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Diario de viaje de Li Li
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==Capítulo diez: Las Estepas de Tong Long == [[Image:Lili's journal10.jpg|thumb|300px]] Una vez oí la leyenda de que el Espinazo del Dragón estaba hecho con billones de piedras. Sí. Billones. En aquel momento creí que no eran más que habladurías. Pero cuando finalmente estuve en la gran muralla y vi lo grande que era, comencé a creerme la historia. El Espinazo del Dragón se extendía al sur como una gigantesca y sinuosa serpiente, tan lejos que no se veía dónde terminaba. La parte superior era lo suficientemente ancha como para llevar unas cuantas carretas una junto a otra y que aún quedara sitio para que un pandaren obeso como el tío Chen pudiera pasar entre ellas. Algunas partes de la barrera estaban recién reconstruidas, con las piedras planas y cortadas de forma precisa. Otras zonas eran abruptas y escabrosas, desgastadas por los elementos y profusas en boquetes de antiguas batallas. Estar en el Espinazo del Dragón era un sueño hecho realidad, sobre todo después del tiempo que tardé en llegar allí. Siguiendo las detalladas instrucciones del tío Chen, el mensajero grúmel Cola de Pez me había conducido a una de las torres de vigilancia en un lugar apartado de Kun-Lai. En cuanto llegamos al fin, comprendí por qué habíamos dado un rodeo tan grande. El tío Chen se encargó de que un escolta me recibiera allí… ¡Un miembro del Shadopan! Se llamaba Min. Durante generaciones, su misteriosa orden había vigilado el Espinazo del Dragón, protegiendo a Pandaria de amenazas como los mántides. Iba vestido como casi todos los Shadopan que había visto: una armadura ligera, con un sombrero ancho calado sobre los ojos y la cara envuelta en un pañuelo. No era muy hablador, pero lo poco que me contó era bastante interesante. Min dijo que cada piedra de la muralla tenía su historia: relatos acerca de dónde habían rechazado los guardianes Shadopan a los atacantes, sacrificando a veces sus propias vidas en cumplimiento de su deber sagrado. Mientras nos dirigíamos al sur comenzó a llover. En lugar de formar grandes charcos, el agua se escurría por las hendiduras de la mampostería y salía en cascada por los laterales del muro como miles de minúsculas cataratas. Estaba admirando la arquitectura de la barricada cuando reparé en algo extraño acerca de Min. Parecía tener siempre la vista fija al oeste, como si para él fuera algo natural. El territorio que había en aquella dirección era conocido como las Estepas de Tong Long, un lugar de verdes colinas abiertas y afloramientos rocosos. Aquí y allá, enormes árboles llamados kypari se alzaban majestuosos. Algunos parecían tan altos como el Espinazo del Dragón. Tong Long era una tierra áspera habitada por gente áspera: los yaungol. Min me contó que antaño podías mirar desde la muralla y ver ingentes grupos de esos nómadas greñudos deambulando por las colinas. Ahora la zona parecía abandonada. En el aire había buitres sobrevolando los restos humeantes de los campamentos yaungol. La guerra se fue como había venido en Tong Long. Todo empezó cuando los mántides invadieron la región, haciendo que los yaungol huyeran a Kun-Lai y comenzaran a destruir las aldeas pandaren. Los sha también habían influido en aquellos brutos, haciéndolos más violentos de lo habitual. Al final, los pandaren y sus aliados derrotaron a los yaungol. —No siento odio por los yaungol— dijo Min—. Los Shadopan solo hacemos lo que debemos para proteger Pandaria. Las emociones no tienen lugar en nuestras acciones. Nos entrenamos para controlar nuestros sentimientos con el fin de no ser controlados por ellos. Pero anímate, pequeña. Esos nómadas son supervivientes. Su cultura sobrevivirá. Es más, espero que aprendan de lo sucedido. Min no dijo nada más durante el resto de nuestro viaje, lo cual ya me iba bien, puesto que tenía mucho en lo que pensar. Había deseado que los yaungol fueran castigados por sus terribles actos en Kun-Lai, pero después de lo que había visto en Tong Long no sabía qué pensar. ¿Debía alegrarme o sentir pena? Para cuando llegamos a la torre de vigilancia en la que se suponía que el tío Chen nos esperaba, ya había escampado y las nubes se habían abierto. La mejora del tiempo me puso de mejor humor… hasta que me di cuenta de que mi tío no estaba allí. Los guardias del Shadopan que solían estar de vigilancia en la torre también habían desaparecido. Antes de que pudiera preguntar a Min dónde estaba todo el mundo, los mántides atacaron. Los bichos nos estaban esperando, aferrados a la parte exterior del Espinazo del Dragón. Aparecieron de repente a docenas saltando el borde y nos rodearon. Se agruparon al norte, al sur y al este, cortándonos la retirada y obligándonos a Min y a mí a ir hacia el extremo del muro que daba a Tong Long. Ya me había enfrentado a los mántides en el Valle de los Cuatro Vientos, pero no por ello me resultaban más agradables de ver. Sus extrañas antenas, mandíbulas y alas como de pergamino me pusieron la piel de gallina. Min atravesó a algunos de los bichos con su lanza. Asestaba golpes, los bloqueaba y esquivaba como si supiera lo que los mántides iban a hacer antes de que lo hicieran. Me abalancé a ayudar, pero él me detuvo. —Tenemos alijos de suministros secretos cerca de las torres de vigilancia —dijo calmadamente mientras hacía girar su lanza y rechazaba a un grupo de mántides que intentaban flanquearlo—. Busca una piedra que tiene grabado un tigre rugiente. Es el emblema del Shadopan. Desplázala y coge la cuerda que hay dentro. Encontré uno de esos bloques cerca de sus pies y lo levanté con mi vara. Debajo de la piedra había una amplia cámara llena de bolsas de alimentos secos y una cuerda gruesa. Mientras Min mantenía a raya a los mántides, me ordenó atársela a la cintura y lanzar luego el otro cabo por encima de la muralla. Tras eso, me dijo que me descolgara por ella. Estaba algo aterrada. Una cosa era bajar por el colosal Espinazo del Dragón, pero hacerlo mientras quien me sostenía luchaba contra un pequeño ejército de mántides era muy distinto. Y por otra parte, ¿qué me encontraría al llegar abajo? Recordé el críptico mensaje que el tío Chen me había escrito: Y Li Li, pase lo que pase, ¡no vayas al otro lado de la muralla! Aquello es extremadamente peligroso. Pero más que nada, dejar ahí a Min no estaba bien. Aunque ¿qué otra cosa podía yo hacer? Él era un Shadopan y un monje del rango más alto. Sabía lo que se hacía, y si quería ganarme su respeto tenía que hacer lo que me dijera. Así pues, me descolgué. Durante todo mi descenso se oía el choque de la lanza de Min contra las espadas y las armaduras de los mántides. Tenía la esperanza de que se asomara y me dijera que la batalla había concluido, pero no fue así. Cuando ya me acercaba al suelo, la cuerda se aflojó de pronto. Alguien la había cortado. Me precipité y caí en un arbusto espinoso junto al Espinazo del Dragón. Me quedé ahí sin moverme, temiéndome lo peor. Solté un suspiro de alivio cuando Min se asomó al fin y se puso a gritar. La distancia entre ambos hacía casi imposible oír lo que decía. Por lo que pude entender, había matado a los mántides, pero el último había cortado la soga. Min no paraba de señalar al sur y agitar los brazos como si intentara explicarme alguna otra cosa. Era un monje excepcional (uno de los mejores que había visto), pero gesticulando era un negado. Lo único que sabía era que quedarme ahí era mala idea. Cortada la cuerda, no había forma de volver a escalar la muralla. Si los mántides habían atacado allí, probablemente habría más bichos merodeando, a la espera de tender otra emboscada. Tong Long parecía mucho más peligroso desde el suelo. La hierba tenía un tacto extrañamente frío. El cielo claro había desaparecido detrás de una capa de oscuras nubes. En lo alto retumbaban los truenos. Todas las colinas y enormes rocas eran escondites perfectos para bestias que tal vez quisieran comerme. Pero lo que más me preocupaba era el tío Chen. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no se había presentado? Era imposible que se hubiera olvidado. La idea de que los mántides le hubieran hecho algo me pasó por la cabeza, pero sabía que era demasiado duro para esos bichos. Los habría hecho picadillo con una zarpa atada a la espalda (o, lo que era más probable, sosteniendo una jarra de cerveza). Decidí dirigirme al sur en dirección al Desierto del Pavor e intentar encontrar el Jardín de la Cebada Crepuscular por mi cuenta. Suponía que la gente de allí sabría qué le había pasado al tío Chen, o adónde había ido. Era una posibilidad remota, pero en mis actuales circunstancias no tenía ninguna otra opción.
Resumen:
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