Las Centinelas y la gran vigilia es parte del Capítulo I de la Historia de Warcraft aparecida en la página web de World of Warcraft. Se trata a su vez de una revisión de la historia recogida en el manual de Warcraft III: Reign of Chaos bajo el nombre Las Centinelas y la larga vigilia, adaptando nombres y lugares a como se llaman en la actualidad.
En aparece otra versión retocada en forma de libro que los jugadores pueden leer.
Con la partida de sus caprichosos primos, los elfos nocturnos volvieron a prestar atención a la protección de su patria encantada. Los druidas, presintiendo que se acercaba la hora de la hibernación de nuevo, se prepararon para dormir y dejar a sus seres queridos y familiares. Tyrande, que se había convertido en la primera sacerdotisa de Elune, pidió a su amado Furion que no la abandonara por el Sueño Esmeralda de Ysera, pero Furion estaba obligado a entrar en los pasadizos del sueño: se despidió de la sacerdotisa y le juró que nunca estarían separados si se mantenían leales a su amor.
Tyrande, dedicado a proteger Kalimdor de los peligros del nuevo mundo, reunió una poderosa fuerza de combate de entre sus hermanas elfas nocturnas. Estas intrépidas guerreras estaban muy entrenadas y se comprometieron a defender Kalimdor, por lo que fueron conocidas como las Centinelas. Aunque preferían inspeccionar los sombríos bosques de Ashenvale solas, tenían muchos aliados a los que recurrir en caso de problemas.
El semidiós Cenarius permaneció cerca, en los Claros de Luna del Monte Hyjal. Sus hijos, conocidos como los Guardianes del Bosque, vigilaban de cerca la tierra de los elfos nocturnos y solían ayudar a las Centinelas a preservarla paz en su tierra. Incluso las tímidas hijas de Cenarius, las dríades, acostumbraban a dejarse ver cada vez más.
A pesar de que el trabajo de vigilar Ashenvale la mantenía ocupada, Tyrande se sentía sola y perdida sin Furion a su lado. A medida que pasaban los largos siglos mientras los druidas dormían, sus miedos de una segunda invasión demoníaca se hacían más reales. No podía olvidarse de la incómoda sensación de que quizás la Legión de Fuego seguía allí, más allá de la Gran Oscuridad del cielo, planeando su venganza sobre los elfos nocturnos y el mundo de Azeroth.
World of Warcraft[]
En puede leerse por medio de un libro cuyo texto presenta algunas variaciones con respecto al publicado en la página oficial de World of Warcraft. Dicho libro puede encontrarse bajo el nombre Los centinelas y la gran vigilia cerca de "Lobo de Mar" MacKinley en Bahía de Botín y en la posada de Bastión Plumaluna. Cuenta para el logro
[Erudito].
Con la partida de sus caprichosos primos, los elfos de la noche volvieron a centrarse en la protección de su tierra encantada. Los druidas, conscientes de que se acercaba el momento de hibernar, se prepararon para su largo sueño y abandonaron temporalmente a sus seres queridos y familiares.
Tyrande, que se había convertido en la suma sacerdotisa de Elune, pidió a su amado Malfurion que no la abandonara para partir al Sueño Esmeralda de Ysera. Pero Malfurion ponía en juego su honor si no penetraba en las cambiantes sendas de los sueños, de modo que se despidió de la sacerdotisa y le juró que no se separarían jamás si mantenían vivo su amor.
Sola, ante la perspectiva de proteger a Kalimdor de los peligros que acechaban al nuevo mundo, Tyrande reunió a un poderoso ejército de hermanas elfas de la noche. Las intrépidas y diestras guerreras, decididas a defender Kalimdor, eran conocidas como las Centinelas. Aunque preferían patrullar los frondosos bosques de Vallefresno ellas mismas, contaban con muchos aliados a los que podían recurrir en momentos difíciles.
El semidiós Cenarius permaneció cerca de los Claros de la Luna del Monte Hyjal. Sus hijos, conocidos como los Guardianes de la Arboleda, vigilaron de cerca a los elfos de la noche y ayudaron constantemente a las Centinelas a mantener la paz en aquellas tierras. Incluso las tímidas hijas de Cenarius, o dríades, salían al exterior con mayor frecuencia.
La tarea de vigilar Vallefresno mantuvo ocupada a Tyrande, pero sin Malfurion a su lado, apenas sonreía. A medida que los siglos transcurrieron, los druidas seguían inmersos en su sueño y el temor de Tyrande creció ante la posibilidad de una segunda invasión demoníaca. No la abandonaba la turbadora sensación de que la Legión Ardiente seguía merodeando al otro lado de la Gran Oscuridad, planeando su venganza contra los elfos de la noche y el reino de Azeroth.
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