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Este artículo o sección aborda contenido proveniente de novelas o historias cortas de Warcraft.
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El Juicio (originalmente 'La Sentencia') es una historia corta escrita por Brian Kindregan publicada en la página oficial de World of Warcraft [1] a finales de abril de 2011. En esta historia, Vol'jin y Zalazane se someten a pruebas con el fin de satisfacer a los Loa, finalmente les revela su destino como cazador de sombras y como médico brujo, respectivamente. También se deduce de las consecuencias de la caída de Zalazane.

Personajes[ | ]

Texto[ | ]

El joven trol se agachó bajo la lluvia, mirando al frente, hacia donde el camino se perdía frente a la densa maleza de la jungla. Ni la luz ni la brisa atravesaban el follaje. Esa parte de la isla se conocía como el Primer Hogar y solo los cazadores de las Sombras y los locos se adentraban en ella.


Vol’jin no era un cazador de las Sombras.

Sentía como le corrían entre los dedos de los pies ríos de agua. La lluvia era intensa y cada gota que le golpeaba en la espalda le empujaba hacia el Primer Hogar. En ocasiones, los cazadores de las Sombras regresaban, pero los locos nunca lo hacían. Detrás de Vol’jin, otro trol se cubría bajo una gran hoja de palmera.

Zalazane tampoco era un cazador de las Sombras.

—No eh’tamos lih’tos —dijo Zalazane mientras masticaba pedazos de carne de kommu—. El juicio es para trols más viejos que han hecho grandes cosas. Nosotros somos jóvenes, unos don nadie.

—Yo soy joven; tú serás un don nadie —murmuró Vol’jin antes de levantarse—. Debemos hacerlo, Zal. Anoche, mi padre se pasó horas mirando el fuego y ahora actúa como si se le fuese a caer el cielo encima. Creo que tuvo una visión. Se acercan cambios y debemos eh’tar preparaos.

—¿Crees que los loa te van a hacer cazador de las Sombras?

—Me juzgarán, seguro. Me pondrán a prueba. Aunque no sé qué quiere decir eso.

—Dicen que los loa controlarán nueh’tras mentes —dijo Zalazane con seriedad—. Nos van a confundir y manipular y harán que tengamos visiones.

—Se dice que son muchas pruebas. Si me consideran digno, seré un cazador de las Sombras —respondió Vol’jin—. Si no me consideran digno… nada nos salvará.

—Vaya, yo los voy a impresionar —dijo Zalazane con una sonrisa de complicidad—.

—Pero se van a reír de ti. —Pisó el barro y avanzó con calma hasta situarse al lado de su amigo. Se miraron el uno al otro un instante y se les dibujó una amplia sonrisa, que dejaba ver sus colmillos. Ya desde su infancia en el poblado Lanza Negra, eso era siempre señal de que Vol’jin y Zalazane estaban a punto de hacer algo especialmente estúpido—.

Con un gran alarido, se precipitaron corriendo hacia el Primer Hogar. Se estrellaron contra las opresivas lianas y raíces. La muerte, tanto repentina como lenta, inundaba el lugar, pero eran jóvenes y estaban convencidos de que no podían morir.

No obstante, aquí estaban los loa. Los antiguos espíritus de aquellos que habían trascendido la muerte podrían otorgar favores maravillosos o infligir terribles castigos. Los loa podían dar a un trol una segunda vista, o volverlo loco hasta arrancarse sus propios ojos. Su juicio era despiadado, súbito e impredecible.

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Vol’jin y Zalazane corrieron durante un rato y ambos empezaron a preguntarse si las leyendas del Primer Hogar se habrían exagerado. No parecía haber grandes amenazas. Dos frondas enormes bloqueaban el camino. Con un movimiento rápido, se deslizaron por ambos lados, para descubrir una gran planta carnívora, una nambu. Unos labios peludos y separados les esperaban. Unos dientes fibrosos se retorcían con impaciencia en las enormes fauces y Vol’jin no pudo detenerse a tiempo. Se lanzó a la izquierda, rozando el borde de la nambu.

Dio vueltas y trompicones hasta toparse contra algo duro y escamoso. Retrocedió tambaleándose, aturdido, sacudiendo la cabeza. Ese algo se dio la vuelta, dejando ver que se trataba de un raptor muy enfadado y muy grande, el más grande que Vol’jin había visto jamás. Retrocedió un poco más, consciente de que la nambu estaba en alguna parte detrás de él. Podía oír a Zalazane emitiendo sonidos sordos y extraños, pero Vol’jin había perdido la pista de su amigo.

El raptor lanzó la cabeza hacia Vol’jin y este se inclinó hacia la izquierda. Una mandíbula inmensa se cerró justo en el lugar donde acababa de estar. De la boca de la criatura salieron ríos de saliva. La nambu reaccionó al movimiento veloz como un rayo y cerró los dientes contra el raptor, inyectando veneno en la carne rasgada de la bestia. Vol’jin solo tuvo unas décimas para aprovecharse de la distracción: sacó la guja y acechó a la nambu, estudiándola. Zalazane estaba en el otro extremo de la planta, revolcándose en un enjambre de insectos alchu que se había abalanzado sobre él, mordiéndole y picándole. No podría ayudarle de momento.

El raptor arrancó la nambu del suelo, desgarrando las raíces y lanzando lejos la planta. Los pequeños ojos enfurecidos de la bestia se posaron en Zalazane, atraídos por los movimientos frenéticos del trol.

No había tiempo. Vol’jin soltó un grito de batalla y cargó con fuerza con la guja. Atravesó la carne: Vol’jin abrió un reguero de sangre en el lomo del raptor, que se balanceó retorciéndose de dolor y lanzó a Vol’jin a los matorrales de un cabezazo. Vol’jin no veía nada con el rostro cubierto de hojas húmedas y pegajosas. Sintió que la tierra temblaba cuando la bestia cargó contra él. Vol’jin se tambaleó hacia atrás y a la derecha al volver a sentir las mandíbulas del raptor a centímetros de él. Se limpió las hojas de la cara justo a tiempo para ver al raptor retroceder y volver a por él.

Oyó a Zalazane al otro lado del raptor, gritando y haciendo ruidos.

Vol’jin se echó hacia atrás, sin atreverse a darle la espalda a la bestia. Vio que Zalazane estaba atacando desde el otro lado, pero el raptor balanceó la cola cerca del suelo y atrapó los pies de Zalazane debajo. La maniobra dio solo un segundo a Vol’jin, pero tendría que ser suficiente.

Se abalanzó sobre el raptor y se aferró a su cuello. Durante un aterrador instante, su rostro quedó presionado contra la mandíbula inferior de la bestia, que le despeinaba la cresta con su aliento. Entonces, consiguió girar sobre el pescuezo y clavar las rodillas en los omóplatos del raptor.

El raptor chilló y se agitó. Zalazane saltó para ponerse en pie y golpeó con el bastón la pata con garra de la bestia. Vol’jin oyó huesos partirse. Se agarró con más fuerza al pescuezo y clavó la guja en la garganta de la criatura.

El raptor se había rendido con Vol’jin y avanzó hacia Zalazane, arrastrando la pata destrozada. Zalazane retrocedió lentamente, no obstante Vol’jin podía sentir cómo se estiraban y contraían los músculos de la bestia. Le quedaban segundos.

Vol’jin tiró con violencia y sintió como la guja se clavaba en el músculo y la arteria. La sangre salió disparada en una cortina escarlata al sacar la guja formando un gran arco. El raptor se tambaleó hacia un lado y luego hacia el otro y cayó al suelo, con la boca a centímetros de los pies de Zalazane. Vol’jin se levantó al verse libre.

—¿Qué era eso? —dijo Zalazane jadeando—. Es el raptor más grande que he vih’to.

—¿Eh’taría poseío por un loa? ¿Nueh’tra primera prueba?

—No creo, colega. —Zalazane se acercó a la garganta chorreante del raptor, ignorando la agonía mortal de la bestia—. Reconoceremos la prueba cuando llegue. —Ahuecó las manos para recoger la sangre del raptor y se la echó por la cara—.

—¿Qué haces? —preguntó Vol’jin—.

—Magia oh’cura, colega —respondió Zalazane mientras daba los últimos toques a la máscara de sangre y se lamía los dedos. Le hizo un gesto a Vol’jin para que hiciese lo mismo—.

—No quiero oler a sangre en eh’te lugar —dijo Vol’jin. Zalazane se arrancó un insecto y se lo tiró a Vol’jin. Sin dejar pasar un segundo, Vol’jin agarró el insecto y se lo mandó de vuelta a Zalazane—.

—Vamos a oler a la sangre de algo grande y malo. Vamos a oler a muerte y peligro —dijo Zalazane mientras le lanzaba otro insecto. Recientemente había comenzado a trabajar con el Maestro Gadrin, el médico brujo jefe de los Lanza Negra, y sonaba confiado—.

Vol’jin se deshizo del insecto y se movió para coger algo de la sangre que aún salía de la criatura.

—Nos podría salvar —comentó Zalazane—. Pero no de los loa.

—No de los loa —reconoció Vol’jin, mientras se echaba la sangre caliente y pegajosa por la cara. Olía fuerte—. Pero aún así solo sobreviviremos a este juicio enfrentándonos a los loa. Y aceptando lo que venga.

—Ya, colega.

—¡Ay! —Vol’jin bajó la mirada al sentir un dolor repentino. Mientras tenía los ojos cerrados para untarse la sangre, Zalazane le había colocado tres insectos furiosos en el pecho—.

—Cuando sea un cazador de las Sombras —dijo a Zalazane—, le pediré a los loa que te maten.

—Entonces yo también tendré mis propios poderes —bromeó Zalazane—.

* * * * *


La noche había llegado. La jungla siempre estaba oscura y Vol’jin solo sabía que era de noche por el frescor del aire y las nubes de furiosos insectos que zumbaban al pasar en grandes oleadas. Mosquitos tan grandes como su mano buscaban una presa. Vol’jin y Zalazane se sentaron en la cima de una pequeña elevación. A un lado, una caída marcada acababa en rocas afiladas. Caminaron hasta acabar con los pies doloridos y el aliento entrecortado. El aire estaba cargado y estancado.

—Esta prueba es extraña —dijo Zalazane con voz baja y precavida—. Solo andamos por ahí y matamos bestias. ¿Dónde están los loa?

Vol’jin estaba a punto de responder cuando se le heló la columna y sintió una presencia. En la elevación había un loa con ellos. No podía verlo ni olerlo, pero los pelos de la nuca le decían que estaba allí. Una mirada a Zalazane reveló el mismo terror crudo en los ojos de su amigo.

Entonces llegó el dolor. Peor que el dolor de un hueso roto o la herida de una puñalada. Más profundo y complejo que cualquier dolor que Vol’jin hubiese sentido nunca, inundó su mente, lo que le impedía pensar.

Una voz le susurró. «El precipicio», dijo de forma silenciosa. «Las rocas del fondo acaban con el dolor. Rápido. Fácil». Vol’jin se dio cuenta de que era cierto: podía llegar al borde en un instante y el dolor se acabaría. Su única alternativa era resistir.

Vol’jin cerró los ojos y resistió.

Tras una eternidad, su cuerpo lo abandonó. Flotó, liberado de toda sensación. Una visión apareció lentamente frente a él. Estaba allí, más mayor, con más confianza. Observaba la visión desde lejos al mismo tiempo que notaba ser parte de ella. Una fila de trols Lanza Negra se desplegó tras él. Caminaban a través de una tierra extraña con poca vegetación y rocas naranjas. En la distancia se elevaba una gran ciudad, llena de bordes afilados y púas. Sonaban tambores de guerra y había un humo espeso sobre la ciudad. Era extraño, había criaturas verdes y orondas con armaduras complejas desplegadas al frente. Otras pocas criaturas, grandes y peludas, con pezuñas, observaban desde un lado.

Vol’jin se acercó al líder de las criaturas verdes, que tenía una expresión firme y sabia. Se dieron la mano como iguales y sonrieron. Las palabras fluían en la mente de Vol’jin: Orcos. Orgrimmar. Tauren. Thrall.

Las criaturas verdes hicieron gestos de bienvenida y los Lanza Negra dejaron sus cargas y parecían aliviados… pero derrotados en algún sentido.

—¿Por qué? —preguntó una voz. Vol’jin sintió la voz en los huesos; hizo temblar su interior—. ¿Por qué subyugas a nueh’tro pueblo? Es mejor luchar solos y con orgullo, morir solos y con orgullo.

—No —dijo Vol’jin, pensando—. Los Lanza Negra deberían eh’tar siempre libres y orgullosos. Pero tenemos que eh’tar vivos para ser libres. Si morimos, perdemos. Mejor eh’perar al momento oportuno, resih’tir. Somos una raza antigua, colega, y resih’timos.

Sintió la certeza de lo que decía mientras hablaba. Siempre había sido el estratega entre sus amigos, el que pensaba la solución a los problemas. Tenía una gran determinación para la supervivencia y la victoria.

—Eres sabio para ser tan joven —dijo la voz—. Los Lanza Negra van a sufrir; van a luchar. Para ellos, resih’tir es sobrevivir. —La visión se fundió ante él para revelar algo que solo podría ser el loa: una esfera brillante que emanaba sabiduría y tristeza ancestrales, pero de un brillo algo apagado y sin lustre. Algo que vagaba por el Primer Hogar desde mucho antes de que naciese Vol’jin. Imágenes y formas flotaban y desaparecían bajo su superficie. Vol’jin apenas tuvo tiempo de registrar al loa antes de que desapareciese. El mundo cambió a su alrededor—.

—Te otorgo la visión —dijo la voz mientras se desvanecía. Vol’jin volvió a la elevación. Zalazane estaba allí—.

—Podemos ver a los loa. ¡Podemos verlos! —exclamó Zalazane. Los dos trols se sonrieron—.

—Puede que vivamos un día más —dijo Vol’jin—.

—Tú eh’tás muy confiao —dijo Zalazane—. No eh’tamos lih’tos. Gadrin dijo que habría muchas leh’ciones que aprender. El juicio es complicao. Los loa guardan más cosas para nosotros.

—¿Qué te moh’traron los loa? —preguntó Vol’jin. Zalazane y él se sentaron alrededor del fuego, asando un kommu en la hoguera. La grasa caía de los huesos de la criatura al fuego, que chisporroteaba y estallaba. Habían pasado varios días, eso le parecía a Vol’jin y el fuego era un lujo imprudente. Sin embargo, la fauna parecía dejarles tranquilos, como si los hubiesen marcado los loa. No era tan tranquilizador como debería haber sido—.

—Yo era un gran médico brujo para los Lanza Negra —dijo Zalazane—. Eh’tábamos en una tierra eh’traña, luchando. Nueh’tra supervivencia estaba en peligro, colega. Necesitábamos ser fuertes y lo éramos. Eran tiempos difíciles para todos, en eh’pecial para nueh’tro líder. No sé quién era el líder, pero no era tu padre, colega —dijo Zalazane en voz baja. Entonces sonrió—. ¡Seré médico brujo!

—Te mentí, Zal —dijo Vol’jin. Pudo sentir la atención de Zalazane al instante, aunque el otro trol simplemente esperó a que Vol’jin continuase. Los dos se conocían de toda la vida y ninguno había mentido nunca al otro sobre nada serio—. Mi padre hacía algo más que ah’tuar eh’traño. Me habló de una visión. Me dijo que tenía que ir a pasar el juicio. Me dijo que no quedaba tiempo.

—¿Te dijo que teníamos que ir?

—No teníamos. Solo yo. Nunca lo había vih’to así, Zal. No me eh’cuchaba, solo quería que me fuese. Tenía mucha prisa, pero cuando me fui… miré hacia atrás buh’cándolo.

—¿Sí?

—Y él me miraba como si no me fuese a ver nunca más. Como si me enviase a la muerte.

—¿Así que pensah’te que también me querías matar a mí? —preguntó Zalazane con una sonrisa pícara. Siempre había sido capaz de levantar el ánimo de Vol’jin. Siempre se habían podido ayudar mutuamente—.

—No eh’toy lih’to, Zal. No lo conseguiría solo. Pero pensé que juntos… —Vol’jin escuchaba en su cabeza las palabras en la voz de su padre—. Débil —habría dicho Sen’jin—. Débil y blando. El líder de los Lanza Negra no puede ser así. La vida es demasiao dura, incluso aquí en nueh’tra isla.

—Juntos somos más fuertes. No pasa na, colega. Yo te ayudaré cuando seas débil. —Zalazane sonrió y quitó gravedad a sus palabras—. Siempre me ayudas. Juntos lo lograremos.

Vol’jin abrió la boca para responder, pero se quedó helado cuando vio un brillo en la jungla. Otro loa, aún más primigenio y desconocido, brillaba a través de las hojas. Estaba lejos, pero le llamaba. Vol’jin saltó para ponerse de pie y acechó entre los árboles.

—¿Adónde vas, colega? —gritó Zalazane; pero Vol’jin continuó. No podía dejar que el loa se fuese. Al acercarse a la luz, tropezando con las ramas, el loa se extinguió y Vol’jin se encontró solo en la penumbra de la jungla—.

Finalmente, volvió a ver el brillo revelador a su derecha. Echó a correr, arrancando ramas y raíces, para lanzarse a por el loa. Cuando apartó la última rama, el espíritu volvió a desaparecer.

Esperó, jadeando un momento, y se dio cuenta de que no tenía sentido permanecer inmóvil. El loa lo había dejado solo en la húmeda oscuridad del Primer Hogar. No jugaría al juego del loa. Que intentase guiarle mientras deambulaba entre los árboles. Tal vez encontrase al loa antes de que él volviese a encontrarle. Se movió a través de la densa maleza con más cuidado, caminando con cautela. No tenía ni idea de su posición con respecto al campamento, pero no le importaba. Encontrar al loa significaba la supervivencia. No encontrarlo significaba la muerte. El loa era lo único que importaba.

Se detuvo en un claro. Veía partes del cielo a través de los huecos en la cúpula menos tupida de la jungla. Medía la respiración para intentar estar tranquilo y estudió los árboles. No vio nada. Gradualmente, como despertándose de un sueño profundo, percibió el calor que tenía detrás.

Se dio la vuelta y el loa estaba detrás, a centímetros de él. Tan cerca que podía ver el movimiento y los juegos de los tentáculos brillantes de su superficie. El brillo del loa se expandió para cubrir su visión.

Apareció en una cueva, una especie de túnel, y el camino se dividía ante él. En cada rama del camino había una visión de sí mismo.

En una estaba sentado en un trono de oro puro. Había asados enormes envueltos en hojas de palma, estaba rodeado de muestras de la mejor bebida de la jungla y había trols hembra que bailaban para él. Parecía sano y feliz. Una pequeña cadena de oro le ataba el tobillo a una pata del trono. En la otra visión, estaba herido y sangrando, demacrado y rodeado de enemigos. La visión estaba nublada y cambiaba continuamente, pero siempre estaba luchando, siempre peleaba. A veces lideraba a otros Lanza Negra; a veces luchaba solo; pero el mensaje estaba claro: una vida de lucha y esfuerzo constante, sin descanso, una masacre continua.

Vol’jin se rió. «¿Se supone que eh’to es una prueba, gran loa? Eh’to es fácil. Eh’cojo la libertad. Lucharé y sufriré, y puede que nunca sea feliz, pero eh’cojo la libertad».

Desde lejos, le llegó la grave y primigenia voz del loa. «La elección no era la prueba, querido hermano. Si dudah’te, si tuvih’te que pensarlo, si llegah’te a eh’tar tentado un segundo, habrías fracasao». Vol’jin se estremeció al escuchar el tono de voz del loa. Sonó como si fallar hubiese significado la muerte, o algo peor.

La cueva se desvaneció y Vol’jin apareció en una grada, contemplando una arena. Observó sus manos. Eran las suyas, pero más viejas; tenían callos y cicatrices de muchos años de asuntos marciales. A su alrededor había ancianos y luchadores de la tribu Lanza Negra. Más allá había orcos, tauren y otros. Todos observaban atentos cómo luchaban dos criaturas. Un orco marrón con un hacha poderosa y un tauren con una lanza. Ambos llevaban solo un taparrabos de cuero y estaban untados en aceite para la batalla. Una vez más, le vinieron palabras a la mente: Garrosh y Cairne. Aullavísceras y Lanzarruna.

Los dos luchaban y retrocedían en la arena. El orco marrón sangraba por varias heridas, mientras el tauren permanecía ileso. Con su nueva visión, Vol’jin también podía ver a los loa por todas partes. Pululaban por el aire y se quedaban suspendidos alrededor de los bordes de la visión. Estaban reunidos e inquietos. Sin duda este momento tenía grandes implicaciones para la gente de Vol’jin, y puede que para todo Azeroth.

Mientras Vol’jin miraba, el orco bajó su hacha formando un gran arco; el arma rugió con el silbido del aire al colarse entre las muescas del borde. El tauren levantó la lanza para defenderse, pero no fue suficiente: el hacha partió la lanza y rozó al tauren.

Ambos combatientes se pararon un momento. El orco estaba casi demasiado herido para aguantar en pie, mientras que el tauren apenas tenía un arañazo. Sin embargo, fue el tauren el que se tambaleó, con las manos rendidas a ambos lados. Un trozo de la lanza colgaba entre sus débiles dedos.

El orco levantó el arma y cargó. El rugido del hacha inundó la arena. El orco precipitó el hacha contra el cuello del tauren.

Vol’jin sintió una punzada de dolor en el corazón por el grave daño recibido por el tauren. Se dio cuenta de que un sentimiento de pura tristeza resonaba a través del tiempo en Vol’jin por esta visión, tristeza por la pérdida de un amigo y un anciano respetado.

El tauren se derrumbó. Antes de caer al suelo, el mundo se detuvo. Los sentidos de Vol’jin se alertaron y sintió como si el universo entero se hubiese ahogado al respirar un instante antes de gritar.

Los loa se volvieron locos. Bufaban y susurraban. Revoloteaban de un lado a otro, gritándole al oído y lanzándose a través de él. Nadie más había reaccionado aún. Los demás testigos permanecían inmóviles. El tauren aún caía hacia el suelo, con la sangre saliéndole a chorros.

Entonces Vol’jin lo entendió.

Veneno. Le vino a la cabeza de repente: el hacha estaba envenenada y eso no estaba bien. No era la forma de actuar de esa gente. El tauren golpeó el suelo con un ruido sordo. Todo empezó a moverse a velocidad normal. La grada explotó entre vítores e indignación.

Todo se fundió y se formó una nueva visión. La vio y él estaba en ella. Se volvió a ver en el primer lugar de una fila de trols. Transportaban sus pertenencias y parecían decididos. Él seguía en el extraño paisaje naranja. Al mirar por encima del hombro vio la gran ciudad de su visión anterior, pero parecía más oscura y cruda. Había orcos formando sobre la muralla, observando a los trols que se iban, con mirada amenazadora. Vol’jin sintió una inquietud aún más profunda; había algo más que le inquietaba en la visión. Entonces se dio cuenta.

No veía a Zalazane.

—¿Dónde eh’tá Zal? —se preguntó Vol’jin—. Ahora necesito a mi amigo más que nunca.

Vol’jin sintió aprensión e inseguridad en su interior, revestidas por una fría cólera, la determinación de guiar a los Lanza Negra en los tiempos difíciles que les esperaban.

—Dijih’te a mi hermano que era mejor sobrevivir —dijo el loa—, aunque significase ser débil, para poder seguir luchando. Es mejor resistir que morir con gloria. —La voz arrancó la mente de Vol’jin de la visión y le aceleró el corazón. Era la voz de alguien que había visto mayores glorias y horrores de lo que Vol’jin nunca sabría—. Ahora te llevas a los Lanza Negra de la seguridad de Orgrimmar; arriesgas una alianza que representa fuerza. ¿Por qué no te aclaras?

Vol’jin dudó. Le estaban haciendo una pregunta muy importante y no tenía contexto. ¿Por qué haría eso? Miró a su alrededor. Su pueblo estaba enfadado, asustado, decidido, emocionado. Miró atrás a la muralla.

Entonces su mirada se posó en Garrosh. El imponente Jefe de Guerra observaba desde las almenas, con gesto severo, pero con una pequeña sonrisa de satisfacción en los labios. Tenía su armadura puesta y el cielo de fondo, con la luz reflejándose en el tatuaje negro de su mandíbula inferior.

Era un salvaje con un don para la violencia y la guerra, pero sin conocimientos de diplomacia o acuerdos.

Entonces Vol’jin lo comprendió.

—Traje aquí a los Lanza Negra para proteger nueh’tros cuerpos —dijo—. Vivimos para poder seguir luchando. Pero solo nueh’tro cuerpo. Lo que no pueden perder los Lanza Negra, loa, lo que nunca podemos perder, es nueh’tra alma. Los Lanza Negra tienen alma y si nos quedamos con eh’te orco, si seguimos sus órdenes, perdemos el alma. Eso no tiene solución.

—Los Lanza Negra deben sobrevivir, pero no vale para nada si pierden el alma. Los Lanza Negra deben ser auténticos. Ser auténticos —dijo la voz—. Ahora oyes a los loa. Nos oirás todo el rato. Debes aprender a eh’cuchar.

Vol’jin abrió los ojos. Estaba tumbado sobre la superficie embarrada del suelo de la jungla. Varios tipos de insectos construían alegremente capullos de barro sobre su cuerpo. Aún estaba cerca del fuego, que ahora ardía sin fuerza. No había rastro de Zalazane. Como en la visión. Vol’jin hizo un esfuerzo para incorporarse.

Justo después, Zalazane surgió renqueante de la oscuridad y se sentó detrás de él. Miraron el fuego en silencio durante unos instantes.

—Me vi… —dijo Zalazane entre dudas—. Me vi separando a los luchadores Lanza Negra de la tribu. El líder era muy débil, nos vendió, colega. Me convertí en el nuevo líder, y la tribu se dividió en dos.

—Zalazane no quiso mirar a Vol’jin—.

—¿Quién era el líder, Zal? Dices que no era mi padre, pero tiene que ser alguien que conozcamos.

Zalazane seguía sin mirar a Vol’jin.

Vol’jin cogió un palo y removió el fuego. «Ya vale de pruebas» fue lo único que dijo.

* * * * *


Vol’jin caminó alrededor del fuego. Estaba inquieto y furioso, con ganas de matar algo. Lo habían empujado, tirado, machacado y mareado. Su mundo tenía menos sentido cada minuto que pasaba. Ahora su amistad con Zalazane (lo único con lo que Vol’jin siempre había contado además del amor de su tribu y su padre) pendía de un hilo.

—Se acabó —anunció sin mirar a Zalazane—. Voy a cazar. Necesitamos comida y yo necesito matar. —Sacó la guja y se deslizó para perderse en la oscura maleza. Avanzar en solitario hacia la parte más peligrosa de la isla se le antojó una buena idea—.

Se trataba de la fuerza.

En el fuego, Zalazane empezó un canto vudú en bajo. Más adelante, en la penumbra, Vol’jin escuchó el chasquido de una ramita. Una gran criatura intentaba permanecer oculta. Vol’jin sonrió con los labios apretados contra los colmillos y los dedos clavados en la guja.

Avanzó mientras sentía como los finos pelos de las grandes hojas de upka le acariciaban la cara. Volvió a escuchar el sonido, ahora a su izquierda. Se giró y dio la vuelta para tener la criatura a la derecha.

Una vez más, escuchó un movimiento en la vegetación a su izquierda. Entonces se dio cuenta de que la criatura lo estaba observando. Solo podía hacer una cosa: cargó.

Las ramas y las raíces se le enganchaban al lanzarse hacia delante con un grito gutural. Delante, otro trol esperaba de pie.

Vol’jin se lanzó contra él y ambos cayeron. Colocó la guja alrededor del cuello del otro trol en la oscuridad. Todos los trols de la isla eran Lanza Negra y sus amigos, pero Vol’jin había crecido escuchando historias de los violentos Gurubashi, y en aquel lugar cualquier cosa podía suceder.

El otro trol levantó la vista y sus facciones se iluminaron con un rayo de luz del fuego distante. Era Sen’jin, el padre de Vol’jin.

—¿Papá? —preguntó Vol’jin impactado mientras se quitaba de encima del trol que estaba boca abajo. Sen’jin sonrió y empujó a Vol’jin. El trol más joven aterrizó en el barro, riéndose—.

Sen’jin se puso de pie de un salto, giró el bastón y lo dirigió al pecho de Vol’jin. Vol’jin vio la intención asesina del rostro de su padre, se apartó y evitó por muy poco un golpe que le habría clavado las costillas en el corazón. Vol’jin se puso de pie, cauteloso y en guardia, pero sin atacar.

—¿Papá? —preguntó—. ¿Qué pasa? —Sen’jin solo sonrió y atacó con el bastón en un arco bajo mortal. Vol’jin saltó, pero Sen’jin aprovechó el impulso del golpe para lanzar su cabeza contra el pecho de Vol’jin—.

Vol’jin aterrizó de un salto, con el aire escapándole de los pulmones. Se giró sobre la espalda, jadeando. Sen’jin se deslizó hasta él, girando de nuevo el bastón.

—Papá, ¿por qué haces eh’to? ¿He fallado? ¡No lo entiendo! —exclamó Vol’jin—.

Sen’jin hizo una pausa. —¿No luchas porque crees que me conoces? Eres débil.

Dicho eso, golpeó con el bastón la mano extendida de Vol’jin. El golpe llevaba hasta el último gramo de fuerza del viejo trol y la mano de Vol’jin se hizo añicos. Su pulgar, atrapado por la mano, recibió la mayor parte de la fuerza. Los huesos se astillaron y el pulgar quedó colgando como una garfa.

Vol’jin no conseguía encontrarle sentido a la situación. Se giró hacia un lado, sujetando con la mano izquierda la mano derecha; más allá de la muñeca todo estaba roto y el pulgar estaba hecho puré. Estaba asustado y sentía como se le escapaba la realidad de los alrededores. Vio los grandes pies desnudos de Sen’jin moverse hacia la jungla.

—¡Papá! —gritó. Sen’jin no se detuvo ni ralentizó el paso, ni si quiera miró atrás. Los arbustos se movieron y desapareció—. ¡Papá! —Vol’jin cayó hacia atrás, con los ojos cerrados con fuerza, sujetando el brazo—.

Pasado un momento, recuperó el control de la mente y bajó la vista para mirar la mano. El pulgar estaba destrozado. Su guja yacía en el barro, con el metal pulido manchado de barro y sangre.

La mano se sanaría, pero el pulgar quedaría deforme. Vol’jin nunca lanzaría un cuchillo ni sujetaría una guja con esa mano. Nunca cazaría, nunca señalizaría un ataque.

Sin embargo, había una forma de arreglar eso. Sabía que había una forma.

Vol’jin tomó aliento, miró a la guja de la mano izquierda y la elevó mucho sobre su cabeza. Lo haría con los ojos abiertos. Hizo bajar la guja en un arco largo y elegante. Atravesó la piel y el hueso de su mano derecha; la cosa rota y deforme que había sido su pulgar salió volando hacia la oscuridad.

Quería gritar a las estrellas, pero se mordió el labio hasta sangrar, retorciéndose. No hizo ruido. El pulgar volvería a crecer de forma limpia. Todos los trols estaban bendecidos por los loa con una cierta [regeneración]. Les podían volver a crecer los dedos y los dedos de los pies, aunque partes más complejas como las extremidades y los órganos fuesen más allá de sus habilidades. Llevaría algo de tiempo, pero volvería a estar completo otra vez.

Empezó a ver una luz brillante al fondo de su visión y se preguntó si estaba a punto de desmayarse. Sin embargo, la luz se hizo más y más fuerte.

Vol’jin levantó la vista.

Un loa brillaba cerca de él. Su luz relucía mucho y vibraba. Más fuerte y algo más nuevo que el antiguo y cauteloso loa que había visto antes. Le resultaba algo familiar. Sintió que conocía a ese espíritu de antes, de alguna vez.

Al sentir Vol’jin al nuevo loa, apareció en una visión. Estaba en una isla con jungla, una muy diferente de su hogar actual.

En la visión, se veía y representaba a sí mismo al mismo tiempo. Era más viejo, más sabio, más duro y mucho más infeliz. Lideraba un grupo de trols entre las hojas.

La escena cambió y estaba luchando con otro trol. Un médico brujo de ojos salvajes adornado con fetiches y un collar con garras en una cuerda. Luchaban hasta la muerte mientras otros luchaban a su alrededor.

El médico brujo era Zalazane.

El loa habló: «¿Luchas contra los tuyos? ¿Otro Lanza Negra? ¿Tu amigo de la infancia?»

Vol’jin no dijo nada, simplemente observaba la pelea, que fue desvaneciéndose poco a poco, con los colores corriéndose y cayendo como el pigmento fresco de un ídolo bajo la lluvia.

Zalazane, no. Habían corrido, pescado y peleado toda su infancia juntos. Habían construido fuertes de barro y la primera vez que mataron una bestia lo hicieron juntos. Zalazane sabía cosas sobre Vol’jin que nadie más sabía. Sus miedos y triunfos. La vez que había llorado por una mascota muerta cuando era pequeño o el día que había apaleado a un matón más mayor hasta dejarlo inconsciente. Zalazane siempre había estado allí.

Vol’jin bajó la mirada. El muñón lo decía todo.

—Mataré a cualquiera que sea una amenaza para el futuro de los Lanza Negra —dijo—. No importa a quién. La tribu lo es todo; su futuro… lo es todo.

—Eres sabio, chico —dijo el loa con una familiaridad que Vol’jin no conseguía identificar—. No te cortah’te el pulgar para salvar la vida; lo hicih’te para salvar el futuro. Los Lanza Negra deben ser fieros. Ser auténticos. Resistir. Nunca será fácil, pero es la única forma.

—¿Quién eres? —preguntó Vol’jin. Tenía que preguntarlo—.

El loa ignoró su pregunta. «Te concedo el poder de comulgar con los loa —dijo—. No siempre haremos lo que nos digas, pero te eh’cucharemos. Ahora eres un cazador de las Sombras, trol». Desapareció.

* * * * *


Más tarde, Vol’jin y Zalazane caminaban a través de la densa maleza.

—El futuro —dijo Vol’jin— no eh’tá eh’crito. No somos fichas en un tablero. Si mato algo, morirá porque yo lo decido.
—Claro, colega —dijo Zalazane—. En mi viaje eh’piritual lo entendí todo. Vemos caminos. No son seguros, solo posibilidades. Si un trol es débil cuando debería ser fuerte, puede que otro trol dé un paso adelante. Entonces puede que el débil… —Apartó la vista de Vol’jin—. Ese será el malo en la hih’toria del fuerte.

—¿Pero qué pasa si vuelve a ser fuerte, Zalazane?

—No lo sé, colega. Hay vudú oscuro en todo eso. Puede que ambos sean grandes líderes. Puede que amigos. O puede que el segundo trol sea el villano.

—Zalazane, no dejaremos que eso suceda. Somos amigos, y aprendemos cosas. Tú y yo, colega, tenemos que resih’tir y ser auténticos y fieros.

—Claro —dijo Zalazane, pero con poca esperanza—. Lo descubriremos, Vol’jin.

* * * * *


Vol’jin y Zalazane se movieron por la maleza, y dejaron rápidamente el Primer Hogar atrás. Comenzaron a ver signos familiares que les indicaban que la tierra de los Lanza Negra estaba cerca.

Las visiones y revelaciones de los últimos días desaparecían rápidamente. Vol’jin intentó recordar los detalles con frustración, pero con cada paso que los alejaba del Primer Hogar, los recuerdos iban reduciéndose. Puede que eso fuese lo que querían los loa: una vaga sensación de lo que se necesitaba. Solo quedaban unas pocas palabras. Resistir. Auténticos. Fieros.

Ahora Vol’jin y Zalazane eran diferentes. Avanzaban con confianza, atentos continuamente a posibles peligros. Se habían transformado en el Primer Hogar. Habían entrado como cachorros y salieron como predadores. Eran peligrosos, orgullosos, fuertes; eran de la tribu Lanza Negra.

Al acercarse al poblado, comenzaron a ver señales alarmantes. Hojas pisoteadas y manchas de sangre. Olor a humo en el aire.

Todos los sentidos de Vol’jin le decían que algo había cambiado. Algo fundamental del ir y venir de la vida en la isla había cambiado para siempre.

Extendió una mano y Zalazane se detuvo al instante. Se detuvieron en el camino a poca distancia del poblado Lanza Negra. Aún no lo veían, pero incluso los sonidos tenían mala pinta. Vol’jin oyó actividad, el ruido de equipos de trabajo cortando madera y martillando.

Vol’jin cerró los ojos y tomó aliento, escuchando a los loa. Le susurraron, pero seguía siendo difícil entenderlos. Aprendería con el tiempo.

—Creo que han atacado nuestro poblado —dijo a Zalazane, intentando descifrar los mensajes de los agitados loa—.

Zalazane solo asintió con la cabeza. Ahora tenía sus propios métodos y sus diferentes perspectivas habían creado un abismo entre ellos.

Volvieron a avanzar, con las armas preparadas, dando cada paso con cuidado.

Atravesaron las hojas y vieron el poblado Lanza Negra ante ellos. Habían derribado las cabañas y los escombros yacían desparramados por todas partes.

Había cadáveres distribuidos en filas ordenadas en el extremo del poblado. Los trols avanzaron entre los muertos, dejándolos en posición de paz. Las hembras y los niños se arrodillaban sobre algunos trols, sollozando y tirándose del pelo. Un sacerdote iba de un lado al otro con los ojos cerrados, farfullando.

Los trols, vivos o muertos, eran todos Lanza Negra.

Vol’jin y Zalazane aceleraron el paso, en dirección al centro del poblado. Allí las ruinas eran aún más devastadoras. Pasaron junto a muchos Lanza Negra, todos demasiado ocupados con sus problemas como para darse cuenta de la presencia de los dos.

Cerca de la laguna vieron grupos de Lanza Negra que construían barcos. Muchos barcos. Los equipos organizados eran extraños para la vida relajada de la isla a la que estaba acostumbrado Vol’jin.

Su corazón comenzó a latir más rápido. Su pueblo no había sido conquistado, pero en el poco tiempo que se había ido, había cambiado.

Vol’jin y Zalazane se detuvieron en el centro del poblado, dos figuras inmóviles en un mar de actividad bulliciosa. Unos pocos trols que pasaban con prisa les lanzaron miradas desconfiadas y confusas. Los loa empezaron a clamar en alto. Solo Vol’jin los podía oír, pero sabía que algo se acercaba. Analizó los alrededores y vio como un trol se acercaba. Vol’jin y Zalazane se dieron la vuelta para encontrarse con Gadrin, el médico brujo jefe de la tribu, que se acercaba a ellos.

—Muchachos —dijo—. ¿Dónde habéis eh’tao? Creía que eh’tábais muertos.

—¿Qué quieres decir, maestro? —preguntó Zalazane—. Hemos eh’tao en la jungla una semana.

—¿Una semana? Vol’jin, Zalazane… habéis eh’tao fuera tres meses. Han pasao muchas cosas. Unas criaturas verdes raras llegaron del agua...

—Orcos —dijo Vol’jin—.

—Sí, colega —dijo Gadrin sorprendido. Adoptó un tono considerado al continuar—. Tu padre, Vol’jin… luchó contra la Bruja del Mar, y...

—Se fue al más allá. Ahora eh’tá con Bwonsamdi, maestro Gad. Lo sé. —Vol’jin comprendió la verdad de lo que decía al salirle las palabras de la boca. Sabía que su padre ya no estaba entre los Lanza Negra. Al menos no como trol—.

—Vamos a seguir a los orcos por mar —continuó Gadrin—. La Bruja del Mar es demasiao fuerte; no podemos quedarnos aquí. Tu padre dijo que nos fuésemos. Llevará algo de tiempo, tenemos que prepararnos.

—Lo comprendo —dijo Vol’jin, de repente repleto de confianza—. Me pongo al cargo de la evacuación.

—Te ayudaré —dijo Zalazane con una sonrisa—.

Vol’jin sonrió a su amigo. Lo más inteligente sería enviar a Zalazane delante para preparar el camino. Zalazane era su amigo más leal y haría bien el trabajo. Sin embargo, una parte de Vol’jin se mostró reacia ante la idea. No sabía por qué, pero sentía que ahora debería tener a Zalazane cerca de él.

Se ayudarían el uno al otro. Juntos podrían lograr cualquier cosa. Serían auténticos y fieros, y resistirían.

Fin.

Referencias[ | ]


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