus torsos eran similares a los humanos, pero tanto sus cabezas como la parte inferior de sus cuerpos eran felinas. Li Li contuvo la respiración: ¡tol'vir! Su emoción no duró demasiado. Se trataba de tol'vir con cara de pocos amigos, y estaban armados.
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—¡Eh! —gritó Dalgin mientras se acercaba a los tol'vir—. ¡No hemos hecho nada malo!
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El líder del grupo de tol'vir dio un paso al frente; las prendas que llevaba en el pecho y en el lomo lo hacían fácilmente distinguible. En una de las manos llevaba sin esfuerzo una lanza verdaderamente enorme. Dalgin era la mitad de grande que él. Li Li admiraba el valor del enano. O su imprudencia.
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—Debéis venir con nosotros a la ciudad de Ramkahen —retumbó la voz del líder tol'vir—. Allí os explicaréis ante el rey Phaoris.
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—¡Por favor, si simplemente estamos mirando! —replicó Dalgin—. Documentar alguna que otra cosa, registrar datos...
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—Se os escoltará a la ciudad —repitió implacable el tol'vir. Dalgin murmuró algo en idioma enano. Li Li estuvo un rato imaginando qué habría pasado, y soltó una pequeña risa al contemplar varios de los peores resultados posibles. La caravana se puso en marcha con estrépito; los severos tol'vir marchaban al lado de los vagones y los guiaban hacia Ramkahen en silencio.
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Llegaron a la ciudad a través de un gran río y el oasis que cubría su ribera. Li Li estaba fascinada con el paisaje. Se maravillaba al observar la diversidad de la vida presente a lo largo del río. Palmeras y helechos de grandes hojas poblaban la orilla, proporcionando sombra a la ribera y refugio a una gran variedad de animales: ranas, sapos, lagartos, y delgados y altos pájaros. Le impresionó comprobar que una frágil franja de exuberancia pudiera prosperar en medio del inhóspito desierto.
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De repente, la población de árboles disminuyó. Cuatro pilares de piedra se elevaban sobre la tierra, y más adelante dos grandes estatuas con cabeza de halcón custodiaban la entrada a la ciudad. Al sur, el Lago Vir'naal brillaba como un conjunto de diamantes bajo el despiadado sol.
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Habían llegado a Ramkahen. Los tol'vir los acompañaron hasta la ciudad y ordenaron que los vagones permanecieran a sus puertas. Li Li blandió su bastón con cautela mientras caminaba al lado de los tol'vir, mucho más grandes que ella, pero ninguno de ellos se dignó a dirigirle la mirada.
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Ramkahen habría sido realmente fascinante para los pandaren si sus circunstancias en ese momento hubiesen sido distintas. Pero dada su situación, Li Li estaba demasiado molesta como para apreciar las calles bellamente adoquinadas o los coloridos toldos que decoraban cada puerta. El estado de ánimo de Chen no difería demasiado del de su sobrina.
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Mientras su séquito continuaba por Ramkahen, quedó claro que estaba pasando algo fuera de lo común. Una turba de tol'vir estaba reunida alrededor del centro de la ciudad, gritando de manera enfurecida. Los guardias estaban alertas en toda la gran plaza, examinando a la multitud en busca de comportamientos potencialmente peligrosos.
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—Pero ¿qué es lo que está pasando qué pasa aquí? —preguntó Chen en voz alta.
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Un gran edificio bordeaba el extremo norte de la plaza, con una amplia escalera que llegaba hasta un mirador elevado. Sobre él había cinco tol'vir fuertemente encadenados. Se encontraban escoltados por otros tres tol'vir, uno de los cuales llevaba una esplendorosa máscara que ocultaba por completo su rostro. A la distancia a la que se encontraba Li Li, era difícil fiarse de la propia vista, pero la piel de los prisioneros parecía de algún modo diferente a los otros tol'vir. Li Li forzó la vista, para tratar de ver mejor
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Uno de los tol'vir situado en la parte superior de la escalera se hizo oír por encima del estruendo.
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—¡El rey Phaoris se dirigirá ahora a vosotros! ¡Guardad silencio y escuchad!
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Las masas se calmaron. El tol'vir con la máscara, el rey Phaoris, habló, no a la gente allí reunida, sino a los prisioneros. Su intensa voz retumbaba por toda la plaza.
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—Neferset supervivientes: se os acusa de conspirar con el malvado dragón Alamuerte. Se os acusa también de aceptar su oferta para acabar con la maldición de la carne a cambio de vuestra lealtad hacia él y su aliado, el señor elemental del aire, Al'Akir. Asimismo, se os acusa de utilizar el poder que ellos os proporcionaron para provocar una guerra contra vuestro propio pueblo…
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—Tío Chen, ¿qué es la maldición de la carne? —susurró Li Li.
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—No lo sé —respondió, también entre susurros.
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—Es una enfermedad que afecta a las creaciones de los titanes —aseveró Felyae, que permanecía junto a ellos, en voz baja. Ambos pandaren parpadearon, perplejos—. Los titanes proporcionaron vida a sus creaciones mediante rocas, generalmente, u otros medios mecánicos —explicó ella—, para que pudieran llevar a cabo sus tareas en el mundo sin temor a que se deterioraran o se debilitasen. Pero hay seres que cuentan con una gran magia y malicia, y odian a los titanes; ellos sabotearon esas creaciones, transformando sus cuerpos en carne, como el del resto de criaturas de Azeroth.
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—¿Y tú cómo sabes todo eso? —preguntó Li Li en voz baja. En el rostro de Felyae apareció un gesto entre la sonrisa y el mohín.
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—Porque los enanos también tenemos esa enfermedad —dijo ella—. Una vez fuimos criaturas de piedra, hechas por los propios titanes.
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La expresión de Felyae dejaba claro que tenía sentimientos encontrados respecto al hecho de estar hecha de carne. Li Li, sabiamente, se abstuvo de comentar nada, pero pensó en la vez que estuvo en Forjaz durante la Fiesta de la Cerveza, y le costó imaginar el mismo bullicio y jovialidad por parte de los enanos si estuviesen hechos de piedra. No podía evitar sentirse un poco feliz al descubrir que ahora eran meras criaturas de carne y hueso, como ella misma.
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—En ese caso, los tol'vir deben de haber sido creados también por los titanes —comentó Chen. Y Felyae asintió con la cabeza.
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En lo alto de la escalera, el rey Phaoris estaba concluyendo su discurso. Li Li se había perdido la segunda mitad.
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—El Alto Consejo discutirá este asunto durante lo que queda del día de hoy y a lo largo de mañana. Al día siguiente, vuestros destinos se habrán decidido. ¡Si alguno de vosotros desea hablar en su propia defensa, que lo haga ahora!
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—¡Muerte a los prisioneros! —gritó alguien de entre la multitud.
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—¡Sufrimiento para los traidores! —vociferó alguien más.
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—Que comiencen las deliberaciones —dijo el rey Phaoris dirigiéndose a las masas, ya inquietas—. Todo ciudadano que desee contribuir con posibles modos de afrontar esta situación, puede dirigirse al consejo.
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Un grupo de guardas se llevó a los prisioneros Neferset, acompañados por los gritos y los abucheos de los espectadores. El rey Phaoris y sus acompañantes entraron en el magnífico edificio y desaparecieron. Poco a poco la multitud comenzó a dispersarse, del mismo modo que las corrientes de murmullos encolerizados que la recorrían. Los tol'vir que vigilaban a Li Li, a Chen y a los enanos los empujaron en dirección a la gran escalinata y hacia el enclave del rey.
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El grupo fue presentado directamente ante el rey Phaoris, quien los examinó durante unos desconcertantes y largos momentos antes de hablar.
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—Mis guardias os han traído ante mí por una razón —dijo con frialdad—. ¿Qué hacéis aquí? Dalgin dio un paso al frente.
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Dalgin stepped forward. —Somos arqueólogos —dijo, con el pecho ligeramente hinchado de orgullo—. De la Liga de Expedicionarios de Forjaz. Hemos venido para aprender cuanto podamos de los antiguos yacimientos de Uldum.
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Li Li podría haber jurado que Phaoris puso los ojos en blanco, pero su máscara hacía imposible saberlo a ciencia cierta. Aunque sí que suspiró levemente.
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—Una expedición de gnomos estuvo fisgoneando en las ruinas al sur, y perdieron completamente la cabeza —proclamó, con algo de impaciencia en el tono—. Es cierto que forasteros como vosotros nos proporcionaron una gran ayuda durante la reciente guerra, pero recordad que sois nuestros invitados en estas tierras. Algunas cosas están mejor enterradas. Podéis quedaros en mi ciudad por el momento, pero no llevéis al límite nuestra acogida. Podéis retiraros.
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Los enanos comenzaron a desfilar hacia el exterior, refunfuñando por lo bajo. Li Li captó partes de frases, cosas como: "obstrucción al conocimiento" y "malditos viejos estirados". Pero contuvo la risa. Chen se quedó atrás, fijándose en la estancia, empapándose con la arquitectura y la decoración de ese extraño lugar. Li Li sonrió y se quedó dando una vuelta con su tío.
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Pasado un rato, emprendieron la marcha con la intención de encontrar a los enanos y buscar una taberna, o su equivalente en Ramkahen. Mientras Chen se dirigía hacia la puerta fue casi arrollado por un tol'vir que entraba a toda prisa en el edificio.
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—¡Rey Phaoris…! —gritó el recién llegado—. Por favor, debo hablar contigo y con el Alto Consejo.
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El rey resopló sonoramente. —Ya hemos escuchado lo que tenías que decir, Menrim.
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—Por favor —insistió Menrim—, por favor, escuchadme. Los prisioneros Neferset merecen clemencia...
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—Estaba claro que dirías algo así… —gruñó uno de los miembros del consejo. El rey Phaoris levantó la mano para demandar silencio.
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—Menrim, sé que su destino te preocupa. El Alto Consejo se asegurará de que se haga justicia, sea cual sea la forma que esta adopte.
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—Provocaron una guerra y fueron derrotados —alegó Menrim—. ¿No es acaso eso suficiente? ¿Debemos responder a la sangre con la sangre?
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Otro tol'vir en la estancia murmuró algo que sonó muy parecido a un "sí".
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Li Li y Chen se dieron prisa en abandonar el edificio, escapando mientras la atención de todos estaba puesta en Menrim. Mientras dudaban en la plaza, sin saber adónde ir a continuación, Menrim salió por la parte superior de la escalera, arrastrando las patas de color terroso. El desánimo le salía por todos los poros, y el corazón de Chen fue en su busca. De manera impulsiva, decidió hablar con el solitario tol'vir.
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—No he podido evitar escuchar lo que le has dicho al Rey —afirmó mientras se acercaba a Menrim dando zancadas—. Creo que estás siendo muy valiente. No es sencillo abogar por la clemencia hacia aquellos que han obrado mal contigo.
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Menrim se quedó estupefacto ante las palabras de Chen. Sus ojos examinaron a los dos pandaren, claramente forasteros en aquellas tierras. No habló, pero su rostro perdió parte de su expresión angustiada.
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—Me llamo Chen Cerveza de Trueno. Mi sobrina Li Li y yo somos recién llegados. Esperamos que tengas suerte en estos difíciles momentos.
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—Mi nombre es Menrim —respondió el tol'vir—. Gracias por tus palabras. —Se detuvo durante unos instantes, y añadió—. Me encantaría invitaros a ti y a tu sobrina a cenar, si os parece bien.
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—Nos sentiremos honrados al aceptar tu invitación, Menrim —dijo Chen.
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Menrim vivía en una modesta casa baja con vistas al Lago Vir'naal. Mientras el cielo se oscurecía, las luces provenientes de la ciudad, al otro lado del agua, hicieron acto de presencia.
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—¿Cómo se llama la otra ciudad que hay allí? —preguntó Li Li, señalando las luces naranjas y rojas. Li Li estaba en la cocina, ayudando a Menrim a limpiar los platos después de la cena.
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—Es Mar'at. Estaba cerca de Orsis, cuando esta aún seguía en pie.
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—¿Orsis fue destruida durante la guerra? —preguntó Li Li. Y Menrim asintió con la cabeza.
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—Sí. Al'Akir envió a sus ejércitos para enterrarla en una inmensa tormenta de arena. —Menrim suspiró—. Orsis y Neferset eran ciudades verdaderamente preciosas. Sobre todo Neferset.
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—¿Has estado allí?
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—Nací allí —respondió Menrim con tranquilidad.
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—Ah —dijo Li Li. Limpió un plato sintiéndose algo incómoda—. ¿Eres un Ramkahen?
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—Ahora sí —respondió Menrim tras un momento—. Pero antes era parte de la tribu Neferset.
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—Ah —volvió a decir Li Li. Y prosiguió con su tarea.
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—Yo... —comenzó Menrim, con una leve chispa de orgullo en su tono de voz. Frunció el ceño—. No parece que te sorprenda.
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Li Li pestañeó. —¿Debería?
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Menrim la observó extrañado, en busca de una respuesta. —Supongo que no tienes por qué considerar necesariamente mi herencia como algo extraño.
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—Menrim —dijo Li Li—, no sé casi nada sobre los tol'vir. Sé que hubo una guerra civil, y he oído que los Neferset se aliaron con Alamuerte, —Menrim se estremeció al oír a Li Li mencionar el nombre del dragón Aspecto. Li Li prosiguió—, pero no da la impresión de que tú estés de su lado. No veo demasiada muerte en ti.
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Menrim esbozó la más mínima de las sonrisas al escuchar las palabras de Li Li.
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—Tampoco alas —respondió. Y Li Li lo miró de reojo con gesto amable. Menrim respiró profundamente.
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—En ese caso, creo que lo mejor será que os cuente a ti y a tu tío una historia.
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—Nos encantan las historias —dijo Li Li. Y en el rostro de él se dibujó una mueca de dolor.
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—Puede que esta no os guste demasiado —dijo.
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Chen y Li Li se sentaron en el suelo con las piernas cruzadas de cara a Menrim en la habitación delantera de su pequeño hogar. Menrim cruzó las piernas por debajo de él y comenzó.
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—La ciudad de Neferset está al sur de aquí. Es... era, impresionante, mucho más grande que Ramkahen. Yo nací allí, al igual que mi hermano, Bathet.
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—Todos los tol'vir conocemos bien nuestra historia. Sabemos que fuimos creados por los titanes, quienes nos encargaron proteger Uldum y sus secretos. Dicho eso, también somos un pueblo por nosotros mismos. No somos autómatas. En un principio, los titanes nos proporcionaron cuerpos de piedra para que pudiésemos ejercer mejor de guardianes.
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Cuando la maldición de la carne apareció por primera vez entre los tol'vir lamentamos que nuestros cuerpos se debilitasen, pero no parecía que pudiésemos hacer nada para revertirla, así que lo aceptamos y proseguimos con nuestras vidas. Aun así, muchos jamás dejaron de lamentar la pérdida.
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Como ya sabéis, el gran dragón Alamuerte volvió hace poco al mundo. Se alió con Al'Akir, líder de los elementales de aire, así como con los dioses antiguos, fuente de la maldición.
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—¿Se alió con los dioses antiguos? —dijo Chen débilmente—. No me lo puedo creer.
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—Créetelo —dijo Menrim de manera grave—. Cuando Alamuerte vino aquí, ofreció a los tol'vir un trato: unirnos a él a cambio de que nos devolviese nuestra forma de piedra original. Él revertiría la maldición.
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Li Li y Chen asintieron con la cabeza.
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—Mis compañeros Neferset, liderados por el faraón oscuro Tekahn, aceptaron el trato de manera abrumadora. Yo, sin embargo, no lo veía así.
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Menrim se serenó.
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—Intenté convencer a los otros Neferset de que aquello era una mala idea. Sí, recuperaríamos nuestros cuerpos de piedra, pero deberíamos gratitud eterna a Al'Akir y Alamuerte. Mis semejantes eran arrogantes, y creían que podríamos vencerlos y recuperar nuestra independencia una vez hubiésemos recobrado nuestra antigua forma. Cada vez menos gente compartía mis dudas. Incluso Bathet se mostraba en desacuerdo conmigo. Le rogué que reconsiderase mis palabras, pero él no quiso escucharme. Él fue uno de los más fervientes adherentes a la alianza de toda la ciudad. Llegó un momento en el que estaba claro que estaba en peligro. Huí a Ramkahen, y le ofrecí mi lealtad al rey Phaoris. Cuando el resto de los Neferset se hicieron abiertamente hostiles, yo ayudé a derrotarlos.
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—¿Y tu hermano? —preguntó Chen suavemente—. ¿Qué le pasó?
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Menrim no respondió inmediatamente. Sus rasgos denotaban cansancio a la luz naranja de las lámparas de aceite.
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—Aún vive —respondió Menrim por fin. Su voz se volvió temblorosa—. Es uno de los prisioneros de los Ramkahen. Ahora aguardan la decisión del Alto Consejo sobre su destino.
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Esa noche Chen se quedó despierto en su saco de dormir, observando el techo de la habitación delantera de casa de Menrim. Los leves ronquidos de Li Li dejaban claro que estaba dormida; sin embargo, Chen sabía que no se dormía con facilidad. Había escuchado cómo daba vueltas por lo menos durante una hora hasta sucumbir al cansancio.
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Él, sin embargo, no podía descansar. Chen entendía perfectamente por qué Menrim se atrevió a enfrentarse a los otros tol'vir y a pedir piedad para los prisioneros de guerra Neferset. Solo tenía que imaginarse cómo se sentiría si Chon Po se enfrentase a una ejecución, incluso por crímenes como los de Bathet, y sabía que él también haría todo lo que estuviese en su mano para salvar la vida de su hermano. Cuanto más consideraba la situación, más punzadas de dolor sentía en el estómago al pensar lo que Menrim debía estar pasando, al saber que tal vez fuese lo único que se interponía entre su hermano y la muerte. Llegado un momento, Chen se levantó y volvió a la cocina para sentarse a la mesa. Se sentía totalmente descansado y exhausto al mismo tiempo.
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—Veo que tú tampoco puedes dormir. —La tranquila voz de Menrim lo sacó de sus pensamientos de repente. No había escuchado al tol'vir entrar en la habitación, y Chen se maravilló de que, con su tamaño, Menrim fuese capaz de caminar tan silenciosamente como un gato.
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—Siento que el suelo no sea más cómodo —dijo Menrim, a lo que Chen respondió sacudiendo la cabeza con firmeza.
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—Créeme: he dormido en sitios mucho peores que este. Estoy despierto porque no dejo de pensar en lo que nos has contado después de cenar.
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Menrim suspiró. —Yo tampoco. Todo el mundo conoce mi historia. En otro tiempo eran comprensivos, pero la guerra endurece hasta el corazón más compasivo.
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—Yo también tengo un hermano —respondió Chen—. Es el padre de Li Li. No siempre nos hemos llevado del todo bien, pero no me puedo imaginar la idea de acabar en bandos opuestos en una guerra.
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Menrim fijó la mirada en el horizonte. —He discutido largo y tendido con el Alto Consejo. No muchos están dispuestos a ser clementes solamente por el hecho de serlo, pero varios de ellos estarían abiertos a considerarlo si los prisioneros se arrepienten. He tratado de convencer a Bathet de que lo haga, pero hasta ahora no parece que muestre ningún tipo de arrepentimiento. —La voz de Menrim sonaba quebradiza; en ese momento bajó su gran testa felina contra el pecho y agachó las orejas.
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—Nada me preocupa más que mi familia —dijo—. Siempre he intentado ser un ejemplo. Yo soy mayor que Bathet. Quería mostrarle cómo vivir una buena vida, pero tampoco quería entrometerme en su camino. Intenté no decirle qué hacer, pero siempre le hablé de manera honesta cuando vino a mi encuentro. Cuando se convirtió en un defensor tan devoto de la oferta de Alamuerte… Algunas veces me pregunto qué hice mal.
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—Tú no eres responsable de sus decisiones —dijo Chen—. Lo único que puedes hacer es vivir tu propia vida y ser fiel a ti mismo. Es probable que Bathet hiciese lo mismo, por terrible que parezca. Puede que él pensase que estaba haciendo lo correcto.
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—Es posible —respondió Menrim. No dirigió su mirada hacia Chen—. Creo que voy a volver a la cama. Buenas noches.
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—Buenas noches —dijo Chen. Sabía que sus palabras no habían ofrecido consuelo alguno. Sentía que no había estado a la altura de las circunstancias, y se juró a sí mismo que haría lo que pudiese, todo lo que pudiese, por ayudar a Menrim y a su hermano.
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A la mañana siguiente, antes de que Li Li se despertara, Chen se fue a averiguar el lugar en el que estaban encerrados los prisioneros Neferset. Los tol'vir tendían a mostrarse abiertamente hostiles en cuanto sacaba el tema, pero al final una orca con aspecto bastante serio le indicó el camino hacia la puerta oriental, por la cual habían entrado a la ciudad el día anterior Li Li y él. La rampa que habían pasado y que bajaba hasta la tierra era la entrada a una cárcel. Chen le dio las gracias y siguió su camino.
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Dos chacales sobre pilares guardaban de manera inquietante la parte superior de la rampa. Chen se detuvo y dirigió su mirada hacia ellos con la esperanza de que tuviese algún efecto positivo en la situación, mientras al mismo tiempo se preguntaba si una sola persona podría conseguir algo. Se recordó a sí mismo que había visto a varios individuos hacer grandes cosas. Tras respirar profundamente, Chen comenzó a bajar la pasarela. Un guardia Ramkahen bloqueaba la puerta al otro extremo.
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—¿Qué buscas aquí? —inquirió, blandiendo una pica tan grande como el propio Chen.
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—Eh... Me gustaría hablar con los prisioneros Neferset —dijo Chen.
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—¿Con qué propósito? —insistió el guardia.
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—Aprender —respondió Chen—. Quiero saber por qué hicieron lo que hicieron.
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El guardia lo observó de cerca, de arriba abajo. —Eres una criatura muy extraña —dijo—. Está claro que no tienes ninguna relación con los tol'vir. Pero, si quieres conversar con los detenidos, puedes hacerlo, siempre y cuando dejes todas tus posesiones aquí conmigo. Hay otro guardia en el interior que te vigilará.
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Chen asintió con la cabeza. Dejó su bastón y su mochila en el suelo. —Gracias —dijo, mientras abría la puerta.
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Era obvio que esa estructura subterránea no se construyó para ser una cárcel, sino que se acondicionó a toda prisa para cumplir ese propósito. Tal y como se le había dicho, otro guardia estaba esperando para asegurarse de que su conversación con los Neferset fuese inofensiva.
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Los Neferset estaban firmemente encadenados a las paredes de roca, y resultaba evidente que sus endebles celdas eran construcciones temporales. Chen se preguntó hasta qué punto el Alto Consejo pretendía encarcelar durante una larga temporada a esos tol'vir.
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—¿Quién de vosotros es Bathet? —preguntó.
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—Ese —respondió el guardia Ramkahen, apuntando hacia una celda junto a la pared de la derecha.
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Chen asintió y se acercó hacia el hermano de Menrim.
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Ahora que se había acostumbrado a la tenue luz, Chen examinó detenidamente a Bathet y al resto de los prisioneros. Era cierto que se habían convertido en criaturas de piedra. Casi parecían más gólems que seres vivos.
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—Entonces, ¿tú eres Bathet? —preguntó Chen
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—¿A ti qué más te da? —le gruñó el Neferset como respuesta. Sus ojos eran exactamente lo contrario de los de Menrim: duros, fríos y llenos de rabia.
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—¡Responde a sus preguntas! —le gritó el guardia, golpeando los barrotes de la celda con su pica. El choque de ambos metales resonó de manera impactante en la estancia subterránea.
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Bathet hizo una mueca y no respondió. En vez de eso se paseó por su diminuta celda, incansable, mostrando los dientes a Chen. El guardia volvió a golpear los barrotes con su pica.
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—Vengo en nombre de tu hermano Menrim —dijo Chen.
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Bathet pestañeó mientras miraba a Chen y comenzó a reírse con sorna.
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—¡Bueno, eso explica por qué querrías desperdiciar tu tiempo en la oscuridad con los integrantes de un pueblo derrotado! Supongo que el querido Menrim te suplicó que me ayudaras a entrar en razón.
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—La verdad es que no tiene ni idea de que estoy aquí —dijo Chen. Bathet volvió a reírse.
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—¡Eso es aún mejor! ¡Ha conmovido tu corazón de tal manera que te ha llevado a hacer el trabajo sucio por él! Magnífico.
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Chen ladeó la cabeza y observó a Bathet. Sabía que contraatacar de manera directa solo llevaría a más mofas, así que optó por examinar la mejor manera de conseguir que Bathet hablase con él.
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—Desde luego está claro que esto es lo que se llama trabajo sucio —dijo Chen—. Estoy seguro de que ninguno de vosotros se ha bañado desde hace meses, aunque supongo que al menos tenemos suerte de que simplemente seáis un par de trozos de roca.
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El guardia Ramkahen que estaba cerca de Chen pareció ofenderse mínimamente por el comentario, pero aun así se rió por lo bajo. Bathet parecía sorprendido, y Chen hizo como si se quitara algo de mugre de su pelaje blanco y negro. Después, se cruzó de brazos y dirigió a Bathet la mayor mirada de suficiencia que pudo conseguir.
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Funcionó.
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—Los seres de carne os creéis unos santos. De hecho, me gustaría que se lo dijeses a mi hermano. Y cuando lo hagas, fíjate en esa cara suya tan moralista, quejica y llena de sufrimiento, y observa cómo suspira desesperado mientras sus tristes ojos dicen: "Oh, estoy tan decepcionado contigo, Bathet…". Entonces, dile que es un…
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Bathet encadenó una serie de repugnantes epítetos que Chen se prometió a sí mismo que jamás repetiría. Hasta el guardia se sorprendió ligeramente.
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—Eso es lo que pienso de él y de su piadoso complejo de superioridad.
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—Claro —dijo Chen.
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—Sea como sea, Menrim está malgastando saliva —prosiguió Bathet—. Incluso si el consejo cae en sus tan sentidas apelaciones a la clemencia, preferiría morir aquí con mi verdadera familia a pasar un solo momento más en su presencia.
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Una vez dicho eso, Bathet se giró hacia la pared y dio la espalda a Chen. Este no intentó seguir hablando; sabía que su tiempo allí ya había terminado.
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—Me gustaría marcharme ya —dijo al guardia, quien asintió con la cabeza.
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La luz del sol era deslumbrante, y Chen tuvo que parpadear unos cuantos segundos mientras sus ojos se acostumbraban de nuevo al exterior. Uno de los guardias de la prisión cerró la puerta tras él, mientras otro lo observaba con curiosidad.
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—Espero que hayas aprendido lo que querías —dijo—. Aunque dudo que encuentres mucha luz entre los prisioneros. No son más que fanáticos.
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Chen reflexionó sobre la conversación que había tenido en la cárcel mientras recogía los objetos que había dejado en la puerta. Aunque "fanático" parecía una buena descripción para Bathet, este no había mencionado ni una vez a Alamuerte ni nada relacionado con riquezas o poder. Solo había expresado un profundo y sólido odio hacia su hermano.
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—He aprendido lo suficiente —dijo Chen. Subió la rampa, absorto en sus preocupaciones.
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—¡Vaya, mira quién ha decidido escabullirse! —comentó Li Li. Estaba esperándolo fuera de la casa de Menrim, bajo la sombra de una palmera. Había estado estudiando uno de los mapas que había cogido en Shen-zin Su, marcando los sitios que habían visitado y añadiendo lugares importantes, como Uldum.
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—¿A qué hora te has levantado? —prosiguió—. ¿Es que no sabes que estamos de vacaciones?
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Chen intentó sonreír con las bromas de su sobrina, pero no estaba de humor. Li Li se percató al instante de su tristeza.
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—¿Qué ha pasado? —preguntó.
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—Fui a la cárcel, a visitar al hermano de Menrim —dijo.
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—Seguro que ha sido una conversación mañanera muy alegre.
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Chen dirigió su mirada hacia el brillante Lago Vir'naal sin siquiera responder. Estaba pensando en la pena de Menrim y el odio de Bathet.
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—¿Tío Chen? —Li Li posó una de sus zarpas suavemente sobre su cintura—. ¿Por qué has ido a la cárcel? Sus ojos brillaban con una preocupación sincera por él. Chen la abrazó con fuerza.
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—No lo sé exactamente —confesó Chen mientras se apartaba de Li Li—. Supongo que quería ver qué es lo que puede hacer que alguien tome la decisión que Bathet tomó.
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—Bathet odia profundamente a su hermano —dijo—. En cuanto mencioné el nombre de Menrim, él… Bueno, digamos que no se alegró.
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Chen se apoyó contra el tronco de la palmera. —No sé qué pensar. Bathet llamó a los otros prisioneros Neferset su "verdadera" familia, así que está claro que quiere alejarse de Menrim, pero no sé por qué. Ayer por la noche Menrim no dejaba de hablar acerca de cuánto se preocupa por su hermano.
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Li Li frunció el ceño y se mantuvo en silencio. Chen prosiguió.
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—¿Cómo es posible que Bathet lo odie de esa manera? ¿Qué puede haber pasado entre ellos?
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—Él se marchó —dijo Li Li con tranquilidad.
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—Claro que se marchó —respondió Chen—. No quería trabajar para Alamuerte.
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—No, quiero decir antes de eso —Li Li sacudió la cabeza—. Estuve hablando con Menrim mientras estabas fuera. Él es mayor que Bathet. Menrim se fue a trabajar con los sacerdotes para mantener los dispositivos de los titanes en cuanto se hizo mayor. Pasaba todo el tiempo fuera. Apenas veía a Bathet.
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Chen miró a Li Li extrañado. —¿Y qué?
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—Pues... Supongo que a Bathet le sentó mal —dijo Li Li entre dientes—. Él se sentía abandonado y dominado. A Bathet no le importaba Alamuerte; lo que le importaba era tener un sitio al que pertenecer.
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—¿Cómo puedes saber lo que hay en la cabeza de Bathet? —le preguntó Chen.
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Li Li se agarró varios mechones de pelo y tiró de ellos, visiblemente frustrada. Chen nunca la había visto actuar así. Parecía estar luchando contra sí misma.
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—Lo sé porque eso es lo que dijo Bo una vez. Sobre ti.
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—¿Qué?
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Li Li parecía triste, pero siguió hablando. —Cuando papá envió a Bo a buscarme. Él me dijo que… —Li Li fue apagando su voz.
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—¿Qué te dijo? —preguntó Chen. Su corazón le golpeaba violentamente el pecho.
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—Bo me dijo que te marchaste porque te importaban más tu cerveza y tus aventuras que nosotros.
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—¡Eso no es verdad! —protestó Chen.
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—¡Ya lo sé! —dijo Li Li gritando—. ¡Por favor, Tío Chen, leo tus cartas todos los días! Pero así es como se sentía Bo. Durante mucho tiempo fue así. Estaba muy enfadado contigo.
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Chen agachó la cabeza. Su discusión con Chon Po la noche antes de que Li Li se llevara la perla volvió a su mente con una claridad inusitada. Podía ver el dolor en la mirada de Po y escuchar la rabia y la angustia en su voz.
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—Recuerdo lo que Bo me dijo en la playa cuando estaba a punto de morir. En ese momento no lo comprendí por completo; todo pasó muy rápido. —Chen se frotó la cara; de repente se sentía muy cansado—. Debería haberlo sabido. Chon Po se sentía de la misma manera. Y ahora sigue sintiéndose así.
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Li Li no dijo nada. Por encima de ellos, las hojas del árbol se agitaban con una brisa cálida.
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—Creo que sé lo que hay que hacer —dijo Chen.
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Chen tenía el impulso irracional de ofrecer té por costumbre. De lo contrario se sentía inquieto, sin saber qué hacer con sus zarpas. Las juntó delante de él, las colgó de sus costados, y acabó por entrelazar sus dedos por detrás de la espalda.
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Menrim estaba frente a Chen y Li Li en la habitación delantera de su hogar. Sus ojos de un marrón claro se mostraban suaves e interrogantes.
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—Esta mañana fui a ver a tu hermano —dijo Chen—. Quería hablar con él.
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Menrim se dio la vuelta y dio varios pasos alrededor de la habitación, agitando su cola. —¿Qué dijo?
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—Está realmente furioso —dijo Chen. Menrim asintió con la cabeza.
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—Lo sé.
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Chen respiró profundamente y se preguntó qué tal le sentaría lo que estaba a punto de proponer.
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—Deberías pedirle perdón.
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Menrim se dio la vuelta de inmediato. —¿Yo debería pedirle perdón? ¡Es él quien se unió a Alamuerte!
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—Sí —dijo Chen—. Pero... Creo que piensa que nunca te has preocupado por él.
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—¿Cómo puede pensar eso? Eso es…
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—Menrim —le interrumpió Chen, e incluso a él mismo su tono le pareció algo duro—. Luego podrás pensar en si eso es cierto o no. Pero si de verdad quieres que haya la más mínima posibilidad de que se muestre arrepentido por sus acciones y se le conceda clemencia, estoy casi seguro de que tienes que disculparte.
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—¿Cómo lo sabes? —inquirió Menrim.
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—Porque yo ya he dejado atrás a varias personas en mi vida. Personas a las que quiero, incluido mi hermano. —Su mente se vio inundada de recuerdos de Chon Po y de Bo, el Recio—. Y... eso ha traído consecuencias.
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Menrim se puso a caminar de nuevo, absorto en sus pensamientos. Al final se detuvo frente a frente con los dos pandaren.
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—De acuerdo —dijo—. Lo intentaré. Le pediré perdón a Bathet. —Hizo una mueca; la idea no le entusiasmaba demasiado.
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Chen asintió, intentando parecer alegre. —Creo que cambiará mucho las cosas —dijo.
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Menrim no respondió; se limitó a salir airado de la habitación.
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—Creo que ha ido bien —dijo Chen.
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Li echó un vistazo a sus zarpas. —No hay duda, Tío Chen.
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Menrim no volvió hasta mucho después de que el sol se pusiese. Chen y Li Li se sentían algo incómodos quedándose en su casa sin que él estuviese allí, así que apoyaron sus mochilas y bastones contra el muro de contención del embarcadero y se sentaron junto al río a esperar.
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Li Li se había quedado dormida sobre el hombro de Chen para cuando Menrim volvió caminando lentamente por la calle. Chen alzó la mano para llamar la atención de Menrim, pero el tol'vir no devolvió el saludo. Menrim giró la cabeza con parsimonia, le miró a los ojos, y siguió su camino.
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Chen bajó el brazo. —Me esperaba algo así —dijo. Despertó a Li Li con cuidado.
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—¿Gué guieres, Chen? —farfulló mientras se frotaba los ojos.
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—Me da la impresión de que esta noche no somos demasiado bienvenidos en casa de Menrim —dijo—. Vamos; busquemos una posada.
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—Al menos tendremos la posibilidad de encontrar una cama en vez de un trozo de suelo —murmuró Li Li mientras cogía sus cosas.
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—El vaso está medio lleno, ¿eh? —dijo Chen. Por un momento deseó con todas sus fuerzas que Li Li y él hubiesen seguido a los enanos justo después de su confrontación con el rey Phaoris, y que nunca hubiese conocido a Menrim. Los pandaren habrían seguido con la caravana, dondequiera que estuviese, y estarían riéndose y pasándoselo bien.
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Para cuando encontraron alojamiento estaban tan cansados que acabaron durmiendo hasta bien entrada la mañana. Al despertar, el clamor de cientos de voces les impelió a salir de sus camas y vestirse rápidamente para descubrir qué estaba pasando.
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Fuera, los habitantes de Ramkahen estaban atascando las calles, presionando para llegar a la plaza central, dirigiendo expectantes su mirada hacia el edificio que alojaba al Rey y al Alto Consejo.
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—¿Qué sucede? —preguntó Chen. Li Li ya sabía la respuesta.
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—Ha llegado el momento —dijo con tranquilidad—. El Alto Consejo está a punto de anunciar su decisión.
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Chen tenía el corazón en la garganta. Li Li miró a su tío.
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—Tenemos que encontrar una vista mejor.
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Chen asintió con la cabeza.
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Empujaron y lograron hacerse paso entre la multitud hasta que llegaron junto a un enorme reloj de sol en la zona sudoeste de la plaza. Una pila de cajas se tambaleaba cerca; eran demasiado estrechas para los tol'vir, pero lo suficientemente grandes para que un par de pandaren pudiesen sentarse. Chen y Li Li escalaron hasta la parte de arriba, desde donde podían ver con facilidad la parte frontal del gran salón.
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Unos instantes después, un grupo de guardias Ramkahen condujo afuera a los cinco prisioneros Neferset. Estaban encadenados juntos por el cuello, las muñecas y los tobillos; el ruido metálico de las pesadas cadenas se perdía entre los ensordecedores abucheos de la multitud. Chen reconoció a Bathet y tragó saliva de manera nerviosa.
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El rey Phaoris pasó al lado de los prisioneros hasta la parte frontal y levantó los brazos. La muchedumbre se calmó.
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—¡Ciudadanos de Ramkahen! —exclamó—. El Alto Consejo ya tiene su veredicto. Antes de que este sea anunciado, sin embargo, hemos decidido permitir a cada prisionero hablar por sí mismo ante el público, para que seáis capaces de entender la decisión que hemos tomado. Esperamos que os mostréis solidarios con aquellos de nosotros que han deliberado durante tanto tiempo para poder alcanzar la más justa sentencia.
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La multitud aclamó entusiasmada, pero Chen percibía un sentimiento de fiereza solapada, y no todo el mundo parecía estar completamente de acuerdo con las palabras del Rey. Phaoris se hizo a un lado y un guardia empujó al primer prisionero. Miró a un lado y después al otro, haciéndose con una panorámica de los espectadores. Entonces se dispuso a hablar.
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—Mi nombre es Nanteret —dijo el primer prisionero—, ¡y estoy a favor de la alianza que hizo mi pueblo!
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La respuesta a esas palabras fue un ensordecedor rugido procedente de la multitud, con gritos llenos de rabia y odio. Chen notó que se le secaba la garganta.
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—Solo lamento una cosa —prosiguió Nanteret, gritando —: ¡No haber matado a más asquerosos Ramkahen!
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—Escupió escaleras abajo para dar más fuerza a su discurso. Rápidamente, un guardia lo empujó de nuevo hacia su sitio. El rey Phaoris volvió a pedir silencio a la multitud, y los Ramkahen bajaron la voz, a la espera del resto de los discursos.
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Uno por uno, los prisioneros Neferset fueron hablando por turnos. Los dos siguientes repitieron el discurso de Nanteret casi al pie de la letra. Para cuando Bathet dio un paso al frente, el cuarto de la cola, el corazón de Chen ya se había hundido, aunque no podía evitar guardar una mínima esperanza.
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—¡Estoy orgulloso de la elección que tomé! —gritó, llevando su voz hasta el límite—. ¡No siento ningún remordimiento! ¡Estoy con mis hermanos!!" Chen se estremeció ante el énfasis que Bathet puso en esa última palabra. Li Li puso la zarpa sobre la de su tío. La multitud tronó contra Bathet, y unos cuantos objetos cayeron sobre las escaleras. Una granada a medio comer le impactó en el rostro, e hizo que su oscuro y rojo jugo resbalase por su mejilla.
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El último Neferset pronunció sus palabras. Chen apenas pudo escucharlo. Dijera lo que dijera el prisionero, no mostró arrepentimiento alguno, tal y como había hecho el resto.
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El rey Phaoris volvió al frente y alzó sus brazos.
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—Que quede claro que los Neferset han disfrutado de la oportunidad de decir lo que desean. ¡No muestran ningún tipo de arrepentimiento por su ignominiosa alianza con Alamuerte y Al'Akir! ¡No lamentan los miles de muertos en nombre de sus ansias de poder! ¡Han traicionado todo lo que han llegado a representar los tol'vir!
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—La decisión del Alto Consejo es unánime —prosiguió el rey Phaoris—. Todos ellos recibirán la pena capital.
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La multitud aclamó la decisión, jubilosa.
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Li Li lanzó un grito ahogado, cubriéndose la boca. Chen la agarró del brazo.
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—Tenemos que encontrar a Menrim —dijo.
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Li Li asintió. —Vamos.
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De alguna manera, Chen sabía que era una quimera intentar encontrar a una persona entre la multitud que se arremolinaba por las calles de Ramkahen. Li Li y él siguieron intentándolo, hasta que al fin dieron con alguien que lo había visto, y consiguieron localizarlo. Estaba sentado junto a una fuente en la zona norte de la ciudad, bastante apartada. Se percató que Chen y Li Li se le acercaban, pero no los saludó.
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Chen se sentó a su lado. —Lo siento de veras, Menrim —dijo.
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Menrim se dio la vuelta y endureció sus facciones. —No ha mostrado arrepentimiento. Ha sellado su propio destino.
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Li Li y Chen estaban sorprendidos por la insensibilidad de Menrim, pero Chen lo atribuyó al impacto por la decisión del Alto Consejo.
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—Sea como sea —dijo Chen—, sé que te preocupas por tu hermano. No puedo imaginarme lo duro que debe ser esto para ti.
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Todos se quedaron sentados en silencio, con el único acompañamiento del continuo brotar de la fuente.
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—¿Puedo preguntarte —inquirió Chen con amabilidad— cómo reaccionó Bathet a la visita que le hiciste ayer?
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—Reaccionó como cabía esperar —dijo Menrim de manera brusca—. Como el corrupto y egoísta traidor que es.
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—¿Qué fue lo que dijo —prosiguió Chen— cuando le pediste perdón?
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De repente, Menrim se levantó y comenzó a caminar. Tras unos cuantos pasos, se detuvo y se dio la vuelta.
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—¡¿Quién te crees que eres?! —exclamó—. ¿Te entrometes en mi vida y me dices qué es lo que tengo que hacer? ¿Que tengo que disculparme ante Bathet? ¡Para nada tengo que hacer algo así! ¡Él es el criminal, el blasfemo, y yo soy quien ha estado luchando incansablemente para salvarle la vida! ¡Él es quien debería estar suplicándome perdón y dándome las gracias por lo que he hecho desde lo más profundo de su desagradecido y granítico corazón! A su lado, yo soy un santo.
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—No hay nada por lo que yo tenga que pedir perdón, y eso es lo que le dije a Bathet. ¿Cómo te atreves a culparme a mí? ¡Sal de mi vida! —gruñó Menrim. A continuación dio la espalda a los dos pandaren y se dirigió hacia la ciudad dando grandes zancadas.
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Chen cerró los ojos y apoyó la frente en sus zarpas. Li Li le dio un cariñoso abrazo.
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—Lo has hecho lo mejor que has podido, tío Chen —dijo—. No puedes arreglarlo todo.
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Chen era incapaz de expresar los sentimientos de responsabilidad, obligación, fracaso y culpa que luchaban en su interior por ser el principal. No podía recordar la última vez que se había sentido tan miserable.
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Matar a un Neferset de piel pétrea era complicado, así que el Alto Consejo optó por aplastar a los prisioneros. Una compleja maquinaria con poleas y contrapesos había sido encargada para la ocasión. Varios guardias accionarían las palancas, y un montón de enormes bloques de piedra se elevarían varios metros por los aires. Cuando se dejaran caer, los bloques impactarían contra el suelo, pulverizando a quienquiera que estuviese bajo ellos. Li Li no era capaz de imaginarse artilugio más brutal que aquel.
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Daba la impresión de que la ciudad de Ramkahen al completo inundaba el espacio abierto frente al puerto en el que se había dispuesto la máquina. Li Li y Chen subieron a lo alto de un toldo. Ninguno de ellos abrió la boca mientras aguardaban a que diese comienzo el espectáculo. En realidad, ninguno de ellos quería presenciar la ejecución, pero Chen sentía que debía hacerlo, y Li Li no dejaría que lo hiciera solo.
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Bien entrada la tarde, los guardias Ramkahen llevaron a los prisioneros por las calles. Los espectadores lanzaron mofas y gritos y soltaron exabruptos contra los Neferset condenados. Li Li estaba a punto de vomitar.
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Había muy poco decoro en esos asesinatos. Un guardia simplemente soltaba a uno de los Neferset de la fila, lo llevaba al lugar señalado, y lo encadenaba. Otros guardias activaban la máquina. Li Li intentó obligarse a verlo como señal de respeto, pero no podía soportarlo. Apretó los ojos bien cerrados y siguió los acontecimientos gracias al ruido: el lento chirrido de las poleas mientras las rocas se elevaban, el zumbido del aire al verse desplazado por su caída, el ruido sordo del prisionero aplastado hasta la muerte, y el barrido de los escombros con el objetivo de hacer hueco para el siguiente de la cola.
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Chen la agarró firmemente de los hombros, intentando evitar que le temblaran las manos. Él sí que vio las ejecuciones, aunque sentía envida de Li Li por cerrar los ojos. Se encontraba embelesado, como si alguna fuerza invisible le exigiese no apartar la mirada. Como en los discursos, Bathet ocupó el cuarto lugar. Murió de la misma manera brusca que el resto. Sucedió de manera realmente rápida, pero al mismo tiempo parecía que habían transcurrido un millar de años. Chen sabía que ese día lo perseguiría para siempre.
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De alguna manera, Chen notaba que sus pulmones aún cogían aire y su corazón seguía latiendo, pero le daba la impresión de que todo sonido y sensación se encontraban a kilómetros de distancia. El toldo podía haberse venido abajo, y él probablemente no se hubiese dado cuenta. Su mente se desplazó a otro lugar y él siguió sentado allí, en estado de trance, con la vista fija más allá del lago pero sin mirar realmente nada, durante un largo rato.
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—Tío Chen —dijo Li Li en voz baja.
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—¿Sí, Li Li? —respondió. Ella tenía mala cara.
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—Me... Me gustaría irme cuanto antes de aquí. No sé por qué la perla nos trajo aquí. Este sitio está lleno de miseria.
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—Oh. —Las palabras de Li Li provocaron que él también sintiese un fuerte impulso de abandonar Ramkahen.
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—No sé exactamente hacia dónde debemos dirigirnos ahora —dijo Li Li—, pero no me importa, con tal de salir de aquí.
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—Lo mismo digo —respondió Chen—. Descansemos un poco; nos iremos por la mañana.
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Se descolgaron del toldo y emprendieron el camino de vuelta a la posada. Cuando llegaron a la puerta, alguien salió a su encuentro de entre las sombras. Era Menrim.
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—¿Qué quieres? —preguntó Chen sin rodeos.
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Menrim dudó antes de hablar.
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—Quería disculparme —dijo.
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Los dos pandaren dirigieron su mirada hacia él.
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—Tenías razón —prosiguió Menrim—. Tenías razón, y yo debería haberte escuchado. Debería haber hecho lo que me dijiste; tendría que…
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—Es un poco tarde para esto, ¿no crees? —le interrumpió Chen—. ¿Qué intentas conseguir con esto?
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—Yo... Intenté hacerlo. Intenté decirle a Bathet que lo sentía, pero… él no hacía más que echarme la culpa y me puse furioso… No todo es culpa mía.
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—Ahórranos este teatro —dijo Li Li.
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—¡Yo quería salvarle! —gritó Menrim—. Quería salvarlos a todos; pedí clemencia al Alto Consejo una vez tras otra…
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—Claro que querías salvarlos —replicó Chen de manera rotunda—, siempre que eso no pusiese en un compromiso tu orgullo o cualquier otra cosa.
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Menrim observó a los dos pandaren con los ojos abiertos de par en par. —Sé que he fracasado. Lo sé... Lo supe en el momento en el que esas rocas cayeron, y mi hermano... mi único hermano… —Su voz se quebró, y Menrim rompió a llorar—. Mi ciudad… mi pueblo… mi hermano… ¿Cómo ha acabado todo esto así?
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El único sentimiento que albergaba la mente de Chen era el cansancio. Era cierto que Menrim, que todos los tol'vir, habían sufrido lo indecible. Era cierto que Bathet y los otros Neferset habían hecho cosas horribles. Era cierto que Bathet tenía razones para estar resentido con Menrim. Y probablemente era cierto que nada de lo que hubiesen podido hablar los dos hermanos habría evitado el destino de Bathet aquella tarde.
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Chen apenas conocía a los hermanos, y aun así…
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—¿Qué quieres que te digamos? —preguntó Chen de manera grave—. Mi sobrina y yo no podemos absolverte. No podemos absolver a Bathet. No podemos cambiar nada para nadie. Lo hecho, hecho está.
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Menrim se secó los ojos con el brazo y pareció recobrar algo la calma. —Lo sé —susurró—, lo sé. Pero… gracias por haberlo intentado. —Respiró profundamente.
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—Li Li —comenzó Menrim—, ayer hablamos sobre tus viajes mientras tu tío estaba fuera. No creo que quieras quedarte en Ramkahen después de todo esto.
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—Crees bien —dijo Li Li.
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—Si seguís el Río Vir'naal hacia el sur, llegaréis a la Ciudad Perdida en su desembocadura. En otro momento fue una fortaleza de los Neferset, pero fueron expulsados de ella durante la guerra. Mi familia tenía una pequeña embarcación. Hasta donde yo sé, sigue allí.
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Menrim sacó una gran llave maestra de hierro. —Esta es la llave para el candado que hay en el amarre. Cogedla. Podréis salir de Uldum mucho más fácilmente con ella. Las corrientes que hay al sur no son demasiado fuertes, y los vientos deberían estar calmos ahora que Al'Akir ha sido derrotado. Por favor —dijo—. Es vuestra.
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Li Li se acercó y cogió la llave de su mano.
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—Gracias —dijo en voz baja.
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Varias lágrimas se deslizaron por las mejillas de Menrim mientras asentía con la cabeza. —No sé si mi pueblo podrá recuperarse de lo que le ha pasado. Puede que los días de los tol'vir hayan llegado a su fin. Intentaré ser mejor persona de lo que he sido hasta ahora. Os deseo suerte a ambos en vuestros viajes. Espero que encontréis aquello que buscáis —concluyó.
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—Ve en paz, Menrim —dijo Chen suavemente.
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Menrim se dio la vuelta y emprendió la marcha, de vuelta a su casa, solo.
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Li Li y Chen volvieron a la habitación que habían alquilado en silencio. Ambos se sentían algo apesadumbrados en el momento de irse a la cama. Mientras Chen comprobaba las mochilas para asegurarse de que estaba todo listo para salir a primera hora, vio que Li Li había alisado una hoja de papel en el suelo, frente a ella.
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—¿Qué estás haciendo? —preguntó Chen.
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—Estoy escribiendo una carta a casa —respondió—. Creo que ya va siendo hora. Ha pasado bastante tiempo. —Li Li le miró. Algo le pasaba a Chen.
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—A mí también me gustaría escribir una —dijo.
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Li Li sacó algo de papel y otra pluma del fondo de su mochila. Chen se sentó en el suelo en otra parte de la habitación y alisó la página en blanco que tenía enfrente.
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Querido Chon Po, comenzó a escribir.
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Te debo una disculpa.
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===Cuarta parte===
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Más allá de la proa del resistente velero, el azul mar se extendía hasta el infinito. El sol del mediodía dejaba su brillo en la superficie del agua, destellando como una gema. Li Li se asomó al viento, con el olor salado recordándole los cálidos días en las playas de Shen-zin Su. Chen se sentó contra la popa, con una zarpa descansando suavemente sobre el timón. Habían tomado rumbo sudeste tras abandonar Uldum.
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Li Li se dio la vuelta hacia su tío. —¿No estás emocionado? —dijo ella—. ¡Por fin vamos donde queríamos! Incluso la perla está cooperando. La he comprobado tres veces, y siempre me muestra navegando. —Se rió y lanzó un puñetazo al aire—. Siguiente parada: ¡Pandaria!
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Ninguno de ellos quería arruinar el buen ambiente, así que ambos ignoraron que la perla aún tenía que mostrarlos adentrándose en las nublas que esconden el legendario hogar de su pueblo. Lo mejor era enfrentarse a ello llegado el momento.
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Mientras caía la oscuridad, Li Li hizo la primera guardia. La noche era clara como el agua, con las estrellas como chinchetas blancas contra el cielo de terciopelo. Las lunas gemelas de Azeroth mostraban un brillo fantasmal sobre el horizonte, al este. Li Li se sentó con las piernas cruzadas y se puso una manta sobre los hombros para hacer frente al frío aire procedente del océano. Sus párpados comenzaron a cerrarse mientras el traqueteo del barco y el sonido del agua contra el casco del barco la arrullaban. Llegó a la conclusión de que no tenía sentido luchar contra el cansancio, y cerró los ojos para dormir.
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El súbito impacto al ser lanzada hacia delante la despertó con violencia. Aturdida, Li Li se quedó tumbada donde había caído, con sus miembros entumecidos.
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Chen la sacudió. —¡Li Li, levanta!
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El barco volvió a sacudirse, y Chen cayó de rodillas.
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—Se aproxima una tormenta —dijo Chen—. Deberíamos recoger la vela. Ya he guardado a buen recaudo nuestras cosas. En la oscuridad, Li Li no podía discernir la expresión de su cara, pero percibía cierto tono de ansiedad. Aunque contaba con un sólido acabado, la embarcación Ramkahen era pequeña y estaba a la merced del mal tiempo en mar abierto.
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Una vez más, el barco se agitó con fuerza. Los temblores se habían hecho lo suficientemente fuertes como para ser peligrosos. Li Li hizo un gesto y se sentó. Al sudoeste pudo ver, donde las nubes cubrían las estrellas, varios fogonazos de luz golpeando la superficie del océano.
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—Vale —le dijo a Chen—. Vamos.
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La tormenta levantó un viento firme y ululante, llevando como anticipo frías rachas de lluvia. Grandes olas se arremolinaban alrededor de los pandaren, amenazando con tragarse su barco. Chen y Li Li trabajaron incansables para dirigir la embarcación hacia zonas bajas paralelas al oleaje, navegando por una peligrosa carrera de obstáculos.
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Un rayo rajó el cielo, impactando contra el agua junto a la embarcación y no golpeando al mástil por una enorme casualidad. El impacto del trueno parecía un cañonazo. Li Li se estremeció. Había estado demasiado cerca
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El barco iba dando sacudidas. Li Li y Chen calcularon mal su ruta y chocaron contra el lateral de una ola. La embarcación se inclinó, forzada en un ángulo empinado como un carro peraltando en una curva. Chen agarró la cuerda más cercana, colgando de ella por su vida mientras sus pies se deslizaban sobre el resbaladizo suelo de madera de la cubierta. A su espalda escuchó cómo Li Li pedía auxilio a gritos. El corazón se le puso en la garganta.
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—¡Li Li! —rugió, mientras luchaba por estabilizarse. Ella también estaba aferrándose desesperadamente a un cabo, y Chen rezó porque no se le escapase de entre las zarpas. No podía soltar su propia cuerda hasta que el barco se enderezase. La ola siguió su curso sin fin, con la pequeña embarcación tol'vir tambaleándose peligrosamente a punto de dar una vuelta de campana.
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Por fin, la cuesta del oleaje pasó, y el navío comenzó a enderezarse. Mientras el lado de estribor se inclinaba de vuelta a su nivel, Chen pudo volver a posar los pies y se dio la vuelta para ayudar a su sobrina. Li Li se estiró hacia él, pero el barco pegó una sacudida que hizo que se golpeara contra la borda. Chen gritó su nombre y extendió el brazo tanto como le era posible.
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—¡Li Li!
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Ya era demasiado tarde; no podía hacer nada. Los ojos de Li Li se agitaron; su grado de consciencia se tambaleó, y la cuerda se resbaló entre los flácidos dedos de la pandaren mientras se precipitaba hacia el agua.
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—¡Li Li! —Chen volvió a gritar una tercera vez, pero las olas rompieron entre su sobrina y el bote; para cuando retrocedieron, Chen ya la había perdido de vista.
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En Shen-zin Su, el cielo no mostraba indicio alguno de mal tiempo. El sol se había hundido bajo el horizonte, con los últimos vestigios de luz cambiando de color lentamente hacia el añil. En el centro de la isla, justo a las afueras de la Gran Biblioteca, Chon Po, de pie, sostenía dos hojas de papel.
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Esa biblioteca era el lugar favorito de su hija. Rodeada de pilas de libros y cartas, Li Li había estado leyendo durante horas, devorando toda mínima cantidad de información que podía encontrar. Ese pasatiempo había provocado que fuese una soñadora y tuviese ideas grandiosas en su cabeza, pero también la habían proporcionado una pasión y una fuerza motriz.
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—No te preocupes, Po —Mei posó la zarpa sobre su hombro mientras esbozaba una reconfortante sonrisa en su rostro—. Simplemente envíalas.
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Las últimas cartas de Chen y Li Li habían llegado el día anterior, navegando sobre una corriente de magia, un antiguo truco pandaren cuyos orígenes hacía ya mucho que se habían perdido en la historia. Chon Po había estado despierto toda la noche, escribiendo sus respuestas.
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Po asintió con la cabeza mientras respiraba profundamente. Con gran cuidado, juntó los papeles e hizo que tomaran la forma de un pájaro (un gran albatros, decidió) para llevar los mensajes cruzando el océano. Cuando terminó, sostuvo la figura en alto y sopló sobre ella con cuidado, rociándola con una pizca del mismo polvo encantado que Li Li siempre llevaba consigo. Con una explosión de color, el pájaro de papel extendió sus alas y comenzó a volar. Era duro dejar que se marchara.
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Chon Po estuvo observando hasta que toda señal del pájaro se perdió en el cielo claro, esperando que las cartas llegasen sanas y salvas a su hija y su hermano.
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El mar se había transformado en una criatura viva, una fuerza de voluntad. Las olas rodeaban a Li Li como dedos amenazantes, poniéndola cabeza abajo. Siendo como era buena nadadora, se resistía y buscaba el aire cuando conseguía salir a la superficie, chapoteando en el agua con pies y zarpas, intentando mantenerse a flote. Pero la corriente la arrastró. Se resistió, y el ciclo se repitió. Poco después comenzó a sentirse cansada.
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Sus músculos estaban ardiendo. Sus miembros se iban entumeciendo. Mientras el acelerón inicial de energía que impulsaba sus esfuerzos se debilitaba, su determinación comenzó a dar paso al pánico.
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Me voy a ahogar.
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Darse de cuenta de ello la golpeó con tanta fuerza como las olas contra las que batallaba. Chen ya no estaba; ¿quién podía saber cuánto se había alejado ya del barco? Toda tierra estaba a días de distancia. La tormenta era imparable, inmune a la razón o la fuerza.
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El instinto la impelía a ir hacia la superficie, a luchar por sobrevivir, incluso sabiendo sin lugar a dudas que no había nada que pudiese hacer. La desesperanza se apoderó de ella, salada y amarga como el mismo océano.
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Esto es lo que se siente, ¿verdad, mamá? Los ojos de Li Li se llenaron de agua de mar y lágrimas. Se forzó a sí misma a ser valiente, a aceptar su destino, pero no podía negar que estaba aterrada.
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¡Mamá!, gritó en su interior, incapaz de pronunciar palabra. ¡Mamá, mamá!
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El océano la propulsó hacia el cielo, y se sentó sobre la cresta de una ola. Volvió a jadear en busca de aire, aferrándose a cada precioso instante mientras la ola comenzaba a romper. Por el rabillo del ojo percibió algo distinto a la interminable agua: una forma oscura y sólida. Volvió la cabeza, intentando ver qué era, y se golpeó contra algo duro e incluso menos flexible que el mar. Su cabeza impactó dolorosamente contra el objeto, y el mundo se volvió negro.
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—… Nunca había visto uno. Me acordaría.
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—Yo sí, una vez, en Vallefresno, hace ya muchos años.
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—Podría ser una espía de la Horda.
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—Supongo que puede ser.
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Li Li trató de abrir los ojos, pero sintió como si estuviesen pegados con pegamento. Comenzó a rodar, pero todo su cuerpo protestó con dolor. Gruñendo, volvió a sumergirse en un suave montón de mantas y almohadas.
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En ese momento surgió la idea en su cabeza de que, de alguna manera, estaba viva.
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Sus ojos se abrieron de repente. Una dolorosa explosión de luz blanca la dejó aturdida, y volvió a cerrarlos con fuerza.
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—¡Atropa, está despierta, por Elune! El capitán…
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—Yo me ocupo —respondió la otra voz.
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Li Li entreabrió los ojos con cautela y se encontró frente a un rostro rubicundo y de color morado, enmarcado por un pelo violeta a la altura del hombro. Los ojos de la mujer no tenían pupilas y emitían un leve brillo plateado. Una elfa de la noche.
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—Vaya, creíamos que estarías durmiendo unas cuantas horas más, por lo menos —dijo la elfa de la noche—. Tiene que haber algo de agua por aquí.
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El rostro desapareció. Li Li extendió la mano para palpar una zona especialmente dolorida, y sus dedos rozaron un montón de vendas de algodón. Incluso esa suave presión provocó pinchazos de dolor en la parte posterior del cráneo. Realizó una mueca de dolor y alejó la zarpa.
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—Ven, deja que te ayude —dijo la elfa de la noche, rodeando con un flaco brazo la cintura de Li Li. La mujer colocó las almohadas detrás de la joven pandaren y le pasó un vaso de agua. Li Li lo bebió agradecida de un solo trago, y acercó el vaso en busca de más. Tras saciar su sed, Li Li miró de un lado a otro, consciente de su dolorido cuello.
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—¿Dónde estoy? —preguntó.
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—Estás en Elwynn, embarcación de la Alianza —respondió la elfa—. Tienes suerte. —Sacudió la cabeza—. Estaba de guardia y dio la casualidad de que te vi cuando te estrellaste contra el casco del barco durante la tormenta. Un chamán pidió a un elemental de agua que te subiese a bordo.
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Li Li se apoyó contra las almohadas, con su corazón desbocado.
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—No estoy muerta —dijo.
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—No, afortunadamente —respondió la elfa—. ¿Cómo te llamas?
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—Me llamo Li Li Cerveza de Trueno. ¿Quién eres?
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—Mi nombre es Lintharel —dijo la elfa de la noche—. Soy una druida, y una kaldorei al servicio de la Alianza.
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La puerta del camarote se abrió y un humano entrecano entró en la habitación, seguido por otra elfa de la noche. Parecía idéntica a Lintharel, incluso en los tatuajes color violeta con forma de gotas de agua presentes en su rostro. Era obvio que eran hermanas.
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—Soy Marco Heller, capitán de este barco —declaró el hombre nada más entrar—. Tengo algunas preguntas que hacerte.
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—¿Ya? —dijo Lintharel frunciendo el ceño—. Creía que solo querías saber si estaba despierta. ¡Aún está herida!
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—En ese caso, ¿por qué no sales y coges alguna venda? —preguntó el capitán Heller, aunque su tono expresaba cierta orden—. Atropa, puedes acompañarla si quieres.
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—Yo no me voy a ningún lado —respondió Atropa cruzando los brazos. Lintharel dirigió una mirada llena de frustración al capitán antes de marcharse. Li Li pudo escuchar cómo sus pasos se alejaban por el pasillo.
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  +
El capitán cogió una silla cerca de la cama en la que se encontraba Li Li y se sentó en ella, mirándola atentamente. Tras un momento de silencio, lanzó un aluvión de preguntas. —¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué hacías en estas aguas?
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—Me llamo Li Li Cerveza de Trueno. Soy una pandaren de la Isla Errante. Estaba navegando con mi tío cuando la tormenta nos alcanzó. ¡Caí por la borda! —Las preguntas crisparon los nervios de Li Li—. ¿Qué está sucediendo aquí?
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Los ojos del capitán Heller se iluminaron peligrosamente.
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—Me pregunto si eres una espía de la Horda.
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—¿Qué? —Li Li se sintió ofendida por la acusación—. ¡Eso es ridículo! ¡Mi tío y yo éramos amigos del mismísimo Rey Magni Barbabronce! ¿Te has tragado un pez globo o alguna otra cosa que te haya llenado la cabeza de aire?
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El capitán Heller frunció el ceño pero no dijo nada.
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Li Li prosiguió —Si fuese una espía de la Horda, no habría intentado entrar en tu barco lanzándome al océano en mitad de una tormenta rezando por chocar contigo por accidente. Es una soberana idiotez.
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—¿Ni siquiera tras haber estado navegando al alcance de nuestra vista durante dos días?
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—Eh… ¿Qué? —Li Li parpadeó, estupefacta—. ¿También hay un barco de la Horda?
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El capitán hizo caso omiso de la pregunta de Li Li. Se volvió hacia Atropa, quien parecía haberse convertido en una de las esquinas de la estancia. —¿Qué piensas? —le preguntó—.
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—Creo que dice la verdad —respondió Atropa, con sus brillantes ojos estrechándose levemente—. Definitivamente es ignorante.
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—Ah, gracias —replicó Li Li—. Muy agradable por su parte, señorita.
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—Opino lo mismo, Atropa —respondió el capitán mientras se incorporaba. Miró a Li Li desde arriba—. Eres una invitada en este barco, gracias a mí y al pueblo de la Alianza. Si fuese necesario, es posible que se te pida luchar a nuestro lado. ¿Tienes algún problema con eso?
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—No me da miedo luchar —dijo Li Li, devolviéndole la mirada con actitud desafiante.
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—Bien. El capitán Heller se fue sin decir nada más, y Atropa lo siguió.
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Li Li reposó sobre la cama, exhausta. Echaba de menos a Chen, y esperaba de veras que hubiese salido ileso de la tormenta. Incluso así, es probable que él la diese por muerta. Li Li sentía cómo le dolía el corazón. Deseó que hubiese algún modo de enviarle un mensaje, pero su bolsa con polvo mágico estaba en el barco tol'vir. No había nada que pudiese hacer en ese momento, así que cerró los ojos y se quedó dormida.
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La tormenta había dejado un día claro y con algo de viento tras su paso, y la porción de océano que rodeaba al pequeño barco estaba calma. Sin embargo, Chen no podía disfrutar de nada de ello. Li Li ya no estaba, y no quedaba rastro alguno de ella. Lo único que permanecía como recuerdo de su existencia eran sus pertenencias, almacenadas en el compartimento que había bajo la cubierta. Chen tenía la sensación de que algo había provocado un agujero en su pecho.
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Se quedó sentado, mirando en la distancia sin ver nada. En su regazo guardaba la perla, la primera cosa que había buscado después de que la tormenta pasase. Lo único que le mostraba eran sus últimos momentos, reproducidos en un bucle sin fin. Ya no podía seguir mirándola.
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El cansancio acabaría con él tarde o temprano si no buscaba reposo, pero cuando cerraba sus ojos la visión de Li Li siendo tragada por el océano no hacía más que intensificarse. En sus oídos se repetía el recuerdo de su voz gritando desesperado, como si pudiese negociar con el océano para que la hiciese volver.
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Ese extraño desaliento fue lo que permitió que el barco de guerra lo sorprendiese por la espalda, el cual pasó desapercibido hasta que el torrente de agua desplazada se hizo demasiado ruidoso para ser ignorado. Chen se giró, aún sentado. En cualquier otro momento se habría levantado, listo para negociar o presentar batalla. Ahora, sin embargo, no le importaba. Nada más importaba ya.
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El barco se colocó a su lado. Chen pudo atisbar banderas rojas con símbolos negros sobre la cubierta, y rápidamente introdujo la perla en su mochila.
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—¡Ah del barco! —tronó una voz al otro lado del agua—. Al pasajero en la embarcación desconocida: su presencia aquí no está registrada. Prepárese para ser detenido e interrogado por la Horda.
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Chen se sentó en un camarote al otro lado del capitán del barco de guerra, un corpulento orco de nombre Aldrek. Este cruzó sus verdes brazos con cicatrices y observó a Chen de arriba abajo de manera incisiva.
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—¿Qué hacías en estas aguas? Los navegantes sin compañía no se adentran por esta zona —espetó el orco.
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Chen se restregó la cara con cansancio. No tenía fuerzas para un interrogatorio. Quería acabar con aquel suplicio rápidamente.
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—Me llamo Chen Cerveza de Trueno —dijo—. Soy un pandaren de la Isla Errante. Estaba navegando con mi sobrina, cuando la pasada noche la tormenta nos sorprendió y nos hizo perder el rumbo. Mi… —La garganta de Chen se estrechó y luchó por controlar su voz—. Mi sobrina desapareció en el mar.
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El capitán no respondió.
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—Sé por qué me estás interrogando. No soy un espía de la Alianza. Luché junto a Thrall, Cairne y Vol'jin contra el gran almirante Valiente en Theramore, hace años. Si tienes a alguien a bordo que participase en esa batalla, será capaz de corroborar mis palabras.
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—Uno de nuestros chamanes, Karrig, luchó en Theramore —dijo Aldrek. Hizo un gesto con la cabeza hacia uno de sus guardias—. Tráelo aquí para que podamos escuchar lo que tenga que decir.
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Aldrek dirigió su mirada hacia Chen durante unos instantes antes de volver a hablar.
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—Seré franco contigo: si eres un espía, has hecho un trabajo más que digno preparándote para parecer un marinero perdido y a medio camino entre la locura y el agotamiento. —Acto seguido esbozó una amplia sonrisa, mostrando sus impresionantes colmillos.
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El guardia volvió, acompañado por un orco de mediana edad y encorvado, cuyo largo pelo negro estaba recogido en una especie de moño con trenzas.
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—¡Ah, Karrig! —Aldrek juntó las manos—. Este individuo afirma haber luchado en Theramore contra el gran almirante Valiente. ¿Le conoces?
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—Hubo un pandaren que luchó a nuestro lado en esa batalla —dijo Karrig—. Su nombre era Cereza de Trueno, o algo así.
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—Cerveza de Trueno —le corrigió Chen. Dirigió su mirada hacia el capitán Aldrek, quien comenzó a reírse.
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—Parece que te has librado —dijo el capitán—. ¡La Horda tiene una deuda de amistad contigo! —Aldrek chascó los dedos hacia el guardia.
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—Avisa a Nita —le dijo Aldrek. Volviéndose a Chen, añadió —Es una druida. Una gran señorita tauren. Te arreglará en un santiamén. ¡Bienvenido a bordo del Puño del Jefe de Guerra! —Aldrek dio una palmada a Chen en la espalda, pero el pandaren apenas respondió. Lo único en lo que podía pensar era Li Li; su cuerpo al completo estaba insensible frente a todo lo que estuviese a su alrededor.
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Una vez se sintió mejor para caminar, Li Li comenzó a preguntar a todos los que estaban a bordo del buque Elwynn de la Alianza si habían visto al barco tol'vir. Nadie respondió afirmativamente. Perdida la esperanza, se apoyó contra una barandilla que había sobre la cubierta y observó, desde la sección de estribor de la proa, al gran barco de guerra de la Horda navegando por delante de ellos. Se preguntó si había alguna manera de ponerse en contacto con esa embarcación para comprobar si alguien había visto a Chen, aunque intentar comunicarse con la Horda no ayudaría demasiado a desmentir la sospecha inicial del capitán Heller de que era una espía. Frunció el ceño. A no ser que ella y Chen hubiesen sido muy apartados de su curso, los barcos estaban en aguas frente a la costa de Tanaris, las cuales eran neutrales. Tanto la Horda como la Alianza deberían ser capaces de navegarlas sin temer incidentes. ¿Qué es lo que estaba provocando que el capitán estuviese sumido en tal desasosiego?
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Li Li se estrujó el cerebro para intentar diseñar un plan que la permitiese hacer llegar un mensaje al barco de la Horda sin acabar siendo lanzada por la borda. Ningún golpe de genialidad apareció en su mente, así que se rindió y descendió a bajocubierta, donde se encontró con varios miembros de la tripulación sentados alrededor de una mesa, jugando a las cartas. Entre ellos reconoció a las elfas de la noche gemelas, Lintharel y Atropa. Li Li cogió una silla vacía y se sentó con ellos.
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—Dame carta —dijo Li Li. Atropa la miró de lado, pero Lintharel se rió y accedió.
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—Es más sencillo aprender jugando —dijo. Hizo un ademán a los otros jugadores, un par de enanos—.
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Esta es Li Li, la inesperada pasajera que recogimos la otra noche.
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—¡Ah, la no-espía! —proclamó una de los enanos sonriendo—. Me llamo Trialin —dijo ella—, y este es mi hermano, Baenan.
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—¡Tu hermano mayor! —le corrigió Baenan—, ¡y el más sobresaliente paladín de la Luz que hay en este barco, a su servicio! —Infló su pecho con orgullo.
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—Oh, por favor, cállate, fanfarrón —le dijo Trialin mientras ponía los ojos en blanco.
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—Así que estoy en la mesa de los hermanos —dijo Li Li a modo de broma—, sin que esté el mío aquí. Para una vez que me podría ser de ayuda… —Sintió una aguda punzada en el corazón al pensar en Shisai. Se preguntaba qué tal le estaría yendo de vuelta en casa, en Shen-zin Su. ¿Me echará de menos?
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—No es la mesa de los hermanos —dijo Lintharel sonriendo. Hizo un gesto hacia Atropa y hacia sí misma—. No somos hermanas.
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—Oh. —Eso cogió por sorpresa a Li Li.
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—Aunque sin duda alguna se parecen —tranquilizó Trialin a la pandaren—. Mucha gente comete ese error.
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—Sea como sea, Tharel es lo más parecido a mi familia que me queda —dijo Atropa. La sonrisa de Lintharel se volvió nostálgica.
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—¿Vamos a jugar a las cartas o no? —Baenan golpeó la mesa con su puño, lo cual sacó a ambas kaldorei de su melancolía. Li Li miró de reojo su mano, fingiendo que sabía lo que estaba haciendo. Lintharel explicó las reglas según fueron jugando, y aunque Li Li no era muy buena, tras unas cuantas rondas ya había dejado de perder sin parar.
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—Entonces… —dijo Li Li, intentando sonar despreocupada—… ¿Qué sucede con ese barco de la Horda? Creía que las aguas cerca de Tanaris eran neutrales. ¿A qué tanto revuelo porque esté aquí?
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Los acompañantes de Li Li se miraron los unos a los otros, y la pandaren se dio cuenta de que había realizado una pregunta incómoda. Había tenido la esperanza de hablar sobre la posibilidad de contactar con el barco de la Horda en busca de información sobre Chen. Obviamente, eso sería una mala idea. Atropa acabó por terminar con el silencio.
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—Técnicamente tienes razón —dijo ella mientras cogía una carta de su mano para descartarla.
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—¿Pero...? —presionó Li Li.
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—Pero los últimos sucesos han provocado que sospechemos de cualquier presencia de la Horda fuera de su propio territorio —respondió Atropa.
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—Esos bastardos están demasiado cerca de Theramore —farfulló Baenan—. Si quieren que los dejemos en paz, tendrán que volver al sitio del que provienen. No podemos confiar en ninguno de ellos.
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—Yo trabajé codo con codo con muchos miembros de la Horda en el Monte Hyjal —dijo Lintharel con tranquilidad—. El archidruida Hamuul Tótem de Runa es un tauren, y uno de los mayores líderes del Círculo Cenarion. No puedes juzgar a todo un pueblo por las acciones de unos pocos.
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Baenan sacudió la cabeza. —Nena, ojalá pudiese estar de acuerdo contigo. Los druidas del Círculo Cenarion pueden ser una excepción, como lo puede ser el chamán o el Anillo de la Tierra. Pero mírate: volviste de Hyjal, y lo hiciste para servir a la Alianza. Tus amigos de la Horda han hecho lo mismo. Ahora ellos son tus enemigos, igual que tú lo eres para ellos.
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Las manos de Lintharel apretaron las cartas. —Sirvo a la Alianza porque es la voluntad de la suma sacerdotisa Tyrande y el archidruida Malfurion, y yo les soy fiel— Frunció el ceño—. Pero las divisiones entre la Horda y la Alianza son falsas.
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—¡Divisiones falsas impuestas a base de armas y espadas de verdad! —gruñó Baenan—. El jefe de guerra Grito Infernal no desea paz alguna. ¡Mira tu propio hogar en Vallefresno! Es una amenaza, y tus amigos druidas son cómplices de su reino —Plantó sus cartas sobre la mesa; había ganado esa ronda—. No hay nada ni nadie de quien te puedas fiar en la Horda, y es algo que tienes que aceptar.
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La inclinación de la luz proveniente del ojo de buey de la enfermería le indicaba a Chen que la mañana ya estaba avanzada. Físicamente se sentía como nuevo, pero su espíritu seguía cansado. Había perdido a mucha de su gente querida durante el paso de los años. Algunas muertes afectan más que otras.
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Chen siempre había visto a Li Li como la hija que nunca había tenido, el único miembro de su familia que era como él. Pasó las palmas de sus zarpas por sus ojos mientras varias lágrimas dejaban húmedos rastros en el pelaje de su cara.
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—Por favor: ¿no hay suficiente agua en el mar ya? ¿De verdad tienes que crear más?
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Chen se incorporó de inmediato. Un elfo de sangre con cara de aburrimiento estaba apoyado contra la pared de la enfermería, con los brazos cruzados
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—Parece que a esto me han rebajado —se lamentó el elfo—. A hacer de niñera con los pacientes.
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La rabia era un refugio seguro para la pena. La oleada de ira que inundó a Chen hizo que saliese de la cama y cruzase la estancia. El pandaren tenía mucha experiencia siendo intimidante.
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—Si yo fuera tú, cuidaría las palabras que salen por esa boquita —gruñó—. Dudo mucho que te hayas enfrentado alguna vez a alguno de los míos. Hazme caso: no quieres saber cómo es.
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Antes de que el elfo tuviese la oportunidad de responder, alguien más entro en la habitación. Era el chamán, Karrig. Llevaba un gran bastón, con el cual golpeó furioso el suelo.
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—¡Talithar! —gritó—. No pueden pasar ni cinco minutos sin que provoques problemas. ¡Vete de aquí, condenado elfo!
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El elfo, Talithar, dirigió a Karrig una mirada de puro odio, pero no dijo nada y abandonó la enfermería con su bella cabeza erguida.
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—Pretencioso engreído —masculló Karrig—. Un héroe de la Horda como tú debería ser tratado con respecto —Lanzó una generosa sonrisa a Chen—. No cabe duda que es un honor tenerte a bordo.
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—Eh… Gracias —respondió Chen, no del todo cómodo con cómo Karrig le había llamado héroe. Los recuerdos de Chen sobre Theramore reflejaban una situación mucho más compleja.
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—He venido a buscarte —dijo Karrig—. El capitán Aldrek quiere hablar contigo.
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Chen hizo un gesto afirmativo con la cabeza y le siguió hasta los aposentos del capitán, donde Aldrek se encontraba sentado en uno de los extremos de una mesa toscamente tallada, tamborileando con los dedos.
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—Karrig me ha hablado mucho de tus hazañas en Theramore, hace muchos años —dijo Aldrek—. Estoy convencido de que el haberte encontrado es un signo de los espíritus.
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—¿Por qué crees eso? —preguntó Chen. Había algo en el tono de Aldrek que le hacía estar inquieto.
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—Porque creo que puedes ayudar a nuestra causa —respondió el capitán orco—. Una vez nos deshagamos del velero de la Alianza que nos sigue los pasos…
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—No veo qué podría hacer al respecto, capitán —dijo Chen educadamente. Aldrek pareció sorprendido.
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—¡Oh, no! No, no te preocupes por eso —dijo—. Por ahora hemos decidido mantener una comunicación abierta con ellos —Realizó un ademán de displicencia—. Mis ideas con respecto a ti son a más largo plazo.
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—¿Cómo dices?
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Aldrek se inclinó hacia Chen.
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—Mira, nuestra misión aquí es simplemente de reconocimiento, pero…
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—¿Reconocimiento de qué exactamente? —le interrumpió Chen. Tanto Aldrek como Karrig esbozaron una sonrisa.
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—Eso no te lo puedo decir. Aún no. Pero como soldado de la Horda en la primera batalla de Theramore, supongo que sería para ti todo un honor participar en la segunda.
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Aldrek se recostó en la silla y dejó que sus palabras reposaran. Chen hizo un gran esfuerzo por mantener una expresión neutral.
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—Eso… Eso sería toda una experiencia, qué duda cabe —dijo—. ¿Es eso lo que estáis planeando?
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Aldrek se tocó ligeramente la nariz por un lateral y sonrió con picardía. —No. Esto no son más que labores de reconocimiento, ¿no es así?
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—Así es —respondió Chen, recordando guiñar un ojo al capitán—. Esto es simplemente… explorar.
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—Como sabes —interrumpió Karrig— la adquisición de recursos ha sido todo un reto desde que la Horda puso un pie en Kalimdor. No es fácil mantener una gran ciudad en mitad del desierto.
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—Estoy al corriente de algunos de los problemas de Orgrimmar —dijo Chen.
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—¡En ese caso, entenderás nuestras necesidades! —Aldrek golpeó el puño contra la palma de su otra mano—. Tenemos que garantizar los recursos suficientes para nuestras familias, para nuestros hijos. Orgrimmar no puede correr riesgos.
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Chen decidió no decir nada más. Lo que Aldrek y Karrig estaban diciendo era desconcertante, al igual que el ardiente brillo que había en sus ojos al hablar de Orgrimmar y su futuro.
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Tomando su silencio como asentimiento, el capitán Aldrek se relajó en su asiento. —Es todo un honor tenerte a bordo de mi barco, Chen Cerveza de Trueno —dijo—. Estoy seguro de que demostrarás ser un valioso aliado para la Horda. Tienes mi permiso para dirigirte a cualquier sitio en este barco. Puedes retirarte.
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—Gracias, capitán —dijo Chen, y se despidió
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Chen se dirigió hacia la cocina, en busca de algo fuerte de beber y una comida caliente. Estaba bastante seguro de que Aldrek y Karrig habían confesado la intención de la Horda de invadir Theramore. No deseaba pensar en ello. Al menos la comida en el barco era decente.
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Dirigió hacia arriba su mirada mientras alguien se unió a la mesa, sentándose en el banco al otro lado. Era Nita, la tauren que lo había cuidado la noche anterior. Ella sonrió, con sus gruesas trenzas enmarcando su bello rostro. Cruzó sus grandes manos de tres dedos enfrente de ella en la mesa.
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—¿Qué tal estás hoy, Chen Cerveza de Trueno? —preguntó.
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—Bastante bien, gracias a tus habilidades —respondió—. Eres una druida realmente hábil.
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Ella le dedicó una sonrisa. —Gracias —dijo—. Siento no haber podido estar para ayudarte esta mañana. Desgraciadamente, otros asuntos reclamaban mi atención. ¿Talithar te dijo que vinieses aquí a comer?
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—Eh… No —dijo Chen—. No se mostró tan amable conmigo, la verdad.
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Nita parecía desanimada. —Pido disculpas por él —dijo ella—. Es uno de los magos del barco, y un alma atormentada. Ha conseguido que casi toda la tripulación se ponga en su contra —Suspiró profundamente—. Le pedí que te ayudase porque pensé que un poco de interacción con alguien de fuera de nuestro barco podría venirle bien. Supongo que me equivoqué.
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—No es culpa tuya que no pueda comportarse —dijo Chen—. Pero es bueno ver que te preocupas por él.
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—Mi deber es preocuparme por los demás —dijo, sonriendo de nuevo—. Para empezar, soy curandera, y para continuar, todos somos hijos de la Madre Tierra. Somos más fuertes unidos que separados —Se detuvo, y frunció el ceño—. Creo que nuestro capitán olvida eso algunas veces.
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A bordo del Elwynn, el capitán Heller había solicitado una reunión conjunta en cubierta. El capitán se enfrentó al personal reunido desde la parte superior del puente de mando.
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—Como muchos de vosotros sabréis —comenzó—, he estado en contacto con el mando del navío de la Horda.
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El corazón de Li Li pegó un brinco. Si Heller estaba hablando con el barco de la Horda, ella le podría preguntar por Chen.
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—Su presencia aquí es preocupante —continuó el capitán—, y no podemos dejar de vigilarlos. Sorprendentemente, me han comunicado que lo entienden, y les gustaría trabajar con nosotros para alcanzar una solución pacífica.
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La multitud murmuró, y muchos de ellos empezaron a susurrar cosas entre sí.
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—Su capitán ha accedido a enviar aquí a un mensajero diplomático, con la condición de que nosotros hagamos lo propio. Yo apoyo este modo de actuación, y por ello solicito a un voluntario. La persona que dé un paso al frente debe ser valiente y debe estar preparado para hablar en nombre de la Alianza. Supongo que no es necesario que os diga que podría ser peligroso. ¡Aun así, si los convencemos de que vuelvan a Durotar, no hay duda de que eso constituirá una victoria para la Alianza! ¿Quién servirá a la causa?
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Varias manos se alzaron, acompañadas por una pequeña cantidad de exclamaciones afirmativas, pero una figura se adelantó sin mostrar miedo alguno, subió la mitad de los escalones que la separaban del lugar en el que se encontraba el capitán, y se mostró orgulloso con su estatura de 1,20. Era Baenan, el enano. Li Li pudo escuchar cómo Lintharel tragaba saliva con fuerza junto a ella.
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—¡Yo iré! ¡Como paladín de la Luz, ofrezco mi servicio con orgullo a la causa de la Alianza!
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El capitán Heller asintió con la cabeza. —Que así sea. Les haré saber que hemos elegido un mensajero, y llevaré a cabo el intercambio.
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El capitán hizo un gesto a un mago draenei cerca de él, quien lanzó varios virotes mágicos de colores al aire, deletreando runas en un aguacero de luz. Tras una larga pausa, Li Li pudo ver una muestra similar proveniente de la cubierta del barco de guerra de la Horda.
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—¡El intercambio tendrá lugar en media hora! —declaró el capitán Heller. Se volvió hacia Baenan—. Ven conmigo. Te proporcionaré las instrucciones relativas a tu encargo.
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Baenan realizó un vehemente saludo. Li Li se adelantó abriéndose paso entre la multitud. Al percibir su presencia, Heller se detuvo.
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—¿Sí? —preguntó con brusquedad.
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—Eh… Tengo una pregunta, señor —dijo Li Li de la manera más educada que pudo—. He estado intentando descubrir si alguien ha visto a mi tío tras la tormenta. Me preguntaba si el barco de la Horda había mencionado algo acerca de otro pandaren. O acerca de una pequeña embarcación en las proximidades.
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El capitán Heller estrechó los ojos, pero Li Li se mantuvo firme. Su petición era completamente inocente.
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—No ha habido ningún mensaje al respecto —respondió por fin Heller—, pero puedes preguntarle al diplomático de la Horda tú misma cuando llegue.
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—Gracias, capitán —dijo Li Li. Asintió con la cabeza ante Baenan—. Buena suerte —le dijo. El enano devolvió el ademán con aire decidido en su rostro, y a continuación emprendió la marcha junto a Heller. Los dos desaparecieron bajo cubierta junto con unos pocos guardias.
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El resto de la tripulación comenzó a dispersarse, y Li Li alcanzó a ver a Trialin no demasiado lejos. La enana elevó su barbilla orgullosa hacia su hermano, pero sus mejillas estaban muy pálidas. Lintharel estaba junto a Li Li, apretando los dientes y con el rostro en tensión. La druida dirigió su mirada hacia el cielo y después cerró sus plateados y etéreos ojos.
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—¿Notas cómo está cambiando el aire? —preguntó—. Esta noche volverá a haber tormenta.
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—¿Estás segura de que estás dispuesta a correr el riesgo? —Aldrek evaluó a su diplomática voluntaria, nada más y nada menos que la druida Nita.
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—He trabajado con miembros de la Alianza como parte del Círculo Cenarion —respondió Nita—. Esa historia los tranquilizará.
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Aldrek se frotó la barbilla, pensativo. —De acuerdo. ¿Puedes llegar remando tu sola?
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Nita podría haber tomado la forma de un pájaro y llegar volando, pero la Alianza había mandado un bote, así que era conveniente hacer lo propio.
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—Sí —respondió ella.
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Chen había recibido un lugar de honor, cerca de Karrig y el capitán Aldrek, y había observado cómo Nita se había adelantado con serenidad para ofrecerse como mensajera para la Alianza. Chen pensó en las palabras que pronunció con anterioridad: Todos somos hijos de la Madre Tierra. No había mejor candidato para una misión cuyo objetivo era reducir la tensión entre los navíos.
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Mientras Nita preparaba su pequeño bote, Aldrek dirigió al gran barco de guerra hacia el velero de la Alianza. Para que los mensajeros pudiesen salvar la distancia con facilidad, ambos barcos tenían que acercarse bastante entre sí; más que de sobra para dispararse el uno al otro. Chen se movía inquieto y trataba de no ser negativo, pero no podía evitar recordar lo que Aldrek había dado a entender acerca de Theramore. ¿Qué estaba planeando la Horda? ¿Cuánto sabía la Alianza? ¿Esta situación era realmente el resultado de un encuentro casual en el mar, o la Alianza había estado siguiéndolos? ¿O acaso la Horda los había atraído de alguna manera?
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El Puño del Jefe de Guerra se dispuso en paralelo al Elwynn. Dos marineros ayudaron a Nita a hacer descender su bote al agua y esta partió. Los remos fueron elevándose y descendiendo regularmente según sus brazos tiraban de ellos.
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Los mensajeros pasaron uno al lado del otro en un punto equidistante a ambos barcos. Baenan observó brevemente a la tauren de hombros anchos cuando pasó a su lado, advirtiendo su típico vestido de druida. Su espíritu se elevó. Los tauren tendían a ser más sensibles que los orcos, y los druidas solían trabajar con ambas facciones. Puede que hubiese esperanza para esa misión.
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Cuando llegó a su destino, varios marineros de la Horda estaban esperándolo. Mientras alzaban su bote del agua, echó un vistazo al Elwynn, con un elegante perfil de color áureo por el sol vespertino, ya descendiendo. Recitó una plegaria a la Luz para volver sano y salvo.
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Li Li esperaba al frente de la tripulación, decidida a ser una de los primeros para recibir al diplomático y así poder preguntarle por su tío. Mientras la gran tauren escalaba hacia la cubierta, Li Li dio un par de pasos hacia adelante, impaciente.
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—¡Bienvenida a bordo! —dijo el capitán Heller con entusiasmo mientras extendía su mano. Nita la estrechó afectuosamente, y los marineros reunidos inclinaron sus cabezas como señal de reconocimiento.
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—Gracias, capitán —respondió—. Espero que podamos alcanzar un acuerdo satisfactorio para ambas partes —Examinó a la multitud, y sus ojos se posaron sobre Li Li, momento en el que las cejas de la tauren se alzaron con rapidez.
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Li Li no pudo contenerse. —¡Me reconoces! —gritó con alegría—. Eh, quiero decir… ¡Reconoces a los míos! Mi tío Chen, ¿lo has visto?
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—Sí, lo recogimos de su bote la mañana siguiente a la tormenta —dijo Nita. Sonrió—. Se alegrará una barbaridad cuando sepa que estás a salvo.
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—Gracias, muchas gracias —dijo Li Li, con su garganta estrechándose por la emoción. No se había dado cuenta de lo preocupada que había estado hasta que confirmó que Chen estaba a salvo. Ella y su tío volverían a reunirse pronto.
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—Por aquí —El capitán Heller se situó por delante de Li Li y señaló las dependencias del capitán—. Discutiremos nuestros objetivos para alcanzar un compromiso.
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Nita siguió al capitán Heller con cortesía, con sus poderosas pezuñas retumbando contra la cubierta de madera a cada paso. Cuando pasaron al lado de Li Li, el capitán lanzó una mirada no demasiado amable. Li Li observó cómo los dos desaparecían bajo cubierta y después dirigió sus ojos al barco de la Horda, momento en el que se percató de que la nave de Baenan ya había sido izada. Las discusiones dieron comienzo.
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Baenan casi temía que todos los presentes en las dependencias del capitán pudieran escuchar su corazón, galopando en su pecho. Intentando calmarse, observó la estancia repleta de orcos, trols, un tauren, dos goblins, (discutiendo entre sí por ver quién se sentaba a la mesa del capitán), y un pútrido renegado en estado de descomposición. Desde un principio se dio cuenta de que también había uno de esos pandaren, como esa muchacha en el Elwynn. Frunció el ceño. La muchacha había dicho que había estado viajando con su tío. ¿Podría ser él? Y si así era, ¿por qué estaba con la Horda?
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Baenan observó al capitán Aldrek, quien separó sus labios con una amplia y depredadora sonrisa.
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—Ahora —comenzó el capitán con suavidad—, discutamos sobre este asunto como gente razonable.
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Baenan tragó saliva e intentó encontrar un hilo de voz. —Como sabes, nos preocupa la presencia de barcos de guerra de la Horda en latitudes tan meridionales…
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—Estas son aguas neutrales —respondió Aldrek.
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—Eso es cierto —respondió Baenan—, pero tuvisteis que navegar por territorio de Theramore para llegar aquí, por lo que…
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—¿Cómo sabes que no venimos del Campamento Grom'gol en Tuercespina? —le interrumpió Aldrek.
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—¿Es eso cierto? —preguntó Baenan sin ambages.
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Eso cogió a Aldrek con la guardia baja, y vaciló el tiempo suficiente como para hacer que la respuesta resultase obvia. Su sonrisa se endureció. —Estamos aquí siguiendo órdenes del jefe de guerra, en una misión de reconocimiento —dijo, con un tono de aviso en su voz.
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—Mira —respondió Baenan—: yo soy un enano. Los míos somos directos. Tú dices que estáis en misión de reconocimiento. Eso puede ser cierto, pero no hay manera alguna de que lo sepamos. Solo queremos que nuestras tierras en Theramore estén a salvo. Podemos escoltaros de vuelta a aguas de Durotar. Esa es la oferta de mi capitán.
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El capitán Aldrek rompió a reír. El corazón de Baenan se hundió.
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—Esa es exactamente la oferta que rechazo —dijo el orco. Aldrek chascó los dedos hacia un guardia—.
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—Este enano es nuestro prisionero.
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La primera reacción de Baenan fue luchar por su libertad, pero era evidente que no era muy buena idea. Se encontraba en inferioridad numérica, y había sido desarmado al embarcar en el Puño del Jefe de Guerra.
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—Sabía que erais una panda de cobardes mentirosos —farfulló, lo que hizo que se ganase un golpe en la cabeza de otro orco.
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—Y aun así elegiste confiar en nosotros —dijo Aldrek con rostro petulante—. Encerradlo en el pantoque y haced que alguien lo vigile. Que todos se presenten en cubierta. La Alianza piensa que estamos negociando: preparad los cañones.
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Mientras Baenan era escoltado fuera de la estancia, Chen tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para mantener una expresión no afectada. Había estado cerca de saltar en defensa del enano, pero lo había reconsiderado rápidamente. Quería descubrir con mayor detalle qué estaba sucediendo. Por mucho que le doliese, tenía que esperar a que llegase el momento adecuado para actuar.
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Nita se enfrentó al capitán Heller en sus dependencias. Varios oficiales de la marina, con sus manos cruzadas a la espalda de manera formal, flanqueaban a los negociadores.
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—Capitán —comenzó ella—, me gustaría ofrecer una completa explicación acerca de los movimientos de nuestro barco...
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Nita —le interrumpió Heller—, no me interesan ni el cómo ni el porqué de los movimientos de la Horda. Lo único que quiero es que los vuestros os vayáis.
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—Estas son aguas neutrales —replicó ella—. Tenemos tanto derecho como vosotros a estar aquí.
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—Puede que eso sea cierto —continuó Heller sin inmutarse—, pero representáis una amenaza. No estaré satisfecho con contener dicha amenaza hasta que vuestro barco esté de vuelta en Durotar, lugar al que pertenece.
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—Puedo comunicar eso a mi capitán, si lo deseas —dijo Nita de manera algo vacilante.
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—No, creo que nos pondremos en contacto con él de manera directa —dijo Heller—. Tú te quedarás aquí como fianza hasta que nos aseguremos de que nuestro mensaje se escucha como corresponde.
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Nita se quedó completamente boquiabierta. —¿Qué? ¿Me vas a retener como prisionera?
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—Hago lo que debo —dijo el capitán Heller—. Detenedla.
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Cuatro oficiales la agarraron por los brazos. —¡Esto es vergonzoso! —gritó mientras luchaba contra sus captores—. ¡Soy una druida del Círculo Cenarion! ¡He trabajado codo con codo con el propio Malfurion Tempestira!
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—Eso es ciertamente maravilloso —respondió el capitán Heller—. Si alguna vez me encuentro con él, me aseguraré de contarle que te conozco.
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Encadenado incómodamente en el pantoque del Puño del Jefe de Guerra, Baenan podía escuchar ruidos en la lejanía que se asemejaban al sonido de pies caminando y el posicionamiento de cañones pesados. El asqueroso capitán orco estaba preparando un ataque contra el Elwynn, y Baenan no podía hacer nada para evitarlo. No había nada peor que la impotencia. Sentía una inabarcable rabia contra la Horda.
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El capitán Aldrek no había dejado solo a Baenan en su celda. Un arrogante elfo de sangre, Talithar, montaba guardia de manera indudablemente aburrida. Baenan lo odiaba con todo su ser.
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—Despreciable Horda —gruñó Baenan—. El capitán Heller os hundirá hasta el fondo del mar y serviréis como aperitivo para los naga.
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—Y si lo consigue, tú tendrás reservado el mismo destino —respondió Talithar—. La verdad es que es trágico: para poder vivir, tus amigos tienen que perder.
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—Si muero me iré contento, sabiendo que os vais conmigo —replicó Baenan.
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—Es muy noble por tu parte que pienses eso.
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Baenan escupió en el suelo, cerca de los pies del elfo. —Los elfos de sangre no sabríais lo que es la nobleza ni aunque tuvieseis su significado tatuado en la frente. Patéticos y babosos enganchados a la magia… ¡Incluso llegasteis a vender a vuestro propio pueblo!
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El rostro de Talithar palideció, dando a Baenan la satisfacción de haber tocado fibra sensible. Se dio cuenta de que no era demasiado astuto provocar a su carcelero, pero estaba demasiado enfadado para que le importase.
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—Sí —dijo con vehemencia —, he conocido a varios elfos nobles en mi vida. Sé lo que les hicisteis. Vengo de Loch Modan; he oído las historias relativas a la señorita del Errante allí...
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Con una sorprendente muestra de fuerza física bruta, Talithar atravesó la estancia de una sola zancada y levantó a Baenan en el aire, estampándolo contra la pared. Mantuvo a Baenan ahí a la altura del elfo de sangre, casi el doble que la del enano, y lo miró fijamente a los ojos.
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—Nunca, jamás, la menciones en mi presencia —La voz de Talithar era tranquila, pero tenía un tono amenazante que hizo que el vello de Baenan se erizase. Había estado buscando enfadar al elfo, pero la profundidad de la reacción de Talithar fue chocante. Aun así, la Horda había encerrado a Baenan y le había negado la posibilidad de luchar con armas, así que combatía con palabras. Y ese mago era un símbolo de todo lo que despreciaba.
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—Veo que conoces a Vyrin Vientoveloz —dijo Baenan simplemente para hacer daño—. ¿Es alguien especial para ti? Bueno, ¡ahora ella odia a todos los vuestros y a todo lo que representáis!
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Talithar arrojó a Baenan al suelo. El enano aterrizó dolorosamente contra su hombro, preparándose para el ataque de ira del mago, pero Talithar poseía una sorprendente capacidad de autocontrol y no hizo nada.
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Baenan consiguió sentarse. Sentía un gran y punzante dolor en el hombro, pero había merecido la pena provocar al elfo de sangre. La cabeza de Talithar estaba inclinada, y sus puños estaban firmemente cerrados y con los nudillos blancos. Miró hacia arriba, y Baenan se quedó boquiabierto.
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El rostro de Talithar mostraba surcos de lágrimas.
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—Una mujer suele ser alguien especial para su marido —Su voz estaba marcada por la rabia, la humillación y la desesperación. Dirigió su mano a la parte frontal de su toga y arrancó una fina cadena de oro alrededor de su cuello para arrojarla después a los pies de Baenan. El collar no tenía ninguna cuenta o pendiente, simplemente dos anillos exquisitamente facturados, de un hombre y una mujer, con diseño de elfos nobles.
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—¿Te crees que no sé quién soy? A nosotros, los sin'dorei, nos dieron a elegir: nuestra integridad o nuestro bienestar. Como si eso fuese una verdadera elección. Yo elegí mi bienestar. Mi mujer eligió su integridad.
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Chen se dirigió a los tramos inferiores del Puño del Jefe de Guerra tan rápido como pudo. Escapar de la vigilante mirada del capitán Aldrek había sido complicado, y después se había encontrado con la dificultad añadida de localizar sus armas. Tuvo suerte: su velero tol'vir había sido izado hasta la borda y almacenado junto a los botes salvavidas, y la tripulación había dejado sus cosas intactas. Incluso la perla estaba donde la había guardado, a salvo en el interior de su bolsa de viaje. Una de las ventajas provenientes de la admiración de Aldrek por él, supuso Chen.
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La entrada al pantoque había sido bloqueada. Chen respiró profundamente y echó abajo la puerta con una patada, introduciéndose a toda prisa y blandiendo su bastón. Este silbó por el aire de modo inofensivo. Chen se detuvo y volvió a evaluar la situación. Baenan, el embajador enano, estaba sentado de manera miserable sobre el suelo, con sus extremidades atadas. Sentado de modo igualmente lamentable contra la pared estaba Talithar, a quien se le había asignado la función de guardia.
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Chen bajó su bastón. Con un ojo sobre Talithar, se dirigió a Baenan.
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—He venido a ayudarte a escapar —dijo—. Talithar, te lo advierto…
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El elfo le sorprendió con una breve y amarga carcajada. —No pienso detenerte. Largaos de una vez.
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La actitud de Talithar dejó desconcertado a Chen, pero no tenía intención de cuestionársela. Rápidamente, se arrodilló junto a Baenan y cogió un cuchillo para cortar sus ataduras. El enano miró agradecido al pandaren.
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—Eres uno de esos pandaren —dijo mientras se frotaba las muñecas—. Gracias por salvarme.
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—¿Te resulta familiar mi pueblo? —preguntó Chen, serrando las cuerdas alrededor de las piernas de Baenan.
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—No demasiado —respondió el enano—. Aunque el otro día, durante la tormenta, recogimos a una muchacha pandaren...
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Chen agarró a Baenan por la parte frontal de su camisa y lo elevó por los aires. —¿Li Li? —gritó el pandaren de manera frenética—. ¿Se llamaba Li Li?
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—¡Sí! —confirmó Baenan, nervioso por haber sido elevado por los aires de manera agresiva por segunda vez en media hora—. ¡Se llama Li Li! Dijo que la tormenta hizo que saliera volando por la borda.
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—Está viva —dijo débilmente Chen, dejando libre a Baenan. Sus zarpas estaban temblando—. Mi sobrina está viva.
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—Viva y segura a bordo del Elwynn —dijo Baenan.
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—En ese caso, no hay tiempo que perder —proclamó Chen—. Aldrek está preparando la guerra sobre nuestras cabezas. Vamos.
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Chen se giró para marcharse, pero el enano dudó y se agachó para recoger un objeto brillante del suelo. Para sorpresa de Chen, Baenan se lo ofreció a Talithar.
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—Esto es tuyo —dijo el enano con algo de nervios—. Deberías tenerlo. Y —Se detuvo por un momento— siento lo que te dije. Fue algo cruel.
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Chen parpadeó. Estaba claro que se había perdido algo.
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—No —dijo Talithar con suavidad. Extendió la mano y acarició los dos anillos para, a continuación, apartarla—. Tenías razón. Vyrin me dejó por un motivo. Yo tomé una decisión. Y eso tenía sus consecuencias.
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—Sí, pero… —Baenan volvió a mostrarse con dudas—. Hay algo más. Ella solía hablar sobre ti. Quiero decir, no sabía que eras tú en concreto, pero sí que mencionó que había estado casada. Nunca me dijo porque dejó a su marido.
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—Ella no te odia —dijo Baenan—. Sé que está enfadada, pero sí que te echa de menos.
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La expresión de Talithar había ido cambiando varias veces mientras Baenan hablaba, y acabó por mudar en melancolía nostálgica. Aun así, no cogió el collar.
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—Quédatelo —dijo Talithar—. Pero hazme un favor, te lo ruego.
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Baenan asintió con la cabeza de manera cautelosa.
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—Cuando vuelvas a Loch Modan, llévale los anillos. Dile que la echo de menos, y que jamás dejaré de quererla.
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—Eso haré —dijo Baenan—. Lo prometo.
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Talithar se levantó. —Solamente tendréis una oportunidad de escapar —les dijo a Chen y Baenan—. Si os atrapan, os ejecutarán en el acto. Haré lo que pueda para distraer a los marineros.
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—Gracias —dijo Chen—. De verdad.
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Talithar sonrió, aunque la tristeza no abandonó sus ojos. —Marchaos.
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Con la puesta de sol, un grupo de nubes había llegado desde latitudes más meridionales y el aire se había enfriado. Li Li estaba temblando mientras permanecía en la cubierta del Elwynn, esperando ansiosamente el resultado de la misión diplomática. Lintharel había desaparecido, esfumándose como los elfos de la noche solían hacer. Junto a Li Li, Trialin se estaba comiendo las uñas, visiblemente preocupada por su hermano. Li Li esperaba con todo su ser que las cosas saliesen bien. Toda la situación se podía resolver de manera pacífica si ambos bandos estaban dispuestos a dejar su orgullo a un lado. Algo tan sencillo y a la vez tan difícil de conseguir.
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Por fin, el capitán Heller y Nita aparecieron de nuevo en cubierta. Li Li se puso de puntillas, esforzándose por vislumbrar algo. Su corazón se vino abajo. Las grandes manos de Nita estaban atadas a su espalda. La expresión solemne de los guardias indicaba que no se había podido llegar a acuerdo alguno.
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El capitán Heller blandió su espada.
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—¡Esta criatura —anunció, apuntando a Nita con su filo— me atacó a mí y a mis oficiales cuando estábamos alejados del resto de la tripulación! Hemos podido contenerla, y ahora nos ocuparemos de ella.
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—¡Mientes! ¡No he hecho nada parecido! —replicó Nita con furia, por lo que obtuvo un revés de uno de los mayores oficiales.
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—¡Silencio, escoria de la Horda! —ordenó Heller.
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Varios fogonazos y explosiones interrumpieron al capitán. La magia salía de la cubierta del barco de la Horda, con las runas iluminando de manera intensa el cielo oscurecido.
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Un grito surgió de uno de los magos. —¡Están pidiendo que nos rindamos, o matarán a Baenan!
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Heller lanzó un gruñido de rabia y maldición. —¡Jamás nos rendiremos! —vociferó, como si en el Puño del Jefe de Guerra pudiesen en verdad oírle.
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Trialin se tapó la boca con las manos, reprimiendo el llanto. Li Li puso el brazo sobre los hombros de la enana.
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Heller se enfrentó a Nita. —Tú —Señaló a sus hombres, quienes empujaron a la tauren hacia delante—. Si Baenan pierde la vida, tú correrás la misma suerte. Sangre por sangre —Elevó su espada.
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Dando la impresión de aparecer de la nada, Lintharel se posicionó entre Nita y el capitán, extendiendo los brazos.
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—No —dijo la elfa de la noche.
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El rostro del capitán Heller se retorció por la ira. No bajó su espada.
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—¿Lintharel? —dijo Nita suavemente. Li Li ladeó la cabeza. ¿Cómo podía aquella tauren conocer el nombre de Lintharel?
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—Apártate, elfa de la noche —dijo el capitán Heller.
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—Apártate, elfa de la noche —dijo el capitán Heller.
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—Su gente ha tomado a Baenan como prisionero —dijo Heller apretando los dientes.
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—Lo mismo que tú has hecho con ella —señaló Lintharel—. Si la Horda pretendía retener a Baenan desde el principio, eso quiere decir que están dispuestos a sacrificarla a ella. Ellos debían saber cómo reaccionarías a su ultimátum. Ella es tan víctima como lo es Baenan.
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—¡Apártate, elfa de la noche! ¡Es una orden!
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—¿O acaso también pretendías detener al mensajero de la Horda —prosiguió Lintharel, subiendo la barbilla—, ¿condenando a muerte por igual a Baenan?
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—¡Cierra la boca! —gritó Heller. La punta de su espada estaba temblando a varios centímetros de su garganta—. Estás obligada a servir a la Alianza. Desobedecerme se considera traición.
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—Traicionar a un amigo es un pecado de la misma gravedad —dijo ella—. ¿Qué carácter reviste la mayor de mis obligaciones, capitán: político, o personal?
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La pregunta quedó flotando en el ambiente como el sonido de un gong. Li Li sentía su corazón en la boca. Toda la tripulación estaba expectante, completamente inmóvil. Nadie se atrevía siquiera a respirar. Cada sonido se magnificaba: las olas golpeando el casco de madera, las jarcias moviéndose con una racha de viento. Las nubes que se aproximaban se habían vuelto más densas, proporcionando al atardecer un verde sobrecogedor.
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Todo el vello del cuello y los brazos de Li Li estaba de punta. El propio aire estaba cargado, tensado hasta un límite intangible.
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Y Li Li comprendió.
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Lintharel, situada entre Nita y aquellos que estaban en disposición de hacerle daño, no era tan vulnerable como parecía. Había estado andándose con rodeos, ganando tiempo.
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Lanzando un hechizo.
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La primera de las gotas de agua hizo su aparición proveniente del cielo.
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—Lintharel —dijo el capitán Heller con un tono revestido de una calma sepulcral—, este es tu último aviso.
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Li Li cogió la muñeca de Trialin y retrocedió un paso, alejándose de la multitud. La enana, percatándose del apremio de Li Li, la siguió y no hizo ruido alguno.
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—No voy a apartarme —dijo Lintharel. Por encima de ella, el cielo tronaba.
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—¡Que así sea! ¡Acabad con…!
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La última parte de la orden de Heller se perdió en el rugido del viento soplando en feroces ráfagas desde detrás de Lintharel, haciendo retroceder a trompicones a todos los que se estaban enfrentando a ella. En ese mismo instante, un rayo rasgó el cielo, golpeando el mástil principal del Elwynn como si de una bomba se tratase, prendiendo fuego a la gavía y provocando una lluvia de chispas. Astillas de madera del tamaño de dagas se precipitaron sobre la cubierta. Li Li y Trialin se escondieron tras un cajón seguro, con la noche iluminada por las llamas.
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Lintharel avanzó hacia el espacio frente a ella, ahora vacío, con los brazos abiertos ya no como gesto de sacrificio, sino de poder. Sus ojos brillaban como las estrellas, igual de blancos que el rayo que había invocado. El viento imposible se arremolinaba a su alrededor, sacudiendo su pelo y tirando de su falda de cuero, aunque por lo demás la elfa de la noche parecía inmune. Li Li se quedó observando, sorprendida. Lintharel parecía una diosa.
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—Liberadla —ordenó a un marinero encogido de miedo en cubierta. Este asintió con la cabeza, con sus ojos abiertos de par en par por el temor, y comenzó a arrastrarse hacia Nita.
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Otra explosión meció al barco por completo. Todos se tropezaron. En varios sitios la gente estaba chillando, pidiendo agua o sanadores.
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El Puño del Jefe de Guerra había abierto fuego.
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El caos lo devoraba todo. La lluvia caía en enormes cantidades. Varios miembros de la tripulación arremetieron contra Lintharel y Nita, mientras otros se apresuraron a defender el barco. Por encima de todo ello el capitán Heller daba órdenes a gritos, intentando desesperadamente recuperar el control.
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Una salva de cañonazos proporcionó la réplica a la descarga del barco de la Horda, con varias balas llegando a buen puerto. Li Li abandonó de un salto su escondite, con su mirada fija en la pequeña multitud que estaba luchando contra la elfa de la noche y la tauren.
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—¿Dónde vas? —gritó Trialin.
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—Lo que le han hecho a Nita no está bien —dijo Li Li desafiante—. Voy a ayudarla a ella y a Lintharel.
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Li Li temía que la rabia que sentía Trialin por la situación de su hermano hiciera que se posicionara del lado del resto de la tripulación, pero afortunadamente la enana asintió con la cabeza.
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—Sí —dijo ella—. Atacar a un diplomático es la peor de las cobardías —Sacó una espada corta de su cinturón y se la lanzó a Li Li—. Necesitarás un arma.
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—Gracias —dijo Li Li. Entre gritos, las dos se lanzaron a la batalla
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Chen y Baenan se apresuraron por las zonas inferiores de la cubierta, intentando no llamar la atención. Baenan introdujo su barba en su camisa y utilizó un casco para cubrir su rostro en un intento de disfrazarse algo chapucero. El plan para escapar, toscamente esbozado, consistía en llegar al barco tol'vir, botarlo e introducirse en él. Era una apuesta arriesgada, pero quedarse donde estaban no era una opción.
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El barco tembló, con los impactos certeros de los cañones de la Alianza. Chen encontró la escalera que buscaba, la más cercana a los botes salvavidas, y empujo a Baenan hacia adelante, subiendo como pudo tras él.
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—¡Ese es el prisionero! —gritó una voz a sus espaldas. Chen reconoció su procedencia: era Karrig—. ¡Asqueroso traidor! —le gritó a Chen—. ¡Confiábamos en ti! ¡Matadlos a los dos!
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Chen se atrevió a mirar hacia abajo. Contó a seis personas, incluido Karrig. El pandaren echó pestes por la boca. Luchar contra ellos implicaba perder mucho tiempo.
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—¡Marchaos! —exclamó otra voz. Talithar apareció en escena corriendo y se lanzó a los pies de la escalera—. ¡Yo los entretendré!
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Ninguno de los dos fugitivos dudó. Mientras articulaba palabras de gratitud inaudibles, Chen subió el resto de la escalera y comenzó a correr junto a Baenan.
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—¡Eres una desgracia para la Horda, Talithar Vientopresto! —bramó Karrig—. ¡Despreciable elfo traidor!
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—Luché por la Horda en los campos nevados de la Corona de Hielo —respondió Talithar de manera tranquila—. Y me sentí orgulloso por ello. Pero la Horda no merece toda mi lealtad.
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—Apártate de nuestro camino —gruñó Karrig—, o muere.
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Talithar elevó las manos, con dos rojas esferas llameantes flotando sobre sus palmas. La potente luz iluminó sobremanera el contenido de la bodega. Contra las paredes había barriles llenos de pólvora y munición adicional para los cañones.
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—Ah —dijo Talithar, sonriendo pacíficamente—, he tomado mi decisión.
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El fuego se había extendido hasta la vela mayor del Elwynn, y la lluvia no ayudaba demasiado en su extinción. Un puñado de marineros organizó con frenesí una brigada para poder contener las llamas con cubos, pero su esfuerzo fue en vano. Al final todo el barco acabaría en llamas.
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—¡Nita —gritó Lintharel—, tienes que salir de aquí! ¡Adopta una de tus formas y escapa!
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—Tú me salvaste la vida —respondió la tauren—. No dejaré que luches sola.
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—¡No está sola! —gritó Li Li, situándose entre las dos druidas.
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—¡Eso es! ¡Hemos venido a ayudaros! —proclamó Trialin, blandiendo con pericia dos hachas. Lintharel lanzó dos virotes de magia amarilla; Li Li eludió las armas de los marineros. La enana, la elfa de la noche y la pandaren presionaron con fiereza a sus atacantes, despejando un pequeño espacio.
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—¡Esta es tu oportunidad! —gritó Li Li a Nita.
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—¡Os estaré siempre agradecida! —respondió Nita. Con una sola y enorme zancada, rompió la fila de marineros y se lanzó por la borda. Momentos después, un elegante león marino desapareció entre las olas.
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Li Li respiraba agitada. Agarró con fuerza su espada, hombro con hombro con Lintharel y Trialin. La lluvia golpeaba su rostro y su cuello. Ahora que Nita era libre, ellas también debían escapar.
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Trialin elevó un hacha, haciendo un gesto con la cabeza hacia las otras dos. Uno, dijo. Dos…
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Una enorme explosión hizo que el Elwynn vibrase de arriba abajo. El barco tembló con violencia, su casco de madera crujiendo por la fuerza de la detonación. Todos los presentes cayeron sobre la borda. Una columna de humo se elevó por los aires, mientras gotas de brea ardiendo caían del cielo, añadiéndose a las llamas que ya hacían arder las velas.
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—¡Por Elune e Ysera! —maldijo Lintharel. Li Li giró en el suelo sobre sí misma, intentando ver qué había sucedido. El humo salía a través de un enorme agujero en el Puño del Jefe de Guerra, donde había tenido lugar la explosión.
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—Baenan —susurró Trialin junto a Li Li—. Oh, Luz, que siga con vida…
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Lintharel fue la primera en levantarse, y ofreció su mano a Li Li. Esta extendió su brazo para cogerla, y percibió un movimiento borroso por el rabillo del ojo. El capitán Heller se había colocado a hurtadillas tras Lintharel, con su espada preparada.
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—¡Cuidado! —gritó Li Li, pero la advertencia llegó demasiado tarde. El cuerpo de Lintharel se arqueó, sus ojos abriéndose de par en par por la sacudida y el dolor, mientras el capitán la atravesaba.
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Lintharel tembló, y la comisura de sus labios enrojeció por la sangre. Sus rodillas se doblaron contra la cubierta de madera mientras se desplomaba sobre ella, respirando de manera entrecortada.
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Heller retiró su espada, con la sangre en su filo plateado cayendo bajo el aguacero.
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—El castigo por traición es la muerte —dijo con tranquilidad, y elevó su arma para asestar el golpe definitivo.
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Una sombra se movió a su lado, cobrando forma de repente, y una hoja labrada y curva se deslizó por la garganta de Heller.
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El rostro del capitán bulló con ira. —¡Traidoras!
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—Silencio —Los ojos de Atropa resplandecían con un brillo asesino, igual al de Lintharel—. El castigo por herir a mi familia también es la muerte.
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Una lluvia incesante recibió a Baenan y Chen cuando por fin llegaron a la cubierta principal. Nadie pareció percatarse de su presencia; todos estaban demasiado ocupados con la batalla. Al otro lado, el Elwynn estaba en llamas.
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—Tenemos que llegar allí —proclamó Baenan. El pandaren y el enano corrieron hacia los botes salvavidas. Chen pudo ver su embarcación tol'vir entre ellos.
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Los pies de Chen estaban hechos polvo por la dura madera bajo ellos. El rugido y el calor de una gran explosión lo engulleron, haciendo que él y Baenan salieran volando por la cubierta, donde chocaron contra los botes salvavidas.
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La lucha por permanecer consciente era una que Chen sabía que no podía permitirse perder. Con todas sus articulaciones doloridas, se esforzó por ponerse de rodillas. A una corta distancia, Baenan se encontraba boca abajo, con su casco extraviado por la explosión. Chen se percató de que su bastón estaba rodando a unos cuantos metros de distancia y se lanzó a por él, haciendo caso omiso al dolor que sentía en las piernas. Nada parecía roto, al menos.
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—¡Baenan! —Sacudió al enano con fuerza—. ¡Esta es nuestra oportunidad!
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—¡Maldito elfo de sangre idiota! —gruñó Baenan mientras Chen lo ayudaba a incorporarse—. ¡Estábamos en la bodega de municiones!
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—Es imposible que haya sobrevivido a eso —dijo Chen con pesar, sorprendido por sentir pena por alguien a quien había amenazado esa misma mañana.
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—Sin duda —respondió Baenan. Miró a Chen—. Todo el barco se hundirá en cuestión de minutos —dijo el enano—. Es hora de marcharse.
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Las llamas salían desde el agujero que había provocado la explosión en el casco del Puño del Jefe de Guerra. El barco cogía agua rápidamente y se escoraba hacia un lado, facilitando a Chen y Baenan la botadura de la embarcación tol'vir.
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La explosión de Talithar había desintegrado cualquier apariencia de orden; el único pensamiento alojado en toda persona era el de escapar del barco con vida. Chen agarró un remo y emprendió la marcha hacia el Elwynn, cuyas velas en llamas hacían de faro en la tormenta.
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Mientras se aproximaban al barco de la Alianza, una figura se desplomó desde la cubierta y se estrelló contra el agua, a punto de ir a parar al pequeño barco.
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—¡Ese era el capitán Heller! —exclamó Baenan.
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Chen echó un vistazo al cuerpo, el cual flotó sobre el agua durante unos breves instantes antes de hundirse entre las olas. —Le han rebanado el cuello.
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Dirigieron su mirada hacia la cubierta desde la que había caído el cuerpo de Heller. Chen amarró levemente la embarcación tol'vir al Elwynn en llamas, preparándose para escapar rápidamente después.
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—¿Listo? —preguntó a Baenan.
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—Sí —respondió el enano con un brillo en los ojos—. Cogemos a nuestras familias y nos vamos.
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Los dos saltaron al mismo tiempo desde la borda de la embarcación tol'vir y subieron a toda prisa al Elwynn.
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El alba, color oro rosado, únicamente iluminaba los restos flotando entre las olas en el lugar en el que los dos barcos se habían hundido. No había nadie para verlo; los botes salvavidas de los supervivientes se habían dispersado.
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Una pequeña embarcación llevaba a cuatro pasajeros, tres de los cuales se apiñaban en la proa y en la popa para hacer hueco al cuarto, cubierto en la parte inferior.
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—He hecho todo lo que he podido —dijo Baenan abatido, agitando la cabeza. El cansancio hacía que su rostro se torciese—. Pero he llegado al límite. Lo siento.
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Trialin puso una mano sobre el brazo de su hermano.
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Atropa sostenía la cabeza de Lintharel en su regazo, acariciando mechones de pelo tras las largas orejas de la druida. Agachó la frente contra la de Lintharel, con lágrimas surcando su rostro en silencio.
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Los ojos de Lintharel estaban cerrados, pero esta sonreía débilmente. No habló; simplemente apretó la mano de Atropa. Todos estaban en silencio, sabiendo que era una mera cuestión de tiempo.
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Ninguno de ellos advirtió la oscura figura en el horizonte, haciéndose poco a poco más grande mientras se aproximaba, hasta que un agudo graznido los sobresaltó. Un gran pájaro marrón voló en círculos por encima, su envergadura casi tan grande como el bote salvavidas. Descendió en picado, posándose con destreza sobre el borde de madera. Tras mirar hacia los lados, se transformó.
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Era Nita.
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La tauren se arrodilló junto a Lintharel, con cuidado de no poner en riesgo el equilibrio de la embarcación. Extendió sus dedos sobre el vientre de la elfa de noche, cubriendo la herida. Un verde brillo salió de sus manos, envolviendo en luz a Lintharel.
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Lintharel cogió aire con violencia, entre jadeos y tos, e intentó incorporarse. Atropa y Nita se lo impidieron con suavidad.
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—Tranquilidad, amiga mía —dijo la tauren—. Estarás bien muy pronto; no hay prisa alguna.
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Lintharel extendió el brazo para coger la mano de Nita. —Gracias.
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Atropa apretó el ancho antebrazo de Nita. Las lágrimas aún brillaban en los ojos de la elfa de la noche. —Gracias también de mi parte. Muchísimas gracias.
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—Era lo mínimo que podía hacer —respondió Nita—. He estado batiendo el océano toda la noche. Hay muchos supervivientes, tanto de la Alianza como de la Horda. Haré lo que pueda para dirigir a todo el mundo a tierra.
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—En cuanto recupere las fuerzas echaré una mano —dijo Lintharel. Ofreció a Atropa una sonrisa tranquilizadora—. No tardaré mucho.
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Antes de irse, Nita lanzó hechizos menores sobre Baenan, Trialin y Atropa. Baenan suspiró aliviado mientras el dolor de sus heridas se desvanecía.
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—Gracias, Nita de los tauren —dijo. Se frotó el pecho, notando cómo ya no le dolía al tocarlo. Sus dedos rozaron un bulto bajo su túnica.
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—¡Por el martillo de Muradin! —exclamó, sacando el collar de Talithar, con ambos anillos aún enhebrados en la cadena de oro—. Había olvidado que tenía esto.
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—¿Qué es eso? preguntó Trialin.
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—Era de Talithar —respondió Baenan con suavidad—. Un elfo de sangre que había en el barco de la Horda. Me salvó la vida. Los anillos eran de él y de su mujer.
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Nita frunció el ceño. —¿Qué?
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Baenan se giró hacia su hermana. —Trialin, ¿recuerdas a Vyrin Vientopresto, de la Cabaña del Errante?
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—¿De Loch Modan? Por supuesto.
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—Talithar estaba casado con ella —dijo Baenan.
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—No… No lo he visto en los otros botes —dijo Nita. Baenan sacudió la cabeza.
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—Y no lo verás —Cerró el puño con ambos anillos idénticos en su interior—. Él fue quien provocó la explosión sobre el Puño, para ayudarnos a mí y al pandaren a escapar. Está muerto.
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—¿Qué le vas a decir a Vyrin? —dijo Trialin.
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—Que su marido murió como un héroe— Baenan miró hacia arriba con vehemencia—. ¿Cuál es el camino más corto para llegar a tierra? Tengo que entregar un mensaje.
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—Dirigíos hacia el noroeste —dijo Nita—. No estáis lejos de Tanaris. Volveré lo antes posible para ayudaros, si es que lo necesitáis. Que la Madre Tierra os acompañe.
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—Y Elune a ti —respondió Atropa.
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Nita extendió los brazos y se transformó en ave, agitando sus alas en el cielo.
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De nuevo, el velero tol'vir flotaba bajo un cielo plagado de estrellas. Chen apretó a Li Li contra su pecho. —Creía que te había perdido, Li Li —susurró—. Creía que estabas muerta.
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Li Li enterró su rostro en el hombro de su tío. —La verdad es que yo también —respondió, sonriendo levemente. Chen se rió brevemente, aunque casi parecía más que estaba tosiendo.
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A bordo del Elwynn todo había sido fuego y caos. Él y Baenan se separaron al instante. Los recuerdos de Chen estaban borrosos. Había llamado a Li Li de manera frenética, una y otra vez, y de repente, como por arte de magia, allí estaba, huyendo de las llamas, con sangre sobre su rostro. Habían subido al barco, a su propio velero, con solo unos cuantos minutos a su disposición. Mientras Chen y Li Li se alejaban a golpe de remo pudieron observar los últimos momentos del Puño del Jefe de Guerra y del Elwynn, sus restos en llamas iluminando el océano con un brillo anaranjado.
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Los pandaren durmieron a trozos durante el resto de la noche. Todo ese estrés había hecho mella y perdieron la noción del tiempo, caminando entre la vigilia y el sueño.
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Li Li no sabía cuántos días habían pasado. ¿Dos? ¿Tres? Habían sufrido una densa capa de nubes, la cual hacía imposible distinguir la mañana de la tarde. Solo cuando el cielo se oscurecía durante horas se hacía claro que otro día había pasado. El tío Chen holgazaneaba bajo la vela, dormido. Había salido herido de la explosión en el barco de la Horda, y tardaría días en curarse.
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Li Li descansó su cabeza contra el mástil. La vela colgaba de las jarcias sin tensión, pero no se animó a ajustarla. Todo, absolutamente todo, había salido rematadamente mal. Li Li no dejaba de revivir el momento en el que salió despedida por la borda, o el instante en el que el capitán Heller atravesó el cuerpo de Lintharel con su espada, o la sangre de Heller salpicando su rostro cuando Atropa le rajó la garganta. Li Li se estremeció. Qué recuerdos tan espantosos. Qué visiones tan horribles.
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Un papel arrugándose con el viento captó la atención de Li Li, y esta elevó la mirada para encontrar un albatros elegantemente doblado ondeando por encima de su cabeza. Extendió una mano y el pájaro se posó sobre ella e inmediatamente se detuvo, con la magia que había impulsado su viaje ya agotada. Sintiendo curiosidad, Li Li deshizo los pliegues, suavizando las arrugas lo mejor que podía. Dos cartas daban forma al albatros, una dirigida a ella y la otra al tío Chen. Nada más comenzar, Li Li vio que ambas procedían de su padre.
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Puesto que no quería invadir la intimidad de su tío, la pandaren dobló la carta dirigida a su tío y la introdujo en su petate. Después comenzó a leer la que iba a su nombre.
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:''Mi querida Li Li:''
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:''Nunca he sido muy bueno con las palabras. Todas las veces que intento hablar contigo parece que nada acaba saliendo como quiero, y nunca nos entendemos el uno al otro ni encontramos una base común.''
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:''Te pareces más a tu madre o a mi hermano que a mí. Tienes la capacidad de maravillarte de tu tío, y la temeridad de tu madre. Esa era una de las cosas que más amaba de ella, aunque, al ser alguien que no tiene ese rasgo, me parecía terrible ver cómo se dirigía sin tapujos hacia situaciones que yo habría evitado a toda costa. Y me parece igualmente terrorífico observar cómo tomas decisiones similares. Sé que en el pasado he dejado que mi miedo se manifestase como ira, lo cual ahora comprendo que fue un error.''
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:''Tu destino es tomar decisiones en tu vida distintas a las que yo he tomado. Creo que ya era hora de que me diese cuenta de ello. Independientemente de lo que suceda, siempre serás mi hija, y siempre me sentiré orgulloso de ti.''
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:''Con cariño,''
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:''Tu padre''
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Li Li leyó la carta dos, tres veces, permitiendo que las palabras se alojasen en su memoria. Recordó haberse preguntado en Gadgetzan si llegaría el momento en el que fuese sincera consigo misma y al mismo tiempo lo suficientemente buena para su padre. Chen le había asegurado que podría conseguirlo, y tenía razón. Los ojos de Li Li se empañaron con lágrimas; parpadeó, pero no pudo eliminar su visión borrosa. De repente sintió que echaba de menos a su padre mucho más de lo que jamás se hubiera imaginado.
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—Ay, tío Chen —dijo lamentándose —, ¿por qué la perla me envió a este estúpido viaje? Vámonos a casa. Solo quiero irme a casa.
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Chen suspiró mientras dormía. Una lágrima se deslizó por la mejilla de Li Li, ya húmeda por el aire brumoso. Cerró los ojos y juntó las rodillas contra el pecho.
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Un gran zumbido inundó sus oídos, pero no sentía viento alguno. Mirando hacia arriba, Li Li observó una interminable niebla arremolinándose sobre su cabeza, girando como un torbellino. Se asomó y sacudió a su tío para despertarlo.
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—¿Qué pasa? —preguntó atontado.
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—No lo sé —respondió—. Nunca había visto algo así.
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La niebla giraba cada vez más rápido, lo que hizo que Li Li se sintiese mareada. Entonces, de repente, se desintegró, dejando tras de sí un cielo increíblemente azul y el brillante orbe solar.
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Y ante Li Li y Chen, extendiéndose en el horizonte como una joya, se alzaba una tierra que ninguno de ellos reconocía.
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—¡Mira! —gritó Li Li, señalando con el dedo—. Tío Chen… ¿Eso es…?
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—¡Lo es! —exclamó Chen—. ¡Tiene que serlo!
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Li Li ya estaba de pie, tensando la vela. La brisa se había vuelto a levantar, y podrían llegar a tierra con facilidad. Chen corrió a ayudarla, y juntos guiaron el barco hacia la orilla.
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Una playa adecuada hizo acto de aparición sin mucha complicación, y los dos pandaren arrastraron su embarcación hasta la arena, con las zarpas temblando por la emoción. Chen y Li Li salieron corriendo a explorar el paisaje, y pronto encontraron un sendero estrecho pero con señales de haber sido transitado numerosas veces. En un mástil tallado se balanceaba en el viento con suavidad un farol familiar, a modo casi de bienvenida.
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Chen estuvo a punto de caer de rodillas junto a él. —Esto lo ha hecho un pandaren —dijo con voz débil—. No hay ninguna duda.
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—Hemos llegado —dijo Li Li—. Lo hemos conseguido. Pandaria.
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Subieron a una colina desde la que se veía la orilla, y se quedaron contemplando el mar. El día era claro, sin una sola nube a la vista. El brillante océano se extendía sin fin aparente. Chen pasó su brazo sobre el hombro de su sobrina y lo apretó con cariño.
   
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—¿Esto quiere decir que el hechizo se ha roto? —preguntó Li Li—. ¿La niebla se ha ido para siempre?
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—No… No estoy seguro —respondió Chen—. Pero creo que sí.
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—Así que vendrán —dijo—. Papá, y Shisai, y la abuela Mei, y todos nuestros amigos. Todos vendrán.
   
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Una imagen se apareció de repente en la mente de Chen. Dos barcos, uno al lado del otro, envueltos en llamas, cañones disparando, marineros gritando, espadas chocando. Una escena de noches atrás, mientras se apresuraba por abandonar el Puño del Jefe de Guerra y no encontraba descanso en el Elwynn. Chen apretó aún más el hombro de Li Li.
   
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—No solo nuestros amigos, Li Li —dijo—. Todos.
 
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Revisión actual - 11:19 27 jun 2018

Misión en Pandaria (España) o La Búsqueda de Pandaria (Latinoamérica) es una historia corta aparecida en la página oficial con motivo del lanzamiento de Mists of Pandaria.

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