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'''''A la sombra del Sol''''' es una historia corta escrita por '''Sarah Pine''' y publicada en Enero de 2012 en la página oficial de World of Warcraft. Está centrada en la figura de [[Lor'themar Theron]], señor regente de [[Quel'Thalas]].
 
'''''A la sombra del Sol''''' es una historia corta escrita por '''Sarah Pine''' y publicada en Enero de 2012 en la página oficial de World of Warcraft. Está centrada en la figura de [[Lor'themar Theron]], señor regente de [[Quel'Thalas]].
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Originalmente, fue una historia que ganó un concurso para fans a principios de 2011, cuyo premio era la publicación en la página web de Blizzard. La historia original fue ligeramente cambiada para adaptarse al lore oficial.
 
Originalmente, fue una historia que ganó un concurso para fans a principios de 2011, cuyo premio era la publicación en la página web de Blizzard. La historia original fue ligeramente cambiada para adaptarse al lore oficial.
   
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*{{RaceIconExt|Sylvanas}} [[Sylvanas Brisaveloz]]
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*{{RaceIcon|HighElf|Male}} [[Ranger Lord Hawkspear|Captain Renthar Hawkspear]]
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==Argumento==
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== Argumento ==
   
 
La ciudad de Lunargenta recibe a un visitante del Kirin Tor, el archimago Aethas Atracasol. Aethas pide ayuda a los elfos de sangre para los conflictos que azotan Rasganorte, la [[Guerra del Nexo]] y la [[Guerra contra el Rey Exánime]]. Sin embargo el consejo formado por Lor'themar, Haludron y Rommath no parece muy dispuesto a colaborar con el Kirin Tor, sobre todo del trato mostrado durante la Tercera Guerra.
 
La ciudad de Lunargenta recibe a un visitante del Kirin Tor, el archimago Aethas Atracasol. Aethas pide ayuda a los elfos de sangre para los conflictos que azotan Rasganorte, la [[Guerra del Nexo]] y la [[Guerra contra el Rey Exánime]]. Sin embargo el consejo formado por Lor'themar, Haludron y Rommath no parece muy dispuesto a colaborar con el Kirin Tor, sobre todo del trato mostrado durante la Tercera Guerra.
   
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Mientras Aethas permaneció en Lunargenta como invitado, Lor'themar se dirigió al [[Refugio Quel'Lithien]] en las Tierras de la Pesta para hablar con el forestal Lanzalcón y la suma sacerdotisa Clamacielos. A pesar de sus diferencias, Lor'themar les puso al corriente de los últimos acontecimientos acaecidos en la [[Fuente del Sol]], con la muerte de [[Kael'thas]]. Los intentos por reconciliarse con los elfos nobles tras la expulsión de éstos de las Tierras Fantasma y los ataques que habían sufrido por parte de las tropas de Sylvanas fueron infructuosos y Lor'themar abandonó las Tierras de la Peste para regresar a Quel'Thalas donde informó a Halduron, Rommath y Aethas de lo sucedido.
   
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Ya en privado, Lor'themar le contó a Halduron que el ataque que tuvo lugar en Quel'Lithien estuvo dirigido por [[Nathanos Marris]], el único forestal humano de los Errantes, que buscaba su registro de ingreso en la orden de forestales. Nethanos ahora servía a Sylvanas por lo que ambos elfos se preguntaron si la reina de los Renegados estaría al tanto del ataque. Pronto descubrirían la respuesta puesto que un mensajero anunció a Lor'themar que Sylvanas acababa de llegar a Lunargenta.
   
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Sylvanas se había presentado para informar a Lor'themar del ataque que había sufrido Orgrimmar a manos del ejército de Arthas, a lo que la Horda iba a responder enviando un contingente a Rasganorte. Del mismo modo que Aethas le había pedido ayuda para el Kirin Tor, Sylvanas le exigió el envío de magos, caballeros de sangre y forestales. Bajo la amenaza de retirar todo el apoyo que los Renegados le daban a los elfos de sangre, el regente de Quel'thalas no tuvo más remedio que aceptar las exigencias de Sylvanas. La humillación de Lor'themar fue presenciada por Aethas que comprobó cómo la negativa que había recibido z su llegada a Lunargenta ahora se transformaba en un apoyo sin condiciones para la Horda.
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La decisión de Lor'themas también causó cierta polémica alguno de sus consejeros como Rommath. En el fondo, Lor'themar comprendió que el líder de los sin'dorei debía atar su voluntad a otros si quería asegurar la superviviencia de Quel'thalas, alqo que ya hicieron en el pasado Kael'thas y Anasterian. Al ver las ruinas del Bancal del Magister donde Kael'thas había muerto hacía poco, Lor'themar se preguntó si, de seguir obedeciendo las órdenes de otros líderes, correría la misma suerte que su príncipe.
   
 
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Tal y como esperaba, cuando solo había recorrido la mitad del camino por la ventosa senda, aparecieron dos figuras de detrás de las rocas. El choque de sus hojas al bloquear el camino resonó con violencia en la inquietante tranquilidad de las Tierras de la Peste.
 
Tal y como esperaba, cuando solo había recorrido la mitad del camino por la ventosa senda, aparecieron dos figuras de detrás de las rocas. El choque de sus hojas al bloquear el camino resonó con violencia en la inquietante tranquilidad de las Tierras de la Peste.
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¿Quién va hacia la Logia Quel’Lithien? —Preguntó uno de ellos.
 
   
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―¿Quién viene al Refugio Quel'Lithien? ―preguntó uno de ellos.
Lor’themar miró hacia abajo.
 
   
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Lor'themar los miró sin alterarse.
—No actúes como idiota, sabes quien soy.
 
   
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―No seáis necios. Ya sabéis quién soy.
Su interlocutor le clavó la mirada.
 
   
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El otro lo miró directamente a los ojos.
—Eso no significa que su presencia sea bienvenida, Lord Theron.
 
   
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―Eso no significa que seas bienvenido, señor regente Theron.
Lor’themar desenvainó las dos espadas que llevaba a la espalda. Los guardias apretaron con fuerza las empuñaduras de sus armas y sus nudillos emblanquecieron. El señor regente notó que uno de ellos movió ligeramente los dedos, listo para dar la señal de ataque a todos los demás que se encontraban ocultos por el terreno. En silencio Lor’themar lanzó sus armas al suelo, seguidas de su arco y carcaj, e hizo un ademán a sus guardias para que hicieran lo propio. Una vez que hubieron cumplido su orden, arqueó una ceja.
 
   
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Lor'themar desenvainó las dos espadas que llevaba a la espalda. Los guardias de Quel'Lithien agarraron sus propias armas con más fuerza y uno de ellos movió ligeramente los dedos, preparando la señal de ataque para los muchos otros que seguramente se ocultaban en el terreno. En silencio, el Señor regente dejó sus hojas en el suelo e hizo lo mismo con su arco y su carcaj. Realizó un gesto a su escolta para que le imitasen y, después, enarcó una ceja.
—¿Es eso prueba suficiente de la honestidad de mis intenciones?
 
   
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―¿Basta para convenceros de que mis intenciones son honestas?
El primer explorador Lithien habló de nuevo.
 
   
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El primer explorador Quel'Lithien habló de nuevo.
—¿A qué ha venido?
 
—Traigo noticias para el señor de los montaraces Lanza de Halcón y la alta sacerdotisa Celeste con respecto… —Se aclaró la garganta. —Con respecto al príncipe Kael’thas.
 
   
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―Dinos para qué has venido.
Los guardias consideraron esto un momento —uno de ellos miró brevemente al otro— pero en realidad nunca apartaron la vista de Lor’themar; ojos aún azules y sin contaminar. Finalmente uno de los guardias hizo un ademán con la cabeza, señalando el risco.
 
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―Tengo noticias para el señor forestal Lanzalcón y la suma sacerdotisa Clamacielos ―dijo―. Acerca... ―Se aclaró la garganta― Acerca del príncipe Kael'thas.
   
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Los guardias sopesaron esta información un instante e intercambiaron miradas brevemente, pero, la mayor parte del tiempo, no apartaron la vista de Lor'themar. A Lor'themar no le pasó inadvertido que sus ojos eran azules, sin mácula. Al final, uno de ellos hizo un gesto con la cabeza hacia el risco.
—Bueno, el señor de los montaraces decidirá qué hacer con usted; sígame.
 
   
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―De acuerdo ―dijo―, el señor forestal decidirá qué hacer contigo. Sígueme.
El otro chasqueó los dedos y, como predijo Lor’themar, media docena de exploradores Lithien dejaron surcos y fisuras para recolectar las armas que él y su escolta dejaron en el suelo. Lor’themar los siguió sin decir palabra.
 
   
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El otro chasqueó los dedos y, como Lor'themar había predicho, otra media docena de exploradores Quel'Lithien emergieron de diversos barrancos y fisuras para recoger las armas que él y sus hombres habían dejado en la tierra. En silencio, Lor'themar los siguió.
En la cumbre de la vereda, enclavada entre rocas y maleza seca, se alzaba la Logia Quel’Lithien. Su fino exterior de madera estaba decolorado y picado, sin duda a causa de los estragos provocados por la peste, y los Errantes habían camuflado sus vigas con follaje en descomposición. Lor’themar sintió un nudo en el estómago conforme se aproximaba a la logia, e intentó no recordar aquellos tiempos cuando los alrededores eran verdes y se le recibía con gritos de alegría en lugar de espadas. Esos días se habían perdido.
 
 
El señor regente extendió las riendas de su halcón zancudo a una de las exploradoras, quien las tomó y se alejó luego de lanzarle una mirada desconfiada. Uno de los montaraces que impidieron su avance por la vereda se adelantó a la logia. A su regreso venía acompañado de dos elfos que Lor’themar no había visto en años.
 
   
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En la parte alta del sendero, enclavado entre las rocas y los arbustos secos, Quel'Lithien apareció ante ellos. Sus preciosas vallas de madera estaban descoloridas y picadas, sin duda debido a los estragos de la Peste. Los errantes habían camuflado sus vigas con follaje podrido. Lor'themar sintió un extraño pinchazo en el estómago al ver el refugio y trató de no pensar en los días en que sus alrededores eran verdes y las visitas eran recibidas con júbilo y no con la violencia de las armas. Esos días habían pasado.
—Lor’themar Theron, —la voz de la alta sacerdotisa Aurora Celeste era mesurada y más que poco amable.
 
—No tienes vergüenza al mostrar la cara, —dijo Renthar Lanza de Halcón. —Debería ordenar a mis arqueros que te conviertan en un alfiletero.
 
   
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Dejó su halcón zancudo a una de las exploradoras. Ella lo recogió y lo guió con mirada suspicaz. Uno de los exploradores que lo había detenido en el sendero se había adelantado hasta el refugio. Mientras Lor'themar miraba, este regresó acompañado de dos elfos a los que hacía años que no veía.
Las palabras ardieron pese a que las esperaba. Cerró su ojo bueno y lentamente lo abrió de nuevo.
 
   
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―Lor'themar Theron. ―La voz de la suma sacerdotisa Aurora Clamacielos era comedida y en absoluto hostil―. Debo admitir que me sorprende verte aquí.
—Traigo noticias —dijo sin gran pompa—, que deberían saber.
 
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―Tienes agallas ―dijo con crueldad Renthar Lanzalcón― para dejarte ver por aquí. Podría hacer que una docena de arqueros te convirtiesen en un acerico.
—¿No pudiste enviar una carta? —Se mofó Renthar.
 
—¿La hubieras leído? —Preguntó Lor’themar. El fino movimiento en la comisura de los labios de Aurora y la cara de pocos amigos de Renthar confirmó lo que ya sabía: no lo hubieran hecho. —No viajé hasta acá por algo trivial, —dijo al fin. —¿De menos escucharán lo que tengo que decir?
 
   
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Las palabras le dolieron, aunque las esperaba. Cerró el ojo bueno y lo volvió a abrir despacio.
Renthar y Aurora lo miraron sin decir palabra y luego se volvieron para entrar a la logia. Lor’themar los siguió, consciente de que lo ojos de los altos elfos seguían sus movimientos.
 
   
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―Tengo noticias ―añadió sin más― que debéis conocer.
Los puestos de avanzada de los Errantes en los Reinos del Este nunca habían sido opulentos, mas la austeridad de Quel’Lithien era aleccionadora. Varias de sus paredes ostentaban marcas profundas causadas por algún tipo de hoja y las manchas oscuras en las tablas del suelo seguro eran de sangre. No obstante, los elfos se preciaban del cuidado de la logia; las cortinas, aunque gastadas tenían un dobladillo cuidadoso con puntas uniformes. El ancestral mapa del este de Lordaeron que descansaba en el muro contaba con gran cantidad de anotaciones, pero en caligrafía elegante y sin siquiera un solo manchón de tinta sobre su pergamino amarillento. Un pequeño dolor surgió en Lor’themar al ver cada una de estas cosas, como si hubiese descubierto una carta de alguna amante olvidada. Había vivido la vida de un Errante en un pasado tan distante que ahora parecía un sueño.
 
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―¿No podías haber mandado una carta? ―dijo Renthar con desdén.
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―¿La habrías leído?― respondió Lor'themar. Y el pequeño movimiento en la comisura del labio de Aurora y el ceño profundamente fruncido de Renthar le respondieron aquello que ya sabía. No la habría leído―. No he venido hasta aquí por algo trivial ―dijo finalmente―. ¿Escucharéis al menos lo que tengo que decir?
   
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Renthar y Aurora lo miraron sin decir palabra. Luego se dieron la vuelta y regresaron al refugio. Lor'themar los siguió, percatándose dolido de las miradas fijas de los elfos nobles.
—Aquí, —Renthar señaló una pequeña habitación con el pulgar y luego abrió la puerta de un empujón. —Ciérrala al entrar, —le dijo a Lor’themar sin volverse.
 
   
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Las avanzadas de los errantes en los Reinos del Este nunca habían sido fastuosas, pero la austeridad de Quel'Lithien daba que pensar. Algunas paredes estaban profundamente marcadas por algún tipo de filo y las manchas oscuras del suelo eran seguramente de sangre. Sin embargo, los elfos se enorgullecían del cuidado del refugio; las cortinas, aunque gastadas, estaban cuidadosamente remendadas con puntadas uniformes. El antiguo mapa del este de Lordaeron que estaba clavado en la pared tenía muchas anotaciones en una letra elegante y no había ni una sola mancha de tinta en el amarillento pergamino. Lor'themar sintió una pequeña punzada en su interior al ver todo aquello, como si hubiera redescubierto una carta olvidada de un antiguo amor. Él había vivido como un errante en un pasado que parecía ahora tan lejano que podía ser solo un sueño.
Lor’themar tomó asiento frente a Aurora y Renthar tiró de la mesa varios trozos de armadura de cuero ensangrentada antes de sentarse junto a la sacerdotisa. Esto casi provocó que Lor’themar sonriera vagamente; el modo en que le miraban como jueces en un tribunal.
 
   
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―Por aquí ―dijo Renthar, señalando con el pulgar una pequeña sala cuya puerta abrió de un empujón―. Cierra al entrar ―le dijo a Lor'themar sin mirar atrás.
—Mencionaste que tenías algo que decir, —la voz de Renthar cortó el silencio. —Dilo.
 
—Hace algunas semanas regresaron varios miembros de las fuerzas Furia del Sol.
 
   
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Lor'themar se sentó frente a Aurora. Renthar apartó varios restos de armadura de cuero ensangrentada de la estrecha mesa antes de sentarse con ella. La forma en que lo observaban, como jueces de un tribunal, casi hizo sonreír a Lor'themar.
Los ojos de Renthar y Aurora se abrieron con incredulidad, lo que le dio a Lor’themar cierta satisfacción petulante, si hueca.
 
   
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―Decías que tenías algo que decir. ―La voz de Renthar rompió el silencio―. Dilo.
—Por la Fuente del Sol —dijo Aurora con suavidad—, pensé que nunca lo harían.
 
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―Hace varias semanas volvieron con nosotros varios efectivos de las fuerzas Furia del Sol.
—Entonces —los ojos de Renthar brillaron extrañamente, de modo muy similar a los de Rommath—, ¿viniste bajo las órdenes del príncipe para ofrecernos una disculpa oficial?
 
—Quizá —respondió Lor’themar—, si el príncipe aún viviese.
 
   
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Renthar y Aurora miraron incrédulos. Lor'themar experimentó cierta satisfacción.
Si cualquiera de los dos altos elfos frente a él parecían escandalizados, no era nada en comparación con sus expresiones actuales. El color desapareció de sus rostros.
 
   
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―Por La Fuente del Sol ―dijo Aurora suavemente―. He de reconocer que no lo esperaba.
—Maldición, explícate, —exigió Renthar.
 
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―Entonces ―los ojos de Renthar brillaron de forma extraña y a Lor'themar casi le recordó a Rommath―, ¿estás aquí por orden del príncipe para ofrecernos una disculpa oficial?
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―Podría ser ―respondió Lor'themar―, si estuviese vivo.
   
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Si los elfos nobles que tenía delante habían parecido conmocionados anteriormente, esa conmoción palidecía en comparación con la que expresaban sus rostros en ese momento. El color se había esfumado de sus rostros.
Lor’themar respiró profundo y comenzó a describir los eventos que transcurrieron en fechas recientes. No había previsto en su totalidad lo doloroso que sería comunicar la historia, en especial a dos personas que le odiaban en gran medida. Extrajo las palabras de su boca, una por una, en algunos puntos por la fuerza. Tenía que escupirlas de un extremo al otro de la habitación para poder decirlas. Al terminar parpadeó una vez, como si estuviese despertando.
 
   
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―Explícate, maldita sea ―exigió Renthar.
—Nos han devuelto la Fuente del Sol, —dijo Aurora, volviendo el rostro hacia la ventana.
 
—Sí, —respondió Lor’themar.
 
   
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Lor'themar respiró hondo y empezó a narrar los eventos del pasado reciente. No había previsto lo doloroso que resultaría contar la historia, especialmente a dos seres que lo despreciaban profundamente. Escupió las palabras una a una, a veces a la fuerza. Tuvo que realizar un verdadero esfuerzo para hacérselas llegar. Cuando por fin terminó su relato, parpadeó como si despertase.
El silencio absoluto de las Tierras de la Peste inundó el recinto. Lor’themar inclinó la cabeza, remembrando el momento en que comprendió; ese instante en que se asentó el polvo en Quel’Danas y la Fuente del Sol brilló majestuosa e imponente una vez más. Lor’themar la había mirado fijamente con la misma expresión que Renthar y Aurora tenían grabada en el rostro, pero no halló alegría en su brillo. Nunca pensó que el precio de su restauración sería demasiado.
 
   
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―La Fuente del Sol nos ha sido devuelta ―dijo Aurora. Volvió la vista hacia la ventana.
La voz de Aurora lo sobresaltó. —Me preguntaba por qué las punzadas de la adicción eran tan tenues últimamente. No necesitaba… ayuda… para sobrellevarlas.
 
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―Sí ―replicó Lor'themar.
   
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El silencio exánime y absoluto de las Tierras de la Peste los envolvió. Lor'themar inclinó la cabeza, reviviendo su propio momento de comprensión cuando el fragor de la batalla en Quel'Danas se apagó por completo y La Fuente del Sol volvió a brillar majestuosa y digna. La observó con la misma expresión paralizada que ahora veía en las caras de Renthar y Aurora, pero no halló júbilo en su brillo. Nunca imaginó que el precio de su recuperación fuese demasiado alto.
—La magia en la Fuente del Sol ahora es distinta, —dijo Lor’themar. —Puede tomar tiempo para que algunos se acostumbren.
 
—Algunos, sí. —Aurora extendió la mano y pareció agarrar algo que Lor´themar no podía ver, pasándolo por sus dedos como si fuera un listón largo. —Soy una sacerdotisa de la Luz, conozco esta magia.
 
   
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La voz de Aurora lo sobresaltó. ―Me preguntaba por qué las punzadas de la adicción se habían calmado tanto últimamente. No he necesitado... ayuda... para soportarlas.
—Fue un gran obsequio. —Lor’themar escuchó sus propias palabras y Aurora le lanzó una mirada de soslayo; estaba consciente de que su falta de convicción no había pasado desapercibida.
 
—Si el príncipe ha muerto —dijo Renthar—, ¿qué ocurrirá con la corona de Quel’Thalas?
 
—El mismo Kael´thas decretó que Anasterian sería el último rey de Quel’Thalas, la corona no ha sido reclamada.
 
   
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―La magia de La Fuente del Sol ha cambiado ―dijo Lor'themar―. Algunos necesitarán tiempo para adaptarse.
Renthar entrecerró los ojos. —¿Y si alguien intentase hacerlo?
 
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―Algunos, sí. ―Aurora alzó la mano y pareció coger algo que Lor'themar no podía ver, y lo retorció entre los dedos como si se tratase de una larga cinta―. Soy sacerdotisa de la Luz. Conozco esta magia.
   
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―Fue un gran don ―se escuchó decir a sí mismo Lor'themar. Aurora lo miró de reojo y este comprendió que su falta de convicción no había pasado desapercibida.
—No queda nadie con derecho a ella.
 
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―Si el príncipe está muerto ―dijo Renthar―, ¿qué será de la corona de Quel'Thalas?
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―El propio Kael'thas decretó que Anasterian siempre sería el último rey de Quel'Thalas. Nadie ha reclamado la corona.
   
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Renthar entornó los ojos. ―¿Y si alguien la reclamase?
Renthar lo miró directamente al ojo y Lor’themar le sostuvo la mirada con la misma ferocidad. Renthar Lanza de Halcón podía dudar de él en todo menos esto.
 
   
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―No hay nadie con vida que tenga derecho a ella.
Aurora habló de nuevo. —Supongo que esto es lo que viniste a decirnos.
 
   
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Renthar lo miró directamente. Lor'themar le devolvió la mirada con la misma ferocidad. Renthar Lanzalcón podía dudar de él en todo, excepto en esto.
—Sí, —contestó Lor’themar.
 
—Entonces siéntete en libertad de irte. —Declaró Renthar.
 
   
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Aurora habló de nuevo. ―Supongo que esto es lo que viniste a contarnos.
Lor’themar cerró el ojo, faltaba lo más difícil. —Queda una cosa más.
 
   
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―Sí ―respondió Lor'themar.
—¿Ah sí? —La voz de Renthar seca. —¿Y bien?
 
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―Entonces puedes marcharte cuando quieras ―dijo Renthar.
—Con el retorno de las fuerzas Furia del Sol —comenzó Lor’themar—, y como nuestra posición en las Tierras Fantasma es ahora más… segura… los Errantes ya no se encuentran bajo tanta presión. Ellos, yo, les enviaría a ustedes suministros de manera regular.
 
   
  +
Lor'themar cerró el ojo. ―Hay algo más. ―Esto sería lo más duro.
Lor’themar estaba acostumbrado a recibir la burla de aquellos a quienes no podía complacer, pero no había esperado la aguda punzada que provocó la risa de Renthar. Incluso el rostro de Aurora, por lo general tan controlado y sereno, enrojeció con desprecio abierto.
 
   
  +
―¿Ah, sí? ―dijo Renthar con voz monótona―. ¿Bien?
—Por cinco años nos pudrimos aquí, desalojados de nuestros hogares a instancia tuya porque nos negamos a succionar magia de otros seres vivientes cual vampiros. —Renthar se incorporó, apoyándose en la mesa; temblando de rabia. —¿Ahora quieres ofrecernos ayuda? ¿Después de lo que hemos sufrido, vienes ahora? ¿Luego de lo que nos hizo la Horda en nombre de ese bastardo humano que se hacía llamar forestal? ¿Qué tan ciego crees que estoy Lor’themar? ¡Debería matarte, debería matarte y enviarle tu cabeza a Sylvanas!
 
  +
―Como los Furia de Sol ha vuelto a nosotros ―empezó Lor'themar―, y nuestra posición en las Tierras Fantasma es más... segura... la situación de los errantes es algo menos precaria. Por lo que ellos, yo, os enviaré suministros regularmente.
   
  +
Lor'themar ya se estaba acostumbrado a las burlas de aquellos a los que no podía complacer, por lo que no esperaba que la risa de Renthar se le clavase como un aguijón. Incluso el rostro de Aurora, tan contenido y sereno normalmente, enrojeció con evidente desdén.
Aún a través del arranque de ira de Renthar, Lor´themar se agarró con fuerza de una palabra. Forestal y no cualquiera, un forestal humano. Hasta donde tenía entendido el señor regente, sólo existió uno.
 
   
  +
―Llevamos cinco años pudriéndonos aquí. Nos expulsaron de nuestros hogares por orden tuya por negarnos a succionar la magia de los seres vivos, como vampiros. ―Renthar se levantó del asiento y se inclinó sobre la mesa, estremecido de ira―. ¿Y ahora nos quieres ofrecer ayuda? ¿Ahora vienes, después de todo lo que hemos pasado? ¿Después de lo que nos hizo la Horda en nombre de ese bastardo humano que se hacía llamar forestal? ¿Acaso crees que estoy ciego, Lor'themar? Debería matarte. ¡Debería matarte y enviarle tu cabeza a Sylvanas!
—Pensé —dijo con lentitud—, que Nathanos Marris murió a manos de la Plaga.
 
   
  +
A pesar de la violenta reacción de Renthar, Lor'themar se fijó en una sola palabra: forestal. Y no uno cualquiera, uno humano. Lor'themar solo sabía de la existencia de uno.
Tanto Aurora como Renthar voltearon a verle, sus rostros fríos cual muñecas de marfil. Por primera vez desde su llegada, Lor’themar escuchó su corazón golpeteando en sus oídos; el nudo en su garganta le dificultaba tragar saliva.
 
   
  +
―Pensé ―empezó a decir despacio―, que Nathanos Marris no sobrevivió a la Peste.
Aurora habló primero.
 
   
  +
Tanto Aurora como Renthar se volvieron despacio hacia él, con expresión fría como figuras de marfil. Por primera vez desde que comenzó esta confrontación, Lor'themar sintió el martilleo de su corazón en los oídos y un nudo en la garganta que le impedía tragar con normalidad.
—Así fue, —dijo ella.
 
  +
  +
Aurora habló primero.
   
  +
―Así fue ―dijo.
Lor’themar clavó la vista en el rostro de Aurora. Había otra cosa bajo la superficie, algo que merodeaba cual sombra por los rincones de la habitación y lo descubriría antes de partir.
 
   
  +
Lor'themar miró fijamente a Aurora. Algo flotaba en el ambiente, como una sombra que acechaba por los rincones de la habitación; descubriría de qué se trataba antes de irse.
—Pero no se convirtió en parte de la Plaga, —manifestó ella.
 
—Sylvanas siempre estuvo extrañamente orgullosa de él, —murmuró Renthar, desviando la mirada. —A nadie debe sorprenderle que lo llamaría a su servicio antes de que Arthas pudiese controlar su voluntad. Venimos en nombre del campeón de la reina Banshee —citó—, tienes algo que le pertenece.
 
   
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―No se convirtió en un miembro de la Peste ―dijo ella.
Renthar se volvió para mirar a Lor’themar una vez más. —Guardamos una copia del registro que detallaba la aceptación de Marris a los Errantes. Lo tomaron por la fuerza y masacraron a cuanto forestal hallaron en su camino. Horda, Lor’themar, incluyendo a los Renegados. La gente de Sylvanas, tus aliados.
 
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―Sylvanas siempre sintió un extraño orgullo hacia él ―musitó Renthar, mirando hacia otro lado―. No sería tan sorprendente que lo llamase a su servicio antes de que Arthas dominase su voluntad.
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―Venimos en nombre del campeón de la Reina alma en pena ―citó―. Eso dijeron al llegar: Tienes algo que le pertenece. ―Renthar volvió a girar el rostro hacia Lor'themar―. Teníamos una copia del registro que detallaba la admisión de Marris en los errantes. Se lo llevaron por la fuerza y mataron a todos los forestales que encontraron en su camino. La Horda, Lor'themar. Incluidos los Renegados. El pueblo de Sylvanas. Tus aliados.
   
Lor’themar no podía hablar, estaba seguro de que su voz se quebraría.
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Lor'themar no podía hablar. No sabía si le temblaría la voz.
   
—En algún momento habría dado felizmente mi vida si asi lo solicitase la general de los montaraces. —La voz de Renthar estaba cargada de terrible amargura. —Ya no somos su pueblo, ni tampoco somos el tuyo.
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―En otro tiempo habría entregado mi vida gustoso a petición del general forestal. ―La voz de Renthar se llenó de una amargura insoportable―. Ya no somos su pueblo. Y tampoco el tuyo.
—Renthar —habló Lor’themar—, pese a nuestras diferencias, sabes que no habría…
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―Renthar ―comenzó Lor'themar―, a pesar de todas nuestras diferencias, sabes que yo no he...
   
Renthar rió, interrumpiéndole.
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Renthar se echó a reír, y lo interrumpió.
   
—Nos envías aquí para ser ignorados, inconvenientes como somos, ¿y luego tienes la desfachatez de sorprenderte cuando sufrimos? No hay insultos lo suficientemente viles como para describirte, Lor’themar. de quién son las tropas emplazadas en Tranquillien, señor regente. Me pregunto cuántos de tus propios montaraces sin’dorei han matado bajo tus narices. Trata con el diablo como te plazca, sólo espero que recibas lo que te mereces.
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―¿Nos envías a este destierro olvidado porque te suponemos un estorbo, y te permites el lujo de escandalizarte ante nuestro sufrimiento? No hay insultos lo bastante envenenados para describirte, Lor'themar. Yo sé de quién provienen las tropas de Tranquillien, Señor regente. Me pregunto a cuántos de tus forestales sin'dorei habrán matado delante de tus propias narices. Enfréntate a la situación como quieras. Yo solo espero que tengas tu merecido.
—Ahora lárgate, —dijo en voz baja. —Envía suministros si así lo deseas, te regresaré los corazones de los mensajeros envueltos en sus propios tabardos.
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―Ahora vete ―dijo con calma―. Envía suministros si quieres. Te enviaré los corazones de los que los traigan, envueltos en sus propios tabardos.
   
Lor’themar se incorporó y se volvió para irse. Le habían tomado desprevenido y las paredes a su alrededor ya no parecían sólidas. Aurora se incorporó y le clavó la mirada, tenía la frente en alto y una actitud desafiante. Ni ella ni Renthar dijeron nada más y pareciera que la mera fuerza de su odio estuviera expulsándole del recinto.
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Lor'themar se puso en pie y se giró para marcharse. Lo habían sorprendido con la guardia bajada y los muros que lo rodeaban ya no garantizaban solidez. Vio a Aurora ponerse en pie y mirarlo, con la barbilla alta y desafiante. Ni ella ni Renthar dijeron nada más y parecía que la simple fuerza de su odio lo empujaba fuera de la habitación.
   
No tenía razón para luchar contra ellos. Quizá podría ofrecer sus palmas como penitencia, pero sólo escupirían sobre ellas y, ciertamente, no hallaba en su corazón modo alguno de culparles. Si albergaba previamente esperanzas de expiación , y tal vez así era, la desolación de las Tierras Fantasma las había sofocado; como hacía con todo aquello que vivía y soñaba. Estos puentes ardieron hace mucho tiempo por su propia mano.
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No tenía motivos para enfrentarse a ellos. Podía, tal vez, ofrecer la otra mejilla como penitencia, pero se habrían limitado a escupirle y sinceramente no encontraba podía reprochárselo. Si en algún momento tuvo alguna esperanza de expiación, y tal vez fuera así, la desolación de las Tierras de la Peste habían acabado con ella, como ocurría con todo lo que vivía y soñaba. Esos puentes habían ardido hacía mucho tiempo, y fue él mismo quien prendió la llama.
   
Sus tres guardias aguardaban en la habitación frontal, rodeados de montaraces quel’dorei con flechas listas en sus arcos. Caminó en línea recta hacia el exterior y sus montaraces le siguieron en silencio.
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Sus tres guardias esperaban sentados en la sala de la entrada, rodeados de forestales quel'dorei con flechas cargadas en los arcos. Salió directamente fuera y sus forestales lo siguieron.
   
En el patio, un explorador Quel’Lithien sostenía las riendas de sus halcones zancudos y otro sus armas. Lor’themar tomó sus cosas, montó sobre la silla y se volvió para mirar a Renthar y Aurora. Sentía deseos de decir algo, lo que fuera, para sufragar el golfo que se extendía entre ellos, mas toda palabra se secó y se transformó en polvo dentro de su boca. Lor’themar hizo que su halcón zancudo diera media vuelta y no miró hacia atrás.
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En el patio, un explorador Quel'Lithien sostenía las riendas de sus halcones zancudos y otro llevaba sus armas. Lor'themar cogió sus pertenencias, subió a su montura y volvió al lugar donde Renthar y Aurora seguían mirando. Sintió el impulso de decir algo, lo que fuera, para intentar tender un puente sobre el abismo que los separaba, pero todas las palabras que intentó decir se marchitaron y se convirtieron en polvo en su boca. Dio la vuelta a su halcón zancudo y no miró atrás.
   
 
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Varias horas más tarde, mientras cabalgaban por el Paso Thalassiano, comenzó a nevar. Cruzaron el umbral que marcaba la frontera sur de Quel’Thalas sin siquiera levantar la vista. En algún momento sus arcos —de color dorado y blanco— se extendieron hacia el cielo como si surgieran de las mismísimas rocas; cayendo hacia el suelo como una cascada de marfil y ámbar. Arthas, como todo a su paso, los había arruinado. Las oscuras banderas de la Plaga aún se encontraban izadas en las murallas, ondeando sobre sus cabezas al son del viento montañoso.
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Horas después, mientras subían por el Desfiladero Thalassiano, comenzó a nevar. Atravesaron las puertas que delimitaban la frontera sur de Quel'Thalas con apenas una mirada. Antaño, sus arcos se alzaban, blancos y dorados, de tal modo que parecían saltar desde las propias rocas y caer en cascada al suelo con destellos de tonalidades marmóreas y ambarinas. Arthas los había reducido a ruinas, como todo lo que tocaba. Los oscuros estandartes de la Peste aún colgaban de lo alto de las murallas, desde donde se agitaban y crujían con el viento de la montaña.
   
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―Lord Theron ―dijo un miembro de la escolta―, deberías usar la capa con este tiempo.
—Lord Theron —dijo uno de sus escoltas—, debería usar su capa en este clima. —Lor’themar no respondió. No había manera de que se sintiese más gélido de lo que ya estaba. Los copos de nieve chocaban contra su rostro, dejándolo en carne viva.
 
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Lor'themar no respondió. No podía sentirse más helado de lo que ya estaba. Los copos de nieve le caían sobre la cara y resbalaban por su piel desnuda.
   
 
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En Lunargenta, Halduron y Rommath aguardaban el regreso de Lor’themar. Aethas también se encontraba ahí, para disgusto del señor regente. Cuando Halduron lo miró y dijo: ¿Bueno? Lor’themar se limitó a sacudir la cabeza. Halduron alzó las cejas como si preguntase, ¿y qué esperabas? Rommath ni siquiera lo miró al ojo.
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Halduron y Rommath esperaban el regreso de Lor'themar en Lunargenta. También Aethas, para mayor escarnio de Lor'themar. Cuando Halduron lo miró y dijo: ¿Y bien? Lor'themar negó con la cabeza. Halduron alzó las cejas como preguntando: ¿Qué esperabas? Rommath no lo vio.
   
¿Cuál fue su reacción? —Preguntó Aethas. Lor’themar se volvió, clavándole la mirada.
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¿Cómo reaccionaron ante tu presencia? ―preguntó Aethas. Lor'themar se volvió para mirarlo.
—Hace cinco años los expulsé de los hogares que lucharon por proteger con la misma ferocidad que cualquiera de los habitantes actuales de Quel’Thalas —respondió—, ¿cómo crees que reaccionaron?
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―Hace cinco años los eché de los hogares que habían defendido con la misma valentía que la que demuestran hoy en Quel'Thalas ―respondió―. ¿Cómo crees que reaccionaron?
   
Aethas se estremeció.
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Aethas se encogió apenado.
   
—Vereesa Brisaveloz está casada con el nuevo líder del Kirin Tor. No le agrado, ni tampoco le agradan a quienes represento. Tenía la esperanza… como usted es un forestal… —Aethas se encogió de hombros. —Pensé que quizá podría ayudarnos a sufragar esa brecha; supongo que no.
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―Vereesa Brisaveloz está casada con el nuevo líder del Kirin Tor. Yo no le gusto ni tampoco aquellos a los que represento. Esperaba que… como eres un forestal… ―Aethas se encogió de hombros―. Pensé que nos serías de ayuda para cerrar esa brecha. Supongo que me equivoqué.
   
Lor’themar frunció el ceño al escuchar el nombre de Vereesa. —Supones bien, —dijo.
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Lor'themar puso gesto de desagrado al oír el nombre de Vereesa. ―Supones bien ―dijo.
   
 
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Esa tarde compartió con Halduron los detalles de su viaje a Quel’Lithien entre tragos de vino Canción Eterna.
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Esa tarde, narró a Halduron los detalles de su viaje a Quel'Lithien entre sorbos de vino de Canción Eterna.
   
—Claro que iban a tratarte con desprecio, siempre lo supiste, —lo reprimió su general de montaraces. —Honestamente no sé a qué fuiste.
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―Estaba claro que te tratarían con desprecio. Eso lo sabías de sobra ―le recriminó su general forestal―. La verdad, no sé por qué te molestaste en ir.
—Hubieras hecho lo mismo, —respondió Lor’themar y Halduron frunció el ceño.
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―Tú habrías hecho lo mismo ―respondió Lor'themar, y Halduron frunció el ceño.
—Me conoces demasiado bien, —dijo al fin. Luego se hundió en su silla y clavó la vista en la ventana.
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―Me conoces demasiado bien ―dijo finalmente. Se recostó en su silla y miró por la ventana.
—No sabían de la Fuente del Sol —dijo Lor´themar—, hice lo correcto al ir.
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―No sabían nada de La Fuente del Sol ―dijo Lor'themar―. Hice lo correcto al ir.
¿A quién tratas de convencer? —Preguntó Halduron desconcertado.
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¿A quién intentas convencer aquí? ―preguntó Halduron confundido.
—Halduron —prosiguió Lor’themar—, ¿recuerdas a Nathanos Marris?
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―Halduron ―dijo Lor'themar rápidamente―, ¿recuerdas a Nathanos Marris?
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―Claro ―dijo mientras fruncía el ceño―, ¿por qué?
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―Aurora me dijo que lo convirtieron en no muerto ―respondió Lor'themar―. Sylvanas lo llamó a su servicio. Se le conoce como el campeón de la Reina alma en pena.
   
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Halduron se recostó en su silla, se balanceó sobre las patas traseras y colocó las palmas bajo su cabeza. ―Tiene gracia ―dijo―. Sylvanas siempre lo consideró un campeón. Kae..., ejem, algunos no estaban dispuestos a aceptar a un montón de humanos en los errantes. Incluido yo.
Éste frunció el ceño. —Por supuesto, ¿qué tiene?
 
   
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―Los forestales de Quel'Lithien fueron atacados por un grupo de la Horda bajo las órdenes del campeón de la Reina alma en pena ―dijo al fin Lor'themar. Apuró el contenido de su copa y la dejó en la mesa―. Mataron a muchos.
—Aurora me dijo que lo levantaron como no muerto —contestó Lor’themar—, Sylvanas lo llamó a su servicio. Ahora se le conoce como el campeón de la reina Banshee.
 
   
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Halduron posó de nuevo las patas delanteras de su silla con estruendo.
Halduron se reclinó, balanceando la silla sobre sus patas traseras, y colocó sus manos detrás de su cabeza. —Qué chistoso —dijo—, Sylvanas siempre lo defendió a él. Kae, er, había quienes no deseaban que un humano entrenara con los Errantes; yo incluido.
 
   
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―¿Por qué querría atacar Quel'Lithien?
—Los montaraces de Quel’Lithien fueron atacados por algunos miembros de la Horda en el nombre del campeón de la reina Banshee. —Lor’themar se bebió el contenido de su vaso de una sentada y lo colocó sobre el escritorio. —Muchos de ellos fueron asesinados.
 
   
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Lor'themar se encogió de hombros. ―En Quel'Lithien tenían una copia del registro thalassiano en el que Sylvanas daba su autorización final para admitirlo en los errantes. Al parecer lo querían.
Las patas frontales de la silla de Halduron regresaron al suelo con un sonoro impacto.
 
   
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―¿Y por eso manda a sus subordinados a atacarlos? ¿Por un libro? ―La voz de Halduron rezumaba escepticismo.
—¿Por qué querría atacar Quel’Lithien?
 
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―Eso es lo que me dijeron.
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―¿Estás seguro de que no mentían?
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―Lo pensé ―admitió Lor'themar―, pero Renthar Lanzalcón siempre ha tenido principios muy sólidos.
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―Y no me imagino a Aurora actuando de forma deshonesta ni un solo día de su vida ―añadió Halduron. Y suspiró profundamente―. ¿Crees que Sylvanas lo sabe?
   
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Lor'themar negó con la cabeza. ―No lo sé.
Lor’themar se encogió de hombros. —Ahí había una copia del registro Thalassiano donde Sylvanas dio el visto bueno para que Marris fuese admitido a los Errantes. Al parecer lo quería.
 
   
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―¿Si lo supiese, crees que le importaría?
—¿Entonces envió a sus subordinados a atacarlos? ¿Por un libro? —La voz de Halduron rebosaba de incredulidad.
 
—Eso me dijeron.
 
—¿Estás seguro de que no mentían?
 
—Lo consideré —admitió Lor’themar—, pero si algo tiene Renthar Lanza de Halcón, son principios.
 
—Y no puedo imaginar que Aurora haya sido deshonesta un solo día de su vida. —Agregó Halduron. Luego suspiró pesadamente. —¿Crees que Sylvanas esté al tanto?
 
   
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Esa era la pregunta que temía Lor'themar. ―Tampoco lo sé. ¿Y si no le importa? ―Se cubrió la cara con las manos―. Eran sus forestales.
Lor’themar sacudió la cabeza. —No lo sé.
 
   
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―Eran los tuyos cuando los mandaste al exilio ―dijo con calma Halduron.
—¿Consideras que le importaría si así fuese?
 
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―En realidad eran los tuyos―replicó Lor'themar. Se erizó de furia por un momento, pero luego sus hombros se relajaron. Las palabras de Renthar resonaron de manera fantasmal en su cabeza: ¿Nos envías a este destierro olvidado porque te suponemos un estorbo, y te permites el lujo de escandalizarte ante nuestro sufrimiento?
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―Yo no quería verlos muertos ―dijo finalmente Lor'themar; avergonzado de escuchar el tono de disculpa en su voz―, pero no me podía permitir tener una nación dividida...
   
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El tacto de una mano pesada en su hombro le hizo alzar la cabeza.
Esa era la pregunta que temía Lor’themar. —Tampoco lo sé, ¿qué tal si no? —Se cubrió el rostro con las manos. —Eran sus montaraces.
 
   
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―Lo sé ―dijo Halduron, poniéndole un vaso lleno delante―. Contrólate. ―Su tono era duro pero no cruel―. Siempre supimos que era un riesgo confiar en los Renegados. Pero ¿acaso algún otro se ofreció a luchar por Quel'Thalas?
—Eran tuyos cuando los exiliaste, —dijo Halduron en voz baja.
 
—De hecho eran tuyos, —respondió bruscamente Lor’themar. Destiló furia por un momento, pero luego colgó los hombros. Las palabras de Renthar hicieron un eco fantasmal en su mente. Nos envías aquí para ser ignorados, ¿y luego tienes la desfachatez de sorprenderte cuando sufrimos?
 
—Nunca quise que murieran —dijo Lor’themar al fin, avergonzado de escuchar la súplica en su voz—, pero no podía dirigir una nación dividida…
 
   
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Lor'themar levantó el vaso. El sol de la tarde brilló a través de él y tiñó su contenido de un tono rojizo como el óxido, como los campos de las Tierras de la Peste.
Una pesada mano en su hombro le hizo levantar la cabeza.
 
 
—Lo sé, —dijo Halduron, colocando un vaso lleno frente a Lor´themar. —Contrólate —su voz era áspera mas no cruel—, siempre supimos que era arriesgado confiar en los Renegados, no obstante, ¿quién más se ofreció a luchar por Quel’Thalas?
 
 
Lor’themar alzó su vaso. La luz de la tarde brilló a través de él, prestándole a su contenido una coloración rojo óxido; como el suelo de las Tierras de la Peste.
 
   
 
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Lor´themar golpeteó su escritorio con los dedos, releyendo sin ánimo las notas que tomó sobre las diversas juntas con Aethas. Tendría que dar al archimago una respuesta definitiva hoy o mañana. Se apretó el caballete de la nariz con el índice y el pulgar y echó una mirada al vino que reposaba en el estante. Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.
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Lor'themar repiqueteaba con los dedos en la mesa, haciendo un aburrido recuento de las notas que había tomado en las diversas reuniones con Aethas. Tendría que dar al archimago una respuesta definitiva ese mismo día o al día siguiente. Se pellizcó el puente nasal con el índice y el pulgar y miró de reojo el vino del anaquel. Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
 
—¿Sí? —Dijo.
 
 
El mensajero hizo una apresurada reverencia.
 
 
—Lord Theron, se solicita su presencia en el salón.
 
 
Lor’themar frunció el ceño. Halduron y Rommath hubieran venido directamente a su puerta y, a estas alturas, Aethas probablemente también.
 
 
—Estoy indispuesto, —dijo cansinamente.
 
—Señor —dijo el mensajero—, la reina Banshee no esperará.
 
 
Lor’themar sintió su corazón desplomarse hasta su estómago y se incorporó.
 
   
  +
―¿Sí? ―preguntó.
—No —dijo en voz baja—, por supuesto que no. Llévame con ella.
 
   
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El mensajero se inclinó de forma apresurada y contestó.
El mensajero dio media vuelta, pero no sin lanzarle una mirada de preocupación al señor regente. Lor’themar se armó de valor mientras caminaba.
 
   
  +
―Lord Theron, se requiere tu presencia en la sala.
Éste aprovechó los minutos que transcurrieron durante la caminata hacia el salón principal para organizar sus pensamientos. Durante los años que había gobernado Quel’Thalas, descubrió que era un acto casi físico; el modo en que tenía que colocarse el manto de autoridad. Le era posible sentir el cambio hasta la punta de sus dedos. Frente a Sylvanas necesitaría toda la determinación que pudiese reunir.
 
   
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Lor'themar frunció el ceño. Halduron y Rommath habrían llegado y, a estas alturas, seguro que Aethas también.
Halduron y Rommath se unieron a él en silencio mientras andaba. El rostro del general de montaraces se apreciaba tenso y Rommath mostraba indiferencia. Sabía qué esperar, pero su horror era distante e impersonal; no así Lor’themar y Halduron. Para ellos, el destino de Sylvanas era una herida que se abría siempre que la veían y el dolor aún no cedía.
 
   
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―No estoy disponible ―respondió claramente.
En el salón donde se encontraba Sylvanas, la luz parecía desvanecerse. No se atenuaba ni se apagaba, sino que se colapsaba y hundía en el espacio que ocupaba la reina Banshee; como si la luz del sol decayese a su alrededor. El feroz brillo blanco en sus ojos mostraba, de manera aún más prominente, la palidez de su amargado rostro. Sus Guardias Reales del Terror la flanqueaban, sosteniendo espadas ennegrecidas con sus manos esqueléticas.
 
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―Mi señor ―dijo el mensajero―, la Reina alma en pena no esperará.
   
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Lor'themar sintió que el corazón le daba un vuelco. Se incorporó enseguida.
Todo lo que Lor’themar escuchó al entrar al salón fue el eco de sus propios pasos, lo que incluso pareció desvanecerse de modo antinatural ante la presencia de la reina Banshee.
 
   
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―No ―dijo con calma―, por supuesto que no. Llévame ante ella.
—¿Qué te trae a Lunargenta, Sylvanas?
 
—Acabo de regresar de Orgrimmar, —dijo con voz que arañaba las paredes. Mientras su boca se movía, Lor’themar notó que la piel circundante se resquebrajaba y pelaba como cuero de víbora mudado hace mucho. —Arthas se atrevió a atacar el corazón de la Horda.
 
   
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El mensajero dio media vuelta mientras lanzaba una inquieta mirada al Señor regente. Lor'themar se armó de valor mientras lo seguía.
La boca de Lor’themar se resecó y una marea de desasosiego comenzó a golpear su pecho. Sylvanas hizo una pausa, examinando su rostro en busca de alguna reacción. Él apretó los dientes mas permaneció en silencio.
 
   
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Empleó los minutos que tardaron en llegar hasta la sala frontal para poner en orden sus pensamientos. En los años que llevaba gobernando Quel'Thalas, se había acostumbrado a considerarlo casi como un acto físico, del mismo modo que se vestía manto de regente. Sentía el cambio, hasta la punta de los dedos. Frente a Sylvanas necesitaría todo el aplomo que pudiese reunir.
—El ataque fue rechazado con éxito —prosiguió ella—, pero Arthas sólo está jugando con nosotros; debemos destruirle. El señor de guerra Thrall por fin puede ver lo que sabíamos desde hace mucho, —sus ojos brillaron con peligroso entusiasmo. —La Horda se prepara para el conflicto y los sin’dorei son parte de la Horda, Lor’themar.
 
   
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Halduron y Rommath se unieron en silencio a él por el camino. La expresión del rostro del general forestal era sombría.
Sus palabras lo golpearon cual rocas. Sabía lo que pedía y siempre estuvo consciente de que llegaría el momento. Sin embargo, al hallarse de pie en el salón, de súbito consciente de la manera en que su enormidad lo devoraba, no pudo responder.
 
   
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Rommath parecía más ausente; sabía lo que les esperaba, pero su disgusto era más distante e impersonal, a diferencia del de Lor'themar y Halduron. Para ellos, el destino de Sylvanas era una herida que se reabría cada vez que la veían, y cuyo dolor aún no había remitido.
—Lor’themar —las palabras de Sylvanas estallaron a su alrededor con impaciencia—, vamos a acabar con Arthas de una vez por todas.
 
   
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En la sala en la que estaba, la luz parecía desvanecerse; no porque escasease o se atenuara, sino que daba la impresión de precipitarse y se hundiese hacia el lugar que ella ocupaba, como si la luz del sol titubease a su alrededor. El feroz destello blanco de sus ojos hacía que la pálida piel de su rostro demacrado destacase aún más. Sus Guardias reales del Terror la flanqueaban, blandiendo hojas ennegrecidas en sus manos esqueléticas..
Éste sacudió la cabeza con lentitud.
 
   
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Lo único que Lor'themar escuchó al entrar en la sala fue el eco de sus propios pasos, e incluso eso pareció atenuarse con rapidez de forma antinatural en presencia de la Reina alma en pena.
—Agradezco que tú y el señor de guerra Thrall quieran que formemos parte del frente inicial en Rasganorte, pero nos encontramos en el límite. Recibimos una solicitud similar por parte del Kirin Tor, sin embargo, no puedo enviar a mis fuerzas al norte. Desde lo acaecido en Quel’Danas…
 
   
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―¿Qué te trae a Lunargenta, Sylvanas? ―preguntó.
—Esto no es una solicitud, Lor’themar —interrumpió ella, sus ojos fulgurando en rojo—, enviarás tropas para apoyar a los Renegados.
 
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―Acabo de volver de Orgrimmar ―dijo. Su voz parecía arañar las paredes. Al mover la boca, Lor'themar pudo ver cómo la carne alrededor de ella se cuarteaba y pelaba como una muda de piel de serpiente―. Arthas ha osado atacar el corazón de la Horda.
   
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Lor'themar sintió que se le secaba la boca, y una oleada de inquietud comenzó a acumularse en su pecho. Sylvanas hizo una pausa, analizando su reacción. Este apretó los dientes y mantuvo la calma.
—Sylvanas —dijo Lor’themar en voz baja—, acabamos de salir de una guerra civil. ¿Qué podemos ofrecer?
 
—¿Has olvidado quién es el responsable del estado actual de Quel’Thalas? ¿Quién tiene la culpa? —Sylvanas buscó una respuesta en el rostro de Lor’themar y prosiguió al no hallarla. —Bueno, ¡al menos yo no! Mi venganza no ha de ser denegada y tú me darás lo que te exijo: los montaraces y magos sin’dorei, así como los caballeros de sangre.
 
   
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―El ataque fue repelido con éxito ―continuó―. Pero Arthas solo está jugando con nosotros. Hemos de llevar la guerra hasta él. El Jefe de Guerra Thrall entiende al fin lo que nosotros comprendimos hace mucho tiempo. ―Sus ojos brillaban con peligrosa impaciencia―. La Horda se prepara para la guerra. Y los sin'dorei, Lor'themar, son una parte de la Horda.
—No podemos prescindir de ellos, Sylvanas.
 
   
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Sus palabras cayeron como piedras sobre él. Comprendía lo que le estaba pidiendo y siempre supo que llegaría este momento. Sin embargo, mientras estaba en la sala, sintió de repente que ese gran espacio lo engullía, y no fue capaz de responder.
Sus labios escamados dieron paso a una sonrisa burlona.
 
   
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―Lor'themar. ―Las palabras de Sylvanas se agitaban a su alrededor con impaciencia―. Vamos a destruir a Arthas, de una vez por todas.
—Entonces puedes esconderte aquí como perro golpeado si tal es tu voluntad, Lor’themar. Aunque si consideras que algo bueno vendrá de ello, eres un tonto. ¿Crees que Arthas se contentará con ignorarte mientras esperas y lames tus heridas? ¿Piensas que yo toleraré tal cobardía? Te advierto, quienes no están con los Renegados, están en su contra y aquellos que se encuentran en tal posición no durarán mucho. Mi pueblo ha vigilado y protegido estas tierras; gracias a mí tienes un lugar en la Horda. Marcharás con nosotros a Rasganorte o dejaré de prestar mi apoyo a Quel’Thalas.
 
   
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Despacio, Lor'themar negó con la cabeza.
En la zona sur, cerca de las Tierras de la Peste, ahí donde la Plaga aún deambula libremente por la Cicatriz Muerta pese a todo esfuerzo por suprimirla, no podían darse el lujo de perder el apoyo de las tropas de Sylvanas. Lor’themar no había mentido ante Aurora y Renthar cuando dijo que su posición en las Tierras Fantasma era más segura, mas no era tan ingenue como para creer que esto era posible sólo con soldados Thalassianos. Sin los Renegados caería Tranquillien y luego, ¿qué vendría después?
 
   
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―Entiendo que el Jefe de Guerra Thrall y tú queráis contar con nosotros para unirnos al frente inicial en Rasganorte. Pero estamos muy debilitados. Ya hemos recibido una petición similar del Kirin Tor, y, en conciencia, no puedo enviar a nuestras fuerzas al norte. Desde lo ocurrido en Quel'Danas...
Por segunda ocasión desde su regreso de Quel’Lithien escuchó las palabras de Lanza de Halcón en su mente.
 
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―Esto no es una petición, Lor'themar ―interrumpió ella. Sus ojos brillaban rojos de ira―. Enviarás tropas que acompañarán a los Renegados.
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―Sylvanas ―dijo Lor'themar con calma―, acabamos de librar una guerra civil. ¿Qué podríamos ofrecer?
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―¿Has olvidado quién es responsable en primera instancia del estado de Quel'Thalas? ¿Quién es realmente el responsable? ―Buscó una respuesta en su rostro y, al no encontrarla, continuó―. Bueno, ¡pues yo no! No me arrebatarán mi venganza y tú me darás lo que te pido: los forestales y magos sin'dorei y también los Caballeros de sangre.
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―No podemos prescindir de ellos, Sylvanas.
   
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Sus labios escamosos formaron una mueca de desdén.
Ya no somos su gente.
 
   
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―Si eso es lo que quieres, puedes esconderte como un perro apaleado, Lor'themar. Si piensas que ganarás algo con ello eres un necio. ¿Crees que Arthas se conformará con ignorarte mientras esperas aquí y te lames las heridas? ¿Crees que yo toleraré tal cobardía? Te lo advierto: los que no están con los Renegados, están contra ellos. Y los que se les oponen, no duran mucho tiempo.
Si Lor’themar era honesto consigo mismo, no podía negar que sabía que tal cosa ocurriría.
 
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―Mi pueblo ya lleva un tiempo vigilando estas tierras. Y solo gracias a mi influencia tenéis un lugar en la horda. Nos ayudaréis en Rasganorte si no quieres que os abandone en Quel'Thalas.
   
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En el sur, cerca de las Tierras de la Peste, donde la Plaga aún campaba a sus anchas cerca de La Cicatriz Muerta a pesar de todos los esfuerzos, no podían permitirse prescindir de las tropas de Sylvanas. No había mentido a Aurora y Renthar al decir que su posición en las Tierras Fantasma era más segura, pero no era tan ingenuo como para pensar que se podía defender únicamente con tropas thalassianas. Sin los Renegados, Tranquillien caería. ¿Y qué vendría después?
—Enviar a mi pueblo exhausto a encontrar más muerte en Rasganorte, o arriesgarme a perder Quel’Thalas ante la Plaga una vez más. —En la distancia escuchó su propia risa, muy similar a la de Rommath. —No hay elección en torno a esto, Sylvanas.
 
   
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Por segunda vez desde que volvió de Quel'Lithien, recordó las palabras de Lanzalcón:
La reina Banshee lo miró con indiferencia.
 
   
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Ya no somos su pueblo.
—Espero tus fuerzas en Entrañas a más tardar en dos semanas, Lor’themar —respondió ella— y no seré decepcionada.
 
—Sí, mi señora.
 
   
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Siendo honesto consigo mismo, Lor'themar no podía negar que siempre lo había sabido.
Ella se volvió para irse.
 
   
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―Enviar a mi pueblo exhausto a que muera en Rasganorte o arriesgarme a perder otra vez Quel'Thalas frente a la Plaga. ―Como en la lejanía, escuchó su propia risa, que sonaba más a la de Rommath que a la suya propia―. No me dejas opción, Sylvanas.
—¿Cómo puedes hacer esto? —Lor’themar notó la ira desesperada en la voz de Rommath con sorpresa sorda; el gran magistrado todavía parecía creer que existía la posibilidad de negociar con Sylvanas.
 
   
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La Reina alma en pena lo miró indiferente.
—¡Esto es una extorsión! —Prosiguió Rommath, sus nudillos tornándose blancos al apretar los puños alrededor de su bastón. —¡Fuiste tú quien nos ofreció ayuda en primer lugar! ¡Nunca la pedimos, nos la diste por voluntad propia! ¿Cómo pueden hacerse llamar nuestros aliados un momento y tomar nuestras tierras de rehén al siguiente; exigiendo rescate por ellas?
 
   
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―Espero tus fuerzas en Entrañas en dos semanas, Lor'themar ―replicó―. No me fallarás en esto.
Sylvanas lo consideró un momento, mirándolo con aire de suficiencia pese a que el magistrado era más alto que ella.
 
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―Sí, mi señora.
   
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Se dio la vuelta para marcharse.
—Nunca estuvieron obligados a aceptar mi oferta —dijo—, fue su decisión hacerlo. Todo lo que pido por el momento es la voluntad y el poder para derrotar a nuestro más grande enemigo.
 
   
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―¿Cómo puedes hacerlo? ―Lor'themar se sorprendió ligeramente al percibir la ira desesperada en la voz de Rommath; el gran magister parecía creer aún que se podía negociar con Sylvanas.
Rommath la miró con odio puro, pero Lor’themar habló antes que el gran magistrado pudiese decir más al respecto.
 
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―¡Eso es chantaje! ―continuó Rommath, mientras apretaba los puños alrededor de su bastón―. ¡Fuiste tú quien se ofreció a ayudarnos en primer lugar! ¡Nunca te pedimos ayuda, nos la otorgaste por propia voluntad! ¿Cómo puedes llamarnos aliados y a continuación pedirnos rescate por nuestras tierras?
   
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Sylvanas lo miró un instante. De algún modo consiguió mirarlo por encima del hombre, a pesar de ser más baja que él.
"—¿Hay algo más que desees tratar, Sylvanas? —Sonaba derrotado ante sus propios oídos, carente de voluntad y pasión. Tratar, lo azuzó una vocecilla. Como si fuese posible tratar con la reina Banshee.
 
   
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―Nadie te obligó a aceptar mi oferta ―dijo―. La decisión fue tuya. Ahora solo exijo la voluntad y la fortaleza para derrotar a nuestro mayor enemigo.
—No Lor’themar, he terminado.
 
—Shorel’aran, Sylvanas, —dijo él.
 
   
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Rommath la miró con odio declarado, pero Lor'themar habló antes de que este pudiese hacerlo.
Los ojos de la reina Banshee fulguraron ante la despedida en Thalassiano, mas no dijo nada. Lor’themar la miró sin interés mientras se retiraba; la miró porque no había nada más que ver. Se sentía tan frágil como una hoja de pasto en una helada.
 
   
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―¿Hay algo más que quieras discutir, Sylvanas? ―Le pareció que sonaba como derrotado, desprovisto de voluntad y pasión. Discutir, se burló una vocecita en su interior. Como si se pudiese discutir sobre algo con la Reina alma en pena.
Al darse la media vuelta, Lor’themar notó de mala gana que Aethas había hecho acto de presencia en algún punto de la reunión. Le irritaba que el archimago hubiese visto su humillación, pero no le quedaban fuerzas como para preocuparse de su orgullo. Pese a su aturdimiento, su mente ya estaba preparando listas; la guerra le era familiar. Halduron llamaría al capitán Estigma Solar y al teniente Corredor de Ocaso. Rommath notificaría a los magos y podría actuar en representación de los caballeros de sangre mientras informaban a Liadrin. Aethas tendría la oportunidad de probar su valía. El señor regente avanzó por el pasillo como si estuviese en un sueño.
 
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―No. He terminado aquí, Lor'themar.
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―Shorel'aran, Sylvanas ―añadió él. Sus ojos brillaron al oír la fórmula de despedida thalassiana, pero no dijo nada más. Lor'themar la miró mientras se alejaba con indiferente interés; solo porque no había nada que ver. Se sintió tan frágil como una brizna de hierba en una helada.
   
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Cuando Lor'themar se dio la vuelta, vio con desagrado que Aethas había llegado en algún momento de la reunión. Le resultaba denigrante que el archimago hubiese presenciado su humillación, pero no tenía muchas fuerzas para preocuparse de su orgullo. A pesar de la confusión, sus pensamientos se centraban ya en el alistamiento. Conocía bien los procedimientos de la guerra. Halduron llamaría al capitán Marcasol y al teniente Correalba. Rommath convocaría a los magos. También podría representar a los Caballeros de sangre mientras estos informaban a Liadrin. Aethas tendría la oportunidad de demostrar su valía. Lor'themar volvía por el corredor como en un sueño.
—¡Lor’themar!
 
   
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―¡Lor'themar!
Éste se detuvo y se volvió hacia la voz, intentando controlar su rostro y parecer atento o interesado. En realidad, se encontraba exhausto. Únicamente deseaba regresar a su escritorio y estar solo. Quizá ocupando su mente con tareas mundanas necesarias olvidaría por un rato lo ocurrido.
 
   
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Se detuvo y se volvió hacia la persona que hablaba, tratando de dominar su expresión, de parecer atento o interesado. La verdad es que estaba exhausto. Deseaba regresar a su mesa y estar solo, ocuparse de tareas mecánicas y necesarias para olvidar durante un rato lo que había ocurrido allí.
Como era costumbre, Rommath no le dejaría ser.
 
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Como siempre, Rommath no le dejaría salirse con la suya.
   
—Lor’themar, —dijo de nuevo en tanto que alcanzaba al señor regente. —No estás hablando en serio, no podemos…
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―Lor'themar ―repitió mientras alcanzaba al Señor regente―. De verdad no puedes... no podemos...
—Ya la escuchaste Rommath, —interrumpió Lor’themar. —Vamos a Rasganorte o perdemos el apoyo de los Renegados y posiblemente el del resto de la Horda; así que iremos. —Se dio la media vuelta para retirarse.
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―Ya la has oído, Rommath ―interrumpió Lor'themar―. O vamos a Rasganorte, o perdemos el apoyo de los Renegados y puede que también del resto de la Horda. Por tanto, iremos. Se giró para volver a marcharse.
—Aún hay soldados en las enfermerías por lo acaecido en Quel’Danas, —prosiguió Rommath. —Ni siquiera ha habido servicios funerarios apropiados para los muertos; ¡por la Fuente del Sol, Lor’themar!
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―¡Aún hay soldados en los hospitales por lo de Quel'Danas! ―continuó Rommath―. ¡Ni siquiera hemos honrado a los muertos de forma adecuada en La Fuente del Sol, Lor'themar!
—No tenemos elección Rommath, ¿no lo comprendes? ¡Hacemos lo que Sylvanas pide o es muy posible que perdamos todo Quel’Thalas al sur del Río Elrendar!
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―No tenemos elección, Rommath. ¿No lo entiendes? ¡O hacemos lo que dice Sylvanas, o probablemente perdamos todo el territorio de Quel'Thalas al sur del Elrendar!
¡Entonces que así sea! —Gritó Rommath. Lor´themar se congeló y se volvió con lentitud una vez más, notando el también sorprendido rostro de Halduron.
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¡Pues que se pierda! ―gritó Rommath y Lor'themar se quedó conmocionado. Se giró lentamente y pudo ver el rostro de Halduron también sumido en un profundo estupor.
¿Que así sea? —Comenzó a alzar la voz. ¿Tienes idea de cuántos elfos, sin’dorei y quel’dorei, murieron por defender esas tierras? ¿Cuántos siguen dando sus vidas? ¿Y sólo dices que así sea? ¿Qué demonios pasa contigo?
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¿Perderlo? ―comenzó a alzar la voz―. ¿Sabes cuántos elfos, tanto sin'dorei como quel'dorei, murieron por defender esas tierras? ¿Cuántos siguen muriendo? ¿Y me dices que lo perdamos? ¿Pero qué diablos te pasa?
¡Hubieran preferido morir en vano antes de dar sus vidas para que te convirtieses en el títere de un… monstruo en nombre de su sacrificio!
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¡Preferirían haber muerto en vano que entregar sus vidas para que te conviertas en una simple marioneta de algún ser monstruoso, en el nombre de su sacrificio!
   
Lor’themar no podía creer lo que escuchaba. Rommath le clavaba una mirada feroz, pero no de ira o desprecio, sino de salvaje, y poco característica, desesperación. Durante su regencia, y aunque él y Rommath habían discutido en innumerables ocasiones, éste último nunca perdió su compostura y porte. En estos momentos prácticamente temblaba. Por el rabillo del ojo Lor’themar notó que una pequeña multitud se había reunido y no tenía deseos de causar una escena.
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Lor'themar no podía creer lo que estaba oyendo. Rommath lo miró, pero no con furia o desprecio, sino con una desesperación salvaje y terrible poco habitual en él. Durante todo el ejercicio de Lor'themar como regente, a pesar de haber discutido muchas veces, Rommath nunca había perdido la compostura ni el aplomo. Ahora, prácticamente temblaba. Lor'themar miró de reojo, y vio que se había reunido una pequeña multitud en torno a ellos. No quería montar una escena.
   
—No te dejes amedrentar por sus amenazas, —dijo Rommath en voz baja y Lor’themar, en horrorizada sorpresa, se dio cuenta de que suplicaba. —Sólo piensa usarte.
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―No cedas a sus amenazas ―dijo Rommath con calma. Lor'themar se dio cuenta horrorizado que le estaba suplicando―. Solo pretende utilizarte.
   
Resentido, Lor’themar apretó los puños. —Haré lo que sea necesario para proteger Quel’Thalas y a su gente —declaró—, aunque esto signifique ser utilizado. obedecerás mis órdenes, ¿queda claro?
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Lor'themar cerró los puños con resentimiento. ―Haré lo que sea necesario para proteger Quel'Thalas y a su pueblo ―declaró―. Aunque eso suponga que me utilicen. Y tú obedecerás mis órdenes. ¿Me he expresado con claridad?
   
¿Y cuánto tiempo crees que podrás jugar este juego?
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¿Y durante cuánto tiempo crees que podrás jugar a esto?
—Tanto como sea necesario, —respondió Lor’themar inmutable. Rommath se había topado con su obstinación y el señor regente no sería vencido fácilmente. Se irguió y miró a Rommath a los ojos. El gran magistrado le devolvió la mirada por un momento, pero todo su cuerpo pareció flaquear y cerró los ojos. —Un líder de los sin’dorei alguna vez me dijo palabras muy similares, Lor’themar, —dijo en voz baja, desviando la vista. —No discutí con él en esa ocasión, de hecho, en aquel entonces pensé que estaba en lo correcto.
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―Todo el tiempo que sea necesario ―respondió Lor'themar inquebrantable. Rommath trató de superar al Señor regente en obstinación, pero no era tarea fácil. Se enderezó y miró a Rommath desde arriba. Rommath le devolvió la mirada un momento, pero todo su cuerpo pareció flaquear. Cerró los ojos.
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―Otro líder de los sin'dorei me dijo una vez algo muy parecido, Lor'themar ―dijo con suavidad, apartando la mirada―. Entonces, no discutí con él; de hecho, en ese momento pensé que tenía razón.
   
Se le heló la sangre a Lor’themar.
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A Lor'themar se le heló la sangre.
   
—Lo enterramos en Quel’Danas, —dijo Rommath y suspiró pesadamente. —Notificaré la decisión del señor regente a Lady Liadrin y al magistrado Promesa de Sangre. Me reportaré con usted cuando tenga sus preparativos. —Se marchó sin decir palabra, con los hombros caídos.
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―Lo enterramos en Quel'Danas ―dijo Rommath, y suspiró pesaroso―. Avisaré a Lady Liadrin y al magister Jurasangre de tu decisión, Señor regente. Te informaré de sus preparativos. ―Se marchó sin decir una palabra más, con los hombros hundidos.
   
Sin poder pensar de manera muy clara, Lor’themar siguió al gran magistrado con la vista hasta que éste dobló una esquina y desapareció.
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Sin apenas poder pensar, Lor'themar observó aturdido cómo la menguante figura del gran magíster desaparecía tras una esquina.
   
—Lor’themar, —la tranquila voz de Halduron lo sacó de su trance. El señor regente se volvió hacia su amigo sólo para descubrir que el general de montaraces le miraba extrañado, como si le estuviese viendo por primera vez. Lor’themar quería sacudirle, gritarle que dejara de mirarle de ese modo.
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―Lor'themar. ―La voz tranquila de Halduron le sacó de su trance. Se volvió hacia su amigo y descubrió al general forestal que lo contemplaba extrañado, como si lo viese por primera vez. Lor'themar quería sacudirlo y gritarle que dejase de mirarlo así.
¿Cuáles son las órdenes del señor regente? —Preguntó Halduron. Su formalidad era desconcertante.
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¿Cuáles son las órdenes del Señor regente? ―preguntó Halduron. Su formalidad resultaba inquietante.
—Informa al Retiro de los Errantes y al Enclave de los Errantes, —respondió. —Comunícales lo que ha sido decidido.
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―Avisa al Retiro del Errante y al Enclave del Errante ―respondió―. Diles lo que hemos decidido.
   
Halduron asintió, dejándole con una última mirada ininteligible.
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Halduron asintió, y le dedicó una última e inescrutable mirada.
   
Lor’themar miró a su alrededor, su cara de pocos amigos envió a sirvientes y guardias del palacio de vuelta a sus deberes. La única persona que quedaba en el pasillo era Aethas Atracasol, quien se negaba a ser ignorado.
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Lor'themar miró a su alrededor con una oscura mueca que hizo que todos los sirvientes y guardias de palacio se apresurasen en volver a sus tareas. La única persona que quedaba en el corredor era Aethas Atracasol, que se negaba a que lo ignorasen.
   
—Si va ir a Rasganorte, ¿apoyará también al Kirin…?
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―Si vas a Rasganorte, ¿apoyarás también al Kirin...?
—El Kirin Tor puede hacer lo que le venga en gana, no es problema mío. —Respondió hostilmente Lor’themar. —Sin embargo, como una cantidad considerable de elfos sin’dorei viajarán pronto al norte, estoy seguro de que muchos terminarán a tus puertas. Harás todo lo posible para ayudarles, Aethas. Ahora vete y encuentra a Rommath, estoy seguro que de algo le servirá tu ayuda. —Lor’themar finalmente fue vencido por el desprecio que sentía. —Supongo que debes estar complacido, archimago.
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―El Kirin Tor puede hacer lo que le venga en gana, no es cosa mía ―espetó Lor'themar―. Pero como un gran número de fuerzas de los sin'dorei se dirigirán en breve al norte, imagino que muchos acabarán llamando a tu puerta. Harás lo posible para ayudarlos, Aethas. Ahora, busca a Rommath. Seguro que puedes serle útil. ―El desprecio de Lor'themar le venció finalmente―. Imagino que estarás encantado, archimago.
   
Aethas negó con la cabeza. —Es cierto que deseaba obtener su apoyo en Rasganorte, señor regente, pero no en estos términos. Créame cuando digo que preferiría que aceptara por voluntad propia y no por…
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Aethas hizo un gesto de negación. ―Es cierto que quiero vuestro apoyo en Rasganorte, Señor regente. Pero no de esta forma. Créeme si te digo que preferiría que accedieses por libre voluntad y no por...
   
—Mi voluntad permanece intacta, gracias, —Lor’themar lo interrumpió de nuevo, doliéndose del filo de las palabras de Aethas. —Y es por mi voluntad que se gobierna Quel’Thalas.
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―Mi voluntad permanece intacta, gracias ―interrumpió de nuevo Lor'themar, azuzado por el aguijón en las palabras de Aethas―. Y mi voluntad sigue gobernando Quel'Thalas.
—Por supuesto, mi señor, —respondió Aethas, inclinándose ligeramente como señal conciliatoria. Sin embargo, cuando éste levanto la vista, Lor’themar notó que la disculpa no se extendía a sus ojos. Furioso, Lor’themar se dio la media vuelta y lo dejó ahí, solo bajo pesadas banderas rojas con dorado.
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―Claro, mi señor ―respondió Aethas, inclinándose ligeramente en señal de conciliación. Pero al levantar la cabeza, Lor'themar vio que la disculpa no se reflejaba en sus ojos. Furioso, Lor'themar se dio la vuelta y lo dejó allí solo, de pie entre los pesados estandartes rojos y dorados.
   
 
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Diario del señor regente, entrada 83
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Diario del Señor regente, entrada 83
   
No consigo recordar la última vez que dije una mentira tan descarada desde que fui forzado a entrar a la política. Sin embargo, le mentí a Aethas, él lo sabe, yo lo y cualquiera que me haya escuchado lo sabe también. De hecho, mi voluntad significa muy poco. Puedo pretender que mi poder es real, mas todo es un acto y no existe nada honesto en ello. Puedo lavarme las manos, jugar al mártir, ser victimizado y no lograr nada, o puedo pelear y victimizar a otros; volviéndome la esencia de todo aquello contra lo que he luchado. Si en algún momento he racionalizado mis decisiones con cualquier otra lógica, me estaba mintiendo a mí mismo. Lanza de Halcón tiene razón, trato con el diablo. No obstante, es posible que la Fuente del Sol jamás habría sido restaurada si no hubiéramos descendido a tal nivel. Tanto él como Aurora pueden dormir tranquilos sabiendo que nunca comprometieron su ética, pero si niegan que prosperan gracias a quienes han hecho tal; se engañan tanto como yo.
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No recuerdo la última vez que le mentí a alguien de forma tan descarada, ni siquiera cuando me vi obligado a entrar en política. Pero mentí a Aethas y él lo sabe. Yo sé que lo sabe y cualquiera que me escuchase también lo sabría. De hecho mi voluntad no vale prácticamente nada. Puedo fingir que mi poder es real pero, al final, es todo una pantomima. Me puedo lavar las manos, hacerme el mártir, cargar con las culpas y no conseguir nada, o puedo enfrentarme a otros y hacerles cargar con las culpas, convirtiéndome así en la esencia de todo contra lo que he luchado. Si alguna vez he racionalizado mis decisiones bajo cualquier otra lógica, me engañaba a mí mismo. Lanzalcón tenía razón: he tenido que llegar a extremos de lo más dudosos, pero La Fuente del Sol nunca se habría restaurado de no ser así. Él y Aurora pueden dormir a pierna suelta sabiendo que nunca han comprometido su ética, pero si niegan haber prosperado en la estela de aquellos que sí lo hicieron, se engañan a sí mismos tanto como yo.
   
Estoy muy cerca de creer que el fin justifica los medios, pero las ruinas del Bancal del Magistrado me perseguirán por siempre, recordándome el destino al que tiento con dichos pensamientos. Esta es la línea por la que camino, sabiendo que no es posible defender los actos que desempeño por necesidad. Tales verdades son irreconciliables, pero en ocasiones las sostengo a la par y casi puedo decir que entiendo. Podría llamar a esto una revelación profunda si fuera lo suficientemente ignorante como para no darme cuenta de que sólo estoy aprendiendo lo que Kael’thas, y Anasterian antes que él, aprendieron en su momento. Lo único que podemos hacer es transitar el camino que nos fue dado con tanta dignidad como podamos —cada uno a nuestra propia gloria o deceso— y rogar que aún exista algo de nuestros corazones cuando todo termine. Por la Fuente del Sol, espero que algo quede del mío.
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En este momento casi me inclino a creer que el fin justifica los medios. Pero las ruinas del Bancal del Magister me atormentarán para siempre, y me recordarán el destino que podría aguardarme por pensar así. Sigo este sendero, pero soy consciente de que las acciones que emprendo por necesidad son indefendibles. Son realidades irreconciliables, pero, en ocasiones, soy capaz de concebirlas ambas y casi de comprenderlas. Podría considerarlo una profunda revelación si fuera tan ignorante como para no darme cuenta de que tan solo he comprendido lo que Kael'thas y Anasterian comprendieron antes que yo. No nos queda más opción que seguir el camino que se nos otorga con la mayor dignidad posible; de ello dependerá la propia gloria o desaparición de cada uno. Debemos rezar para que nuestros corazones y nuestras almas no se pierdan por completo antes de que todo acabe. Por La Fuente del Sol, espero que todo esto no me consuma por completo.
   
   
 
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* [http://eu.media.blizzard.com/wow/lore/pdfdownload/leader-story/lorthemar-theron/lorthemar-theron-esES.pdf A la sombra del Sol en PDF]
 
* [http://eu.media.blizzard.com/wow/lore/pdfdownload/leader-story/lorthemar-theron/lorthemar-theron-esES.pdf A la sombra del Sol en PDF]

Revisión actual - 19:00 10 Mayo 2019

Booknovel
Este artículo o sección aborda contenido proveniente de novelas o historias cortas de Warcraft.
Lorthemar-In the Shadow of the Sun

A la sombra del Sol es una historia corta escrita por Sarah Pine y publicada en Enero de 2012 en la página oficial de World of Warcraft. Está centrada en la figura de Lor'themar Theron, señor regente de Quel'Thalas.

Originalmente, fue una historia que ganó un concurso para fans a principios de 2011, cuyo premio era la publicación en la página web de Blizzard. La historia original fue ligeramente cambiada para adaptarse al lore oficial.

Personajes[ | ]

Principales Secundarios Mencionados

Argumento[ | ]

La ciudad de Lunargenta recibe a un visitante del Kirin Tor, el archimago Aethas Atracasol. Aethas pide ayuda a los elfos de sangre para los conflictos que azotan Rasganorte, la Guerra del Nexo y la Guerra contra el Rey Exánime. Sin embargo el consejo formado por Lor'themar, Haludron y Rommath no parece muy dispuesto a colaborar con el Kirin Tor, sobre todo del trato mostrado durante la Tercera Guerra.

Mientras Aethas permaneció en Lunargenta como invitado, Lor'themar se dirigió al Refugio Quel'Lithien en las Tierras de la Pesta para hablar con el forestal Lanzalcón y la suma sacerdotisa Clamacielos. A pesar de sus diferencias, Lor'themar les puso al corriente de los últimos acontecimientos acaecidos en la Fuente del Sol, con la muerte de Kael'thas. Los intentos por reconciliarse con los elfos nobles tras la expulsión de éstos de las Tierras Fantasma y los ataques que habían sufrido por parte de las tropas de Sylvanas fueron infructuosos y Lor'themar abandonó las Tierras de la Peste para regresar a Quel'Thalas donde informó a Halduron, Rommath y Aethas de lo sucedido.

Ya en privado, Lor'themar le contó a Halduron que el ataque que tuvo lugar en Quel'Lithien estuvo dirigido por Nathanos Marris, el único forestal humano de los Errantes, que buscaba su registro de ingreso en la orden de forestales. Nethanos ahora servía a Sylvanas por lo que ambos elfos se preguntaron si la reina de los Renegados estaría al tanto del ataque. Pronto descubrirían la respuesta puesto que un mensajero anunció a Lor'themar que Sylvanas acababa de llegar a Lunargenta.

Sylvanas se había presentado para informar a Lor'themar del ataque que había sufrido Orgrimmar a manos del ejército de Arthas, a lo que la Horda iba a responder enviando un contingente a Rasganorte. Del mismo modo que Aethas le había pedido ayuda para el Kirin Tor, Sylvanas le exigió el envío de magos, caballeros de sangre y forestales. Bajo la amenaza de retirar todo el apoyo que los Renegados le daban a los elfos de sangre, el regente de Quel'thalas no tuvo más remedio que aceptar las exigencias de Sylvanas. La humillación de Lor'themar fue presenciada por Aethas que comprobó cómo la negativa que había recibido z su llegada a Lunargenta ahora se transformaba en un apoyo sin condiciones para la Horda.

La decisión de Lor'themas también causó cierta polémica alguno de sus consejeros como Rommath. En el fondo, Lor'themar comprendió que el líder de los sin'dorei debía atar su voluntad a otros si quería asegurar la superviviencia de Quel'thalas, alqo que ya hicieron en el pasado Kael'thas y Anasterian. Al ver las ruinas del Bancal del Magister donde Kael'thas había muerto hacía poco, Lor'themar se preguntó si, de seguir obedeciendo las órdenes de otros líderes, correría la misma suerte que su príncipe.


Fuente[ | ]