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Los dioses de Arak es un pergamino que se encuentra en Veil Terokk en las Cumbres de Arak.

Antaño, los inmemoriales cielos de Arak eran compartidos por tres dioses...

Rukhmar era fuerte, joven y ambiciosa. Volaba alto, más de lo normal, pues le encantaba sentir el calor del sol en sus alas. Subía hasta que se prendía fuego, pero no se quemaba. Las llamas caían de ella en largos trazos de rojo y dorado brillante.

El cielo era su lienzo, y sus hijos eran los kaliri.

Anzu no tenía un gran físico, pero sí un gran intelecto. Prefería estar al fresco en la sombra y la paz de las horas del crepúsculo donde podía estar solo, en silenciosa contemplación. Conversaba con los dioses del abismo, y le parecían criaturas aburridas y estúpidas.

Su amanecer era una medianoche oscura, y sus hijos eran los cuervos aterradores.

Sethe era frío y desdeñoso. Cuando volaba, el viento mordía su carne. Tomaba el sol en las laderas de la montaña, pero nunca sentía el calor.

Sus escamas eran de vidrio helado y sus hijas eran las serpientes aladas.

Sethe codiciaba el favor del viento y el calor del sol. Convenció a Anzu para que lo ayudara a matar a Rukhmar y así apoderarse ellos del cielo.

Pero Anzu era astuto, y las serpientes aladas le traían sin cuidado. Durante la oscura noche, envió un cuervo para avisar a Rukhmar de las intenciones de Sethe.

Anzu contempló desde la cima de la montaña el combate entre Rukhmar y Sethe.

Sethe atacó justo como había dicho Anzu, y Rukhmar lo evitó con facilidad. Voló alto, se ocultó en el brillo del sol a sus espaldas y, luego, se lanzó sobre Sethe.

Las garras de Rukhmar encontraron la cabeza de Sethe con facilidad. Abrió los mismísimos cielos que los cubrían con el poderoso batir de sus alas, cual restallido de látigo.

Sethe cayó sobre una cumbre con tanta fuerza que se derrumbó a su alrededor.

Como un relámpago, Anzu cayó sobre Sethe y lo dejo clavado bajo su garra.

Mirando al Dios Cuervo, Sethe pronunció una última maldición:

"¡Mi sangre teñirá el océano hasta que sea tan denso y oscuro como la brea! ¡Mi carne supurará y se corromperá hasta que el propio cielo se pudra con ella!".

Anzu contestó: "Entonces no dejaremos ni sangre ni carne".

Se dio un festín con la tortuosa serpiente alada y dejó limpios los huesos.

Una única gota de sangre logró escapar de la cumbre destrozada y contaminar el valle que había a sus pies.

Anzu sintió pronto el odio de Sethe correr por sus venas. Su espalda se dobló. Sus alas se debilitaron. Su mente estaba inundada de visiones dolorosas.

El Dios Cuervo había contenido la maldición de Sethe cargando con ella él mismo.

Anzu lidió con la maldición un tiempo antes de retirarse a las sombras.

Rukhmar, aterrorizada por la maldición, nunca volvió a aterrizar en Arak. Voló lejos, a nuevas tierras, y creó una nueva raza de criaturas para gobernar los cielos. Un pueblo que combinaría su poder y su gracia con la astucia y la sed de conocimiento de Anzu.

Los llamó arakkoa, con la esperanza de que, así, algún día volvieran a Arak para gozar del viento y el sol como lo había hecho ella.

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